Tiempos difíciles
estos, por lo nuevos que son y por los desafíos que plantean. La dificultad
primera que nos presentan es la de entenderlos en lo que son. Fuimos educados y
formados para el mundo del mercado internacional, y a menudo no contamos ni con
las ideas ni con los conceptos adecuados para pensar y comprender el mundo del
mercado global que va tomando forma en torno nuestro.
Guillermo Castro H.
/ Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Utilizamos la palabra
mercado muchas veces al día, y a menudo la adjetivamos con otras como global,
internacional o mundial. En estas cosas, sin embargo, es bueno tratar de ser
preciso. Habría que empezar por decir que el mercado es una estructura social
que organiza el intercambio de bienes y servicios entre individuos y sociedades
distintas. Como tal, existió desde mucho antes que el capitalismo, y seguirá
existiendo cuando éste haya sido sustituido por otra forma de organización
económica y social en algún momento del futuro.
Es probable, por
ejemplo, que centros ceremoniales prehistóricos como el de Stonehenge en
Inglaterra y El Caño, en Panamá, hayan cumplido una triple función de encuentro
periódico entre comunidades distantes para la renovación de vínculos religiosos
y políticos, y para el intercambio de bienes de especial valor. En nuestro
Istmo, por ejemplo, la sal producida en el litoral del Arco Seco durante los
meses de verano debe haber sido tan valiosa para los pueblos del Atlántico como
lo era para los del Pacífico el oro que lavaban en los ríos de su región, mucho
más mineralizada que la de las sabanas del Sur.
En todo caso, antes del
siglo XVI no había un mercado mundial. Existían, si – y habían existido durante
siglos – lo que el geógrafo francés Fernand Braudel llamó mercados – mundo.
Tales mercados organizaban el comercio el comercio interior de grandes regiones
que contaban con un centro de poder político, militar, económico y religioso
bien definido. Tal fue el caso del mercado – mundo mediterráneo organizado por
el Imperio Romano. Tales, también, los casos de los mercados – mundo persa,
mogol en la India y chino en Eurasia, y de los mesoamericano y andino en
América.
Se trataba de
comunidades inmensas, muy pobladas, capaces de proveer a sus propias
necesidades, con moneda propia, y que solo intercambiaban con el exterior
bienes de muy alto valor agregado por unidad de peso, como la seda china
exportada a Constantinopla y Roma. Para esas economías mundo, en verdad, el
comercio exterior no era un factor relevante en su desarrollo, e incluso
vendría a ser un factor decisivo en su decadencia.
Tras la desintegración
del Imperio Romano en el siglo V de nuestra era, Europa Occidental ingresó en
una etapa de crisis y desintegración, de la que vino a emerger en el siglo XIV
como una región fragmentada, empobrecida y aislada del resto de Eurasia por el
control musulmán del Mediterráneo Oriental. En otros términos, se trataba de
una región que solo podía progresar a cuenta de un comercio exterior bien
financiado con metales preciosos.
El mercado mundial
empezó a tomar forma a partir de esa necesidad. Su proceso inicial de formación
abarcó lo que Fernand Braudel llamó “el siglo XVI largo”, que discurrió desde
mediados del siglo XV hasta mediados del XVII, esto es, de 1450 a 1650. Los
viajes de los portugueses a la India bordeando África por el Sur, el de Colón
al Este navegando hacia el Oeste, y la vuelta al mundo de la expedición de
Fernando de Magallanes entre 1519 y 1521 forman parte de la dimensión épica de
esta fase inicial.
De eso resultaron, por
un lado, el establecimiento de enclaves comerciales europeos en Asia y África,
y la conquista y ocupación de América por españoles y portugueses. Esto último
tuvo especial importancia, porque América no había ingresado aún a la edad de
los metales, y sus principales yacimientos de oro y plata estaban virtualmente
intactos. Los metales preciosos americanos proveyeron a Europa de la capacidad
de ampliar con rapidez la monetización de sus economías, y esto a su vez les
permitió incrementar su inversión productiva y su comercio a larga distancia,
sobre todo en regiones como Holanda e Inglaterra, que tenían poco que perder y
mucho que ganar en ese proceso.
De aquí resultó para
nosotros, también, un fenómeno de larga duración que tendríamos que conocer y
comprender mejor en sus consecuencias presentes. La conquista de nuestra
América por España fue el canto del cisne por parte del último gran mercado –
mundo europeo, como el proceso de colonización de la costa Este de Norteamérica
por los ingleses – simbolizado por el viaje de los emigrantes puritanos del
Mayflower en 1620 – fue el canto del gallo de la primera sociedad creada por el
capitalismo para el capitalismo.
Ingresamos al mercado
mundial como criaturas de la Contra Reforma austro – española, que
despilfarraría en sus luchas contra la Reforma luterana y anglicana los
recursos que le proporcionarían sus dominios en América. Nacimos de una derrota
ajena, y tendremos aún que consolidar las victorias que hemos venido obteniendo
contra esa circunstancia de Bolívar, Hidalgo y san Martín acá.
Aquella derrota ajena,
en efecto, fue crucial para hacer de la producción industrial y el comercio a
larga distancia los pilares sobre los cuales se construyó entre 1650 y 1850 el
primer mercado mundial en la historia de la Humanidad. A esto se refería Carlos
Marx en 1858 cuando, en una carta a Federico Engels, observaba que
La
misión particular de la sociedad burguesa es el establecimiento del mercado
mundial, al menos en esbozo, y de la producción basada sobre el mercado
mundial. Como el mundo es redondo, esto parece haber sido completado por la
colonización de California y Australia y el descubrimiento de China y Japón.[1]
En su primera fase,
este mercado tuvo un carácter colonial,
de una eficacia devastadora en el saqueo de las regiones colonizadas por parte
de sus colonizadores. Un país pequeño como Holanda llegó a controlar por entero
a Indonesia, mientras otro grande como Francia financiaba su brillante
desarrollo monárquico con los ingresos provenientes de una isla tan pequeña
como Haití. La organización de este mercado colonial culminó en la Conferencia
de Berlín, de 1884, que permitió a las grandes potencias europeas de la época
repartirse todos los territorios de África, salvo Etiopía. Para entonces, sin
embargo, ya emergían los primeros elementos de una forma nueva y más complejas de organización del
mercado mundial como un mercado internacional.
En esa forma nueva –
que se inicia con la multiplicación de los Estados nacionales a partir de la
Revolución Francesa, incluyendo los hispanoamericanos - los intercambios
fundamentales ya no se harían entre las potencias coloniales y sus colonias
sino entre mercados nacionales tutelados por sus respectivos Estados, en un
constante conflicto entre proteccionismo y libre cambio. Este mercado de
organización internacional vendría a ser hegemónico después de la Segunda
Guerra Mundial, cuando la comunidad internacional pasó de los 48 miembros que
firmaron la Carta de las Naciones Unidas en 1945, a los cerca de 200 Estados –
con sus respectivos mercados – existentes en el mundo de hoy.
Desde fines del siglo
XX, el mercado mundial ha ingresado en una nueva fase de cambio y
transformación. Ahora, el desarrollo de las tecnologías de la información y las
comunicaciones permite el funcionamiento de la economía mundial como una
entidad integrada que opera en tiempo real, acelerando y dinamizando todos los
procesos de inversión, producción y circulación de mercancías a escala
planetaria, incluyendo en ese proceso una rapidez son precedentes en la
incorporación del conocimiento a la actividad productiva.
Esto, a su vez, tiene
consecuencias políticas y culturales de gran complejidad. Podemos mencionar
tres. La primera es el desplazamiento del centro hegemónico del mercado mundial
en esta etapa de su desarrollo. En la etapa formativa, ese centro estuvo en
Holanda; en la colonial, en Inglaterra; en la internacional, en los Estados
Unidos, y en la global tiende a desplazarse hacia la región de Asia – Pacífico,
que abarca Estados tan diversos como India, Singapur, China, Corea y
California.
La segunda
característica consiste en que si antes los Estados tutelaban sus mercados,
ahora las grandes corporaciones transnacionales se esfuerzan cada vez más por
tutelar a los Estados nacionales para ponerlos a su servicio. Esta transición
ocurre de manera sorda – como en la negociación secreta del Tratado
Internacional de Servicios – y aun sórdida, como en el recurso al soborno y la
corrupción a gran escala en todo el Planeta, que tanta repercusión está
teniendo en nuestros países.
La tercera
característica consiste en que esta transición genera problemas ambientales y
sociales estrechamente interconectados entre sí a escala planetaria. Estos
problemas son de tal complejidad que si por un lado escapan a la capacidad de
control de los Estados nacionales y los organismos internacionales, por el otro
no pueden ser revertidos por las grandes corporaciones que los provocan en la
medida en que dependen del acceso masivo y a bajo costo de recursos naturales y
agropecuarios para mantener su rentabilidad.
Tiempos difíciles
estos, por lo nuevos que son y por los desafíos que plantean. La dificultad
primera que nos presentan es la de entenderlos en lo que son. Fuimos educados y
formados para el mundo del mercado internacional, y a menudo no contamos ni con
las ideas ni con los conceptos adecuados para pensar y comprender el mundo del
mercado global que va tomando forma en torno nuestro.
Hoy, como nunca y cada
día, hay que aprender a razonar fuera de la caja, esto es, desde la racionalidad
de los movimientos sociales que se resisten a la globalización como la
entienden y practican las corporaciones transnacionales. Fuera de la caja, en
efecto, es donde podremos entender y atender mejor a la clara y temprana
advertencia de José Martí en 1889, cuando empezaba a deshacerse el mercado
colonial y Estados Unidos emergía como la potencia que sería rectora del
mercado internacional: “Algo en América manda que despierte, y no duerma, el
alma del país. Hay que andar con el mundo y que temer al mundo. Negársele, es
provocarlo.”[2] De eso se trata cuando
decimos, desde la perspectiva del Sumak
Q’awsay y el desarrollo sostenible de nuestra especie, que es necesario crecer con el mundo, para
ayudarlo a crecer de un modo que nos permita prosperar con todos, y para el
bien de todos.
Panamá, 15 de abril de 2017
NOTAS:
[1] Y añadía enseguida una
observación que debería ser de especial importancia para nosotros, hoy: “Lo
difícil para nosotros es esto: en el continente, la revolución es inminente y
asumirá también de inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser
aplastada en este pequeño rincón, teniendo en cuenta que en un territorio mucho
mayor el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso?”
Correspondencia de Marx y Engels, Editorial Cartago,
Buenos Aires, 1957. En Dobb, Maurice: Marx
como Economista. Editorial Nuestro Tiempo. México, 1977, p. 106.
[2] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México [27 de
septiembre de 1889] Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 349.
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