Considerar
la negritud como algo superado por el tiempo (¿cuál tiempo, además?) es una
equivocación de análisis o perseverar a satisfacción en el eurocentrismo
epistemológico (elogio del propio ninguneo).
Juan Montaño Escobar / El Telégrafo
(Ecuador)
Las
resistencias emancipatorias precisan los tiempos (con sus conceptos, modas y
actividades políticas) y no al revés. El destino es elección de las comunidades
negras y sus continuos desafíos históricos. La negritud, con sus
significaciones, fue una pluralidad de jornadas sucesivas e internacionales de
resistencia contra el colonialismo europeo a través de todos los procesos comunitarios
de revaloración cultural.
Frente
a la secular deshumanización por el matiz de la piel, las inteligencias
africanas y caribeñas opusieron el color auténtico de la cultura
afrodescendiente. La izquierda eurocéntrica no entendió o no quiso entender esta
lucha anticolonialista desde los mismos pueblos oprimidos. Esa lucha eficiente
comenzó por consolidar una personalidad cultural individual y colectiva
autónoma por liberación intelectual.
Considerar
la negritud como algo superado por el tiempo (¿cuál tiempo, además?) es una
equivocación de análisis o perseverar a satisfacción en el eurocentrismo
epistemológico (elogio del propio ninguneo). En el Decenio de la
Afrodescendencia se proponen tres ejes centrales: reconocimiento (R), justicia
(J) y desarrollo (D). Las comunidades negras de las Américas asumen que R-J-D
tengan un eje central: reparación (casa afuera) desde las políticas públicas de
los Estados americanos (incluido el ecuatoriano) y autorreparación (casa
adentro). La continuidad de nuestras acciones por la plenitud de derechos no
dependerá de novedades académicas o la aceptación política de las
organizaciones progresistas de nuestras reflexiones críticas, para nada, ‘el
largo de la pisada’ será consecuencia de cuanto produzca la siembra de pensamientos.
En
estos lustros de progresismo latinoamericano y revival manifiesto del racismo
cabe la definición de negritud de Aimé Césaire: “Toma de conciencia de la
diferencia, como memoria, como fidelidad y como solidaridad”, Revista de
Filosofía, artículo de Félix Valdés García, p. 115. Algo entendieron los
gobiernos progresistas, unos cercanos a las políticas públicas y otros no
avanzaron del discurso lisonjero a la diversidad. El racismo institucional pone
muro invisible a las andaduras de las palabras. Es entonces cuando activismo y
liderazgo afroamericanos (y afroecuatorianos) deberían operativizar las
reflexiones de A. Césaire: “Actitud activa y ofensiva del espíritu, es…
sobresalto de dignidad… rechazo de la opresión… combate contra la desigualdad.
Es también revuelta… contra lo que yo llamaría el reduccionismo europeo”, Op.
Cit, p. 115.
La
potente narrativa cultural de la negritud, en el mundo del siglo XX, liquidó el
dislocamiento identitario de la negación rabiosa ‘a ser negro’ al orgullo militante
‘por ser negro’. Mientras el eurocentrismo múltiple gastaba tinta y papel
negando cualquier valor político y cultural de la negritud, Ron Karenga, en
línea con A. Césaire, ratificaba su funcionalidad callejera: “Decimos que
negritud es color, conciencia y cultura”.
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