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sábado, 22 de abril de 2017

La negritud del siglo XXI

Considerar la negritud como algo superado por el tiempo (¿cuál tiempo, además?) es una equivocación de análisis o perseverar a satisfacción en el eurocentrismo epistemológico (elogio del propio ninguneo).

Juan Montaño Escobar / El Telégrafo (Ecuador)

Las resistencias emancipatorias precisan los tiempos (con sus conceptos, modas y actividades políticas) y no al revés. El destino es elección de las comunidades negras y sus continuos desafíos históricos. La negritud, con sus significaciones, fue una pluralidad de jornadas sucesivas e internacionales de resistencia contra el colonialismo europeo a través de todos los procesos comunitarios de revaloración cultural.

Frente a la secular deshumanización por el matiz de la piel, las inteligencias africanas y caribeñas opusieron el color auténtico de la cultura afrodescendiente. La izquierda eurocéntrica no entendió o no quiso entender esta lucha anticolonialista desde los mismos pueblos oprimidos. Esa lucha eficiente comenzó por consolidar una personalidad cultural individual y colectiva autónoma por liberación intelectual.

Considerar la negritud como algo superado por el tiempo (¿cuál tiempo, además?) es una equivocación de análisis o perseverar a satisfacción en el eurocentrismo epistemológico (elogio del propio ninguneo). En el Decenio de la Afrodescendencia se proponen tres ejes centrales: reconocimiento (R), justicia (J) y desarrollo (D). Las comunidades negras de las Américas asumen que R-J-D tengan un eje central: reparación (casa afuera) desde las políticas públicas de los Estados americanos (incluido el ecuatoriano) y autorreparación (casa adentro). La continuidad de nuestras acciones por la plenitud de derechos no dependerá de novedades académicas o la aceptación política de las organizaciones progresistas de nuestras reflexiones críticas, para nada, ‘el largo de la pisada’ será consecuencia de cuanto produzca la siembra de pensamientos.

En estos lustros de progresismo latinoamericano y revival manifiesto del racismo cabe la definición de negritud de Aimé Césaire: “Toma de conciencia de la diferencia, como memoria, como fidelidad y como solidaridad”, Revista de Filosofía, artículo de Félix Valdés García, p. 115. Algo entendieron los gobiernos progresistas, unos cercanos a las políticas públicas y otros no avanzaron del discurso lisonjero a la diversidad. El racismo institucional pone muro invisible a las andaduras de las palabras. Es entonces cuando activismo y liderazgo afroamericanos (y afroecuatorianos) deberían operativizar las reflexiones de A. Césaire: “Actitud activa y ofensiva del espíritu, es… sobresalto de dignidad… rechazo de la opresión… combate contra la desigualdad. Es también revuelta… contra lo que yo llamaría el reduccionismo europeo”, Op. Cit, p. 115.

La potente narrativa cultural de la negritud, en el mundo del siglo XX, liquidó el dislocamiento identitario de la negación rabiosa ‘a ser negro’ al orgullo militante ‘por ser negro’. Mientras el eurocentrismo múltiple gastaba tinta y papel negando cualquier valor político y cultural de la negritud, Ron Karenga, en línea con A. Césaire, ratificaba su funcionalidad callejera: “Decimos que negritud es color, conciencia y cultura”.

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