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sábado, 22 de abril de 2017

Mundial, colonial, internacional, global

Tiempos difíciles estos, por lo nuevos que son y por los desafíos que plantean. La dificultad primera que nos presentan es la de entenderlos en lo que son. Fuimos educados y formados para el mundo del mercado internacional, y a menudo no contamos ni con las ideas ni con los conceptos adecuados para pensar y comprender el mundo del mercado global que va tomando forma en torno nuestro.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Utilizamos la palabra mercado muchas veces al día, y a menudo la adjetivamos con otras como global, internacional o mundial. En estas cosas, sin embargo, es bueno tratar de ser preciso. Habría que empezar por decir que el mercado es una estructura social que organiza el intercambio de bienes y servicios entre individuos y sociedades distintas. Como tal, existió desde mucho antes que el capitalismo, y seguirá existiendo cuando éste haya sido sustituido por otra forma de organización económica y social en algún momento del futuro.

Es probable, por ejemplo, que centros ceremoniales prehistóricos como el de Stonehenge en Inglaterra y El Caño, en Panamá, hayan cumplido una triple función de encuentro periódico entre comunidades distantes para la renovación de vínculos religiosos y políticos, y para el intercambio de bienes de especial valor. En nuestro Istmo, por ejemplo, la sal producida en el litoral del Arco Seco durante los meses de verano debe haber sido tan valiosa para los pueblos del Atlántico como lo era para los del Pacífico el oro que lavaban en los ríos de su región, mucho más mineralizada que la de las sabanas del Sur.

En todo caso, antes del siglo XVI no había un mercado mundial. Existían, si – y habían existido durante siglos – lo que el geógrafo francés Fernand Braudel llamó mercados – mundo. Tales mercados organizaban el comercio el comercio interior de grandes regiones que contaban con un centro de poder político, militar, económico y religioso bien definido. Tal fue el caso del mercado – mundo mediterráneo organizado por el Imperio Romano. Tales, también, los casos de los mercados – mundo persa, mogol en la India y chino en Eurasia, y de los mesoamericano y andino en América.

Se trataba de comunidades inmensas, muy pobladas, capaces de proveer a sus propias necesidades, con moneda propia, y que solo intercambiaban con el exterior bienes de muy alto valor agregado por unidad de peso, como la seda china exportada a Constantinopla y Roma. Para esas economías mundo, en verdad, el comercio exterior no era un factor relevante en su desarrollo, e incluso vendría a ser un factor decisivo en su decadencia.

Tras la desintegración del Imperio Romano en el siglo V de nuestra era, Europa Occidental ingresó en una etapa de crisis y desintegración, de la que vino a emerger en el siglo XIV como una región fragmentada, empobrecida y aislada del resto de Eurasia por el control musulmán del Mediterráneo Oriental. En otros términos, se trataba de una región que solo podía progresar a cuenta de un comercio exterior bien financiado con metales preciosos.

El mercado mundial empezó a tomar forma a partir de esa necesidad. Su proceso inicial de formación abarcó lo que Fernand Braudel llamó “el siglo XVI largo”, que discurrió desde mediados del siglo XV hasta mediados del XVII, esto es, de 1450 a 1650. Los viajes de los portugueses a la India bordeando África por el Sur, el de Colón al Este navegando hacia el Oeste, y la vuelta al mundo de la expedición de Fernando de Magallanes entre 1519 y 1521 forman parte de la dimensión épica de esta fase inicial.

De eso resultaron, por un lado, el establecimiento de enclaves comerciales europeos en Asia y África, y la conquista y ocupación de América por españoles y portugueses. Esto último tuvo especial importancia, porque América no había ingresado aún a la edad de los metales, y sus principales yacimientos de oro y plata estaban virtualmente intactos. Los metales preciosos americanos proveyeron a Europa de la capacidad de ampliar con rapidez la monetización de sus economías, y esto a su vez les permitió incrementar su inversión productiva y su comercio a larga distancia, sobre todo en regiones como Holanda e Inglaterra, que tenían poco que perder y mucho que ganar en ese proceso.

De aquí resultó para nosotros, también, un fenómeno de larga duración que tendríamos que conocer y comprender mejor en sus consecuencias presentes. La conquista de nuestra América por España fue el canto del cisne por parte del último gran mercado – mundo europeo, como el proceso de colonización de la costa Este de Norteamérica por los ingleses – simbolizado por el viaje de los emigrantes puritanos del Mayflower en 1620 – fue el canto del gallo de la primera sociedad creada por el capitalismo para el capitalismo.

Ingresamos al mercado mundial como criaturas de la Contra Reforma austro – española, que despilfarraría en sus luchas contra la Reforma luterana y anglicana los recursos que le proporcionarían sus dominios en América. Nacimos de una derrota ajena, y tendremos aún que consolidar las victorias que hemos venido obteniendo contra esa circunstancia de Bolívar, Hidalgo y san Martín acá.

Aquella derrota ajena, en efecto, fue crucial para hacer de la producción industrial y el comercio a larga distancia los pilares sobre los cuales se construyó entre 1650 y 1850 el primer mercado mundial en la historia de la Humanidad. A esto se refería Carlos Marx en 1858 cuando, en una carta a Federico Engels, observaba que

La misión particular de la sociedad burguesa es el establecimiento del mercado mundial, al menos en esbozo, y de la producción basada sobre el mercado mundial. Como el mundo es redondo, esto parece haber sido completado por la colonización de California y Australia y el descubrimiento de China y Japón.[1]

En su primera fase, este mercado tuvo un carácter colonial, de una eficacia devastadora en el saqueo de las regiones colonizadas por parte de sus colonizadores. Un país pequeño como Holanda llegó a controlar por entero a Indonesia, mientras otro grande como Francia financiaba su brillante desarrollo monárquico con los ingresos provenientes de una isla tan pequeña como Haití. La organización de este mercado colonial culminó en la Conferencia de Berlín, de 1884, que permitió a las grandes potencias europeas de la época repartirse todos los territorios de África, salvo Etiopía. Para entonces, sin embargo, ya emergían los primeros elementos de una forma  nueva y más complejas de organización del mercado mundial como un mercado internacional.

En esa forma nueva – que se inicia con la multiplicación de los Estados nacionales a partir de la Revolución Francesa, incluyendo los hispanoamericanos - los intercambios fundamentales ya no se harían entre las potencias coloniales y sus colonias sino entre mercados nacionales tutelados por sus respectivos Estados, en un constante conflicto entre proteccionismo y libre cambio. Este mercado de organización internacional vendría a ser hegemónico después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la comunidad internacional pasó de los 48 miembros que firmaron la Carta de las Naciones Unidas en 1945, a los cerca de 200 Estados – con sus respectivos mercados – existentes en el mundo de hoy.

Desde fines del siglo XX, el mercado mundial ha ingresado en una nueva fase de cambio y transformación. Ahora, el desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones permite el funcionamiento de la economía mundial como una entidad integrada que opera en tiempo real, acelerando y dinamizando todos los procesos de inversión, producción y circulación de mercancías a escala planetaria, incluyendo en ese proceso una rapidez son precedentes en la incorporación del conocimiento a la actividad productiva.

Esto, a su vez, tiene consecuencias políticas y culturales de gran complejidad. Podemos mencionar tres. La primera es el desplazamiento del centro hegemónico del mercado mundial en esta etapa de su desarrollo. En la etapa formativa, ese centro estuvo en Holanda; en la colonial, en Inglaterra; en la internacional, en los Estados Unidos, y en la global tiende a desplazarse hacia la región de Asia – Pacífico, que abarca Estados tan diversos como India, Singapur, China, Corea y California.

La segunda característica consiste en que si antes los Estados tutelaban sus mercados, ahora las grandes corporaciones transnacionales se esfuerzan cada vez más por tutelar a los Estados nacionales para ponerlos a su servicio. Esta transición ocurre de manera sorda – como en la negociación secreta del Tratado Internacional de Servicios – y aun sórdida, como en el recurso al soborno y la corrupción a gran escala en todo el Planeta, que tanta repercusión está teniendo en nuestros países.

La tercera característica consiste en que esta transición genera problemas ambientales y sociales estrechamente interconectados entre sí a escala planetaria. Estos problemas son de tal complejidad que si por un lado escapan a la capacidad de control de los Estados nacionales y los organismos internacionales, por el otro no pueden ser revertidos por las grandes corporaciones que los provocan en la medida en que dependen del acceso masivo y a bajo costo de recursos naturales y agropecuarios para mantener su rentabilidad.

Tiempos difíciles estos, por lo nuevos que son y por los desafíos que plantean. La dificultad primera que nos presentan es la de entenderlos en lo que son. Fuimos educados y formados para el mundo del mercado internacional, y a menudo no contamos ni con las ideas ni con los conceptos adecuados para pensar y comprender el mundo del mercado global que va tomando forma en torno nuestro.

Hoy, como nunca y cada día, hay que aprender a razonar fuera de la caja, esto es, desde la racionalidad de los movimientos sociales que se resisten a la globalización como la entienden y practican las corporaciones transnacionales. Fuera de la caja, en efecto, es donde podremos entender y atender mejor a la clara y temprana advertencia de José Martí en 1889, cuando empezaba a deshacerse el mercado colonial y Estados Unidos emergía como la potencia que sería rectora del mercado internacional: “Algo en América manda que despierte, y no duerma, el alma del país. Hay que andar con el mundo y que temer al mundo. Negársele, es provocarlo.”[2] De eso se trata cuando decimos, desde la perspectiva del Sumak Q’awsay y el desarrollo sostenible de nuestra especie,  que es necesario crecer con el mundo, para ayudarlo a crecer de un modo que nos permita prosperar con todos, y para el bien de todos.

Panamá, 15 de abril de 2017




NOTAS:
[1] Y añadía enseguida una observación que debería ser de especial importancia para nosotros, hoy: “Lo difícil para nosotros es esto: en el continente, la revolución es inminente y asumirá también de inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser aplastada en este pequeño rincón, teniendo en cuenta que en un territorio mucho mayor el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso?”
Correspondencia de Marx y Engels, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1957. En Dobb, Maurice: Marx como Economista. Editorial Nuestro Tiempo. México, 1977, p. 106.
[2] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México [27 de septiembre de 1889] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 349.

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