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sábado, 11 de febrero de 2017

Trump, ¿otro populista latinoamericano?

Trump encarna la necesidad de restaurar le hegemonía mundial de los EE.UU., paradójicamente perdida por causa de la misma globalización capitalista. Lo entendió más o menos bien Francis Fukuyama en un reciente artículo, en el que da marcha atrás sobre su antigua tesis del “fin de la historia”, que supuestamente desembocaba  en la economía liberal y la democracia liberal.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo

En dos sucesivos artículos: “Un Donald Trump ¨latinoamericano¨ en su debut como presidente” (http://bit.ly/2k9LjZT) y “Refundar EE.UU. un plan a la manera latinoamericana” (http://bit.ly/2jKzVI2) publicados el 20 y 21 de enero por “La Nación” de Argentina, la periodista Inés Capdevila sostiene que “muy a la manera de tantos presidentes latinoamericanos que, al asumir, prometen el nacimiento de una nueva nación, el millonario republicano advirtió que va a ¨reconstruir y restaurar¨ Estados Unidos”; que también ofreció “¡Empleos!, ¡empleos!, ¡empleos!, ¡empleos!”; que en su discurso estuvieron presentes las palabras “pueblo, trabajadores, patriotas”; que no faltó “en la receta populista” la exhortación antisistema; que igualmente tuvo consignas sobre “impuestos, comercio e inmigración”; que al nacionalismo acompañaron las “apelaciones emocionales”. En definitiva, Trump parece un populista latinoamericano.

A la manera muy ecuatoriana, en ciertos círculos se comenta que Trump es un “retrato” de Correa, por la “prepotencia”, el “autoritarismo” y cualquier otra cualidad que le calce.

Si lo que dice Capdevila ya es para lamentarse, lo que se dice en Ecuador es una simple estupidez.

Trump encarna la necesidad de restaurar le hegemonía mundial de los EE.UU., paradójicamente perdida por causa de la misma globalización capitalista. Lo entendió más o menos bien Francis Fukuyama en un reciente artículo, en el que da marcha atrás sobre su antigua tesis del “fin de la historia”, que supuestamente desembocaba  en la economía liberal y la democracia liberal. Y esa restauración no tiene empacho alguno en acudir al chovinismo, el racismo, la xenofobia, la misoginia, la violencia, la amenaza a los pueblos, el intervencionismo. Ha despertado las reacciones de los propios estadounidenses. No es un problema de personalidades. Es el imperialismo en su máxima expresión. Ni un milímetro de latinoamericanismo.

La prepotencia y el autoritarismo ecuatorianos, históricamente siempre vinieron de la mano de gobernantes que reflejaron los intereses de las élites dominantes. Bastaría recordar al gobierno socialcristiano de León Febres-Cordero (1984-1988), a quien el Congreso pidió la renuncia precisamente por su autoritarismo, las sistemáticas violaciones a la Constitución y a los derechos humanos, un caso único en la historia contemporánea del Ecuador. Y era un gobierno de aquella gente de empresa que decía “saber” cómo se hace la riqueza y cómo “dar” trabajo.

Viejas ideas se movilizan hoy para restaurar la perdida hegemonía. Lo dicen con absoluta claridad: “descorreizar” a la sociedad, crear empleos, fomentar al sector privado, acabar con los “excesivos” impuestos, flexibilizar el trabajo, suscribir tratados de libre comercio, desmontar el intervencionismo estatal, desmantelar el régimen universitario, privatizar.

En la nueva era que inaugura el gobierno de Donald Trump, las candidaturas de la ultraderecha ecuatoriana solo ofrecen restaurar sus viejos intereses, rodeándose de caducas obsesiones económicas, presentadas como asuntos modernos.

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