La historia ambiental
toma forma para ocuparse de los problemas derivados de las modalidades de
interacción entre la especie humana y su entorno, que en esta fase de su
desarrollo han pasado a convertirse en el principal factor de riesgo en nuestro
futuro. Esta no es una tarea sencilla: por el contrario, supone trascender
aquella barrera entre las ciencias naturales y las otras formas del saber.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
En la naturaleza nada
ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez,
influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta
interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con
claridad las cosas más simples.
Nuestra América ha
tenido y tiene una participación de especial relevancia en la formación de un
saber ambiental en el que confluyen, entre otros, campos como la ecología
política, la economía ecológica y la historia ambiental. Ese saber ambiental se
desarrolla en el marco de la crisis general de la civilización creada por el
capital. En ese marco, el saber ambiental expresa una contradicción de fondo
entre la cultura liberal aún dominante en el sistema mundial, organizada para
el crecimiento sostenido de la acumulación de capital, y otra, aún emergente,
que busca organizarse para el desarrollo sostenible de la especie humana.
Esa contradicción
subyace, por ejemplo, tras el debate sobre el carácter de la historia
ambiental: ¿es una subdisciplina de otra más amplia - como lo son las historias
política, económica, social y cultural-,
o es una forma original de comprender y encarar el desarrollo de la
especie que somos? Para James O’Connor, aquellas otras subdisciplinas fueron
tomando forma, e interactuando entre sí, a partir de necesidades sucesivas
generada por el desarrollo del capitalismo en el mundo Noratlántico. La primera
fue la de legitimar el Estado nacional como forma de organización política de
la nueva economía y sus sociedades; la segunda, la de legitimar la economía
misma en su fase de transición a formas monopólicas; y las últimas dos, para
procesar los conflictos sociales e identitarios derivados de la maduración de
los dos primeros procesos.[2] Al propio tiempo, en
el desarrollo de la historia como disciplina académica del siglo XVIII acá,
cada una de aquellas formas sucesivas cuestiona e integra, en un mismo
movimiento, a las formas precedentes. Esto da lugar, así, a un campo del saber
cada vez más amplio y más complejo, en el que son producidos conocimientos de
una gran diversidad, cada vez más difíciles de integrar en verdaderas visiones
de conjunto.
En esta lógica, la
historia ambiental toma forma para ocuparse de los problemas derivados de las
modalidades de interacción entre la especie humana y su entorno, que en esta
fase de su desarrollo han pasado a convertirse en el principal factor de riesgo
en nuestro futuro. Esta no es una tarea sencilla: por el contrario, supone
trascender aquella barrera entre las ciencias naturales y las otras formas del
saber, para asumir en cambio la perspectiva planteada ya en 1846 por Carlos
Marx y Federico Engels, cuando dijeron conocer
sólo una ciencia, la ciencia de la historia. Se
puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en historia de
la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son inseparables:
mientras existan los hombres, la
historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan
mutuamente.
Y añadían enseguida: “La propia ideología” – que
en este caso correspondería a la visión de la historia promovida por la
organización liberal de la cultura y sus organizaciones a lo largo de los
siglos XIX y XX– “no es más que uno de tantos aspectos de esta historia.”[3]
Esta última frase ayuda
a comprender las dificultades que encara el liberalismo para ofrecerle un lugar
adecuado a la historia ambiental en su organización de la cultura en un ámbito
académico estructurado en un trivium
positivista, de ciencias naturales, sociales y humanidades, convertido en quatrivium al agregar las ingenierías.
Esa estructura enfrenta hoy un proceso de desintegración de sus propias
premisas de organización y dirección, que se expresa en dos direcciones. Una,
la de una búsqueda incesante de soluciones multidisciplinarias,
interdisciplinarias y transdisciplinarias en el abordaje de problemas que ya
desbordaron por entero aquellas premisas; otra, el culto a la cienciometría y
los controles burocráticos de todo tipo, que finalmente conducen a excluir en
medida creciente a las Humanidades y a los estudios histórico – cualitativos de
las ciencias sociales del campo del trabajo científico que se estima como
realmente productivo.[4]
Todo esto genera un
creciente formalismo, que impide apreciar en sus verdaderos términos la
interdependencia universal de los fenómenos a que se refiere Engels, en cuanto
ve en los objetos de estudio hechos o conjuntos de hechos aislados, antes que
síntesis de relaciones multidimensionales que caracterizan a distintos momentos
en el desarrollo de procesos a lo largo del tiempo.[5] De tales procesos,
ninguno tiene hoy tanta importancia como el de las interacciones entre los
sistemas sociales y los sistemas naturales – cuyo desarrollo en el tiempo es el
objeto de estudio de la historia ambiental -, que dan lugar tanto a la
formación de esa estructura que hemos venido a llamar el ambiente, como a la de
nuestra propia especie.
Únicamente en la medida
en que reconocemos el carácter interdependiente de esta relación podemos dar
cuenta de su desarrollo histórico a cabalidad. Todo intento de eludir esa
interdependencia a partir de la supuesta primacía de cualquiera de sus partes –
o dicho en otros términos, de eludir el carácter dialéctico de esa relación – transfiere los resultados del estudio
histórico fuera del campo de la historia. Tal fue el caso, por ejemplo, del
enorme y complejo esfuerzo desplegado por Vladimir Vernadsky para incorporar
una dimensión humana a la formación y evolución de la biosfera, a la que llamó
noosfera, creada por la aplicación de la ciencia y la técnica para adaptar la
naturaleza a nuestras necesidades, sin considerar en su plenitud las
transformaciones sociales y culturales que tal proceso entraña, y que
finalmente lo hacen posible.
Desde nuestra América,
este proceso cultural tiene sus propias equivalencias, sugeridas por José Martí
de diveras maneras entre 1875 y 1895, sintetizadas con especial claridad en
1891 al señalar que no había entre nosotros “batalla entre la civilización y la
barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.[6] Desde esa perspectiva,
se entiende mejor el alcance que ha de tener para nosotros, hoy, lo que
planteara en una fecha indeterminada de sus años de exilio en Nueva York:
Cuando se estudia un acto
histórico, o un acto individual, cuando se los descomponen en antecedentes,
agrupaciones, accesiones, incidentes coadyuvantes e incidentes decisivos,
cuando se observa como la idea más simple, o el acto más elemental, se componen
de número no menor de elementos, y con no menor lentitud se forman, que una
montaña, hecha de partículas de piedra, o un músculo hecho de tejidos
menudísimos: cuando se ve que la intervención humana en la Naturaleza acelera,
cambia o detiene la obra de ésta, y que toda
la Historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates,
entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana, parecen pueriles
esas generalizaciones pretenciosas, derivadas de leyes absolutas naturales,
cuya aplicación soporta constantemente la influencia de agentes inesperados y
relativos.[7]
Al juzgar esto, importa recordar que Martí sólo fue excepcional en la
medida en que fue el primero entre sus pares en la generación de jóvenes
liberales radicalmente democráticos que abrieron a cuestión el Estado Liberal
Oligárquico dominante en nuestra América a partir de la década de 1875, y con
eso abrieron camino, también, al ciclo de rebeliones populares y de capas
medias que barrieron de nuestra historia aquel Estado entre la Revolución
Mexicana de 1910, y la Boliviana de 1952. De esa tradición viene lo mejor de
nuestra cultura: desde ella nos viene también la posibilidad de hacer una
historia ambiental latinoamericana, que integre a nuestra América y a la otra,
y a Asia, Africa y Europa, en una historia general de la Humanidad elaborada en
conjunto con nuestros colegas de esas otras regiones. Ya lo dijo alguien en los
años sin cuenta: sólo seremos universales cuando seamos auténticos.
Panamá, 1 de marzo
de 2017.
NOTAS:
[1] El papel del trabajo en la
transformación del mono en hombre. Escrito por Engels en 1876.
Publicado por primera vez en la revista "Die Neue Zeit", Bd. 2, Nº
44, 1895-1896. Traducido del alemán.
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm
[3] “Feuerbach. Oposición entre las
concepciones materialista e idealista.” Primer Capitulo de La Ideología
Alemana,1846 (fragmento)
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/feuerbach/index.htm. Y lo reiteraría, ya como un problema de ecología política, en su Crítica
al Programa de Gotha, donde afirmara: “El trabajo no es la fuente de
toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son
los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el
trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza
de trabajo del hombre.” Y añade: “En la medida en que
el hombre se sitúa de antemano como propietario frente a la naturaleza, primera
fuente de todos los medios y objetos de trabajo, y la trata como posesión suya,
su trabajo se convierte en fuente de valores de uso, y, por tanto, en fuente de
riqueza.” https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gothai.htm.
[4] Esto,
a partir de supuestos como el de que la llamada “comunidad científica”
constituye un grupo anacional, cuyos miembros se vinculan entre sí antes que
con sus propias sociedades, y cuya labor más válida es aquella que se traduce
en innovaciones tecnológicas que incrementen la productividad del trabajo y
contribuyan a acelerar el ciclo de circulación del capital.
[5] Al respecto, por
ejemplo: Mészaros, Iván: “El poder de la ideología”. Revista Dialéctica. Escualea de Filosofía y
Letras. Universidad Autónoma de Puebla, México.
http://www.forocomunista.com/t23393-el-poder-de-la-ideologia-texto-de-istvan-meszaros-publicado-en-la-revista-dialectica-de-puebla-mexico
[6] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero
de 1891. Obras Completas. Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. 1975, VI, 17.
[7] “Serie de artículos para La América”. “Artículos varios”, s.f.. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975,
tomo 23, p. 44.
Guillermo Castro, um pioneiro da historia ambiental de Latinoamerica feita na América Latina!!!
ResponderEliminarRegina Horta
Guillermo Castro, um pioneiro da historia ambiental de Latinoamerica feita na América Latina!!!
ResponderEliminarRegina Horta
Guillermo Castro, pioneiro da historia ambiental latinoamericana feita na América Latina!!
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