El comunismo no ha desaparecido y está muy lejos de desaparecer, porque
las injusticias continúan siendo la esencia cotidiana de la vida de los seres
humanos. ¿Pero por qué este rechazo en decirnos claramente, con todas las
letras, "comunistas"? ¿Pasó a ser el comunismo una "pamplina de
chavales", una estupidez "fuera de moda", una utopía
absolutamente irrealizable?
Marcelo Colussi / Especial para
Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
"El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo,
donde no lo necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen". Activista antichavista en Venezuela
"Si hay 200 millones de niños en las calles, ninguno es
cubano; si hay 100 millones de niños trabajando sin poder ir a la escuela,
ninguno es cubano". Fidel Castro
I
Hoy día hablar de comunismo (o de socialismo, o de marxismo) no
pareciera estar muy "de moda"; es más, a cualquiera que se precie de
defenderlo, el discurso dominante con asombrosa rapidez lo tildará de
anacrónico, desfasado, dinosaurio de tiempos idos. Ya ni siquiera es
"peligroso" para el sistema (o, al menos, eso se quiere hacer creer);
su evocación como rémora de un pasado "oprobioso
que no debe volver nunca más" funciona ya como antídoto. Aunque, en lo
profundo del sistema capitalista, por supuesto que sigue siendo altamente
peligroso. ¿Por qué, si no, perdura el continuo armarse contra la posibilidad
de "estallidos sociales", de "ingobernabilidades"? Como
dijo Néstor Kohan: "curioso cadáver
el del marxismo, que hay que estar enterrándolo continuamente". En
realidad, para usar la expresión apócrifa equivocadamente atribuida a José
Zorrilla: "los muertos que vos
matáis gozan de buena salud". Pero la ideología que, hoy por hoy,
domina la escena, lo presenta como "terminado, muerto y sepultado".
El epígrafe que abre el texto –el primer epígrafe, pronunciado con el
más visceral odio de clase por un contrarrevolucionario venezolano– marca en
buena medida los tiempos que corren. Quizá, jugando con los versos de Rafael de
León, podría decirse: ¿comunismo? "¡Pamplinas!
¡Figuraciones que se inventan
los chavales! Después la vida se impone: tanto tienes, tanto vales".
Aunque la caída del muro de Berlín en 1989 –y con esa caída, la puesta
entre paréntesis de los sueños de transformación del mundo que venían
materializándose en la primera mitad del siglo pasado: Rusia, China, Cuba,
Nicaragua, Vietnam, liberación de países africanos, movimientos revolucionarios
varios, espíritu contestatario– ha abierto una serie de interrogantes aún por
responderse respecto a lo que fue socialismo real, la pregunta que da título al
presente escrito necesita hoy de imperiosas respuestas, quizá más imperiosas y
urgentes que años atrás. El fantasma de un tal "castro-comunismo", sin que eso pueda
traducirse en forma clara en términos conceptuales, con su sola mención ya
sirve para asustar, para horrorizar incluso, buscando santiguarse. En
Venezuela, por ejemplo, (o en todo el mundo, mostrando la Revolución
Bolivariana de Venezuela), con ese epíteto se moviliza lo más conservador y
fascista de la sociedad, remedando la lucha ideológica de la Guerra Fría.
"Si viene el comunismo te van a
poner obligadamente una familia a compartir tu casa, y a tus hijos te los van a
quitar para mandarlos a campos de entrenamiento guerrillero en Cuba".
Aunque parezca mentira, ya entrado el siglo XXI esas patrañas son las que
dominan la inteligencia de la población mundial.
Desde el surgimiento del pensamiento anticapitalista en los albores de
la gran industria europea, allá por el siglo XIX, e incluso después de la
puesta en marcha de las primeras experiencias socialistas en el siglo XX, con
la Rusia bolchevique, con la República Popular China, estaba bastante claro qué
significaba ser comunista. Hoy, a inicios del siglo XXI, luego de toda el agua
corrida bajo el puente, la pregunta tiene más vigencia que antes incluso. El
descrédito que se le ha adosado hace más que urgente responder con claridad qué
significa.
Las verdades que inaugura el Manifiesto
Comunista en 1848 siguen siendo válidas aún hoy; y sin duda, en tanto
verdades universales, lo serán por siempre, dado que develan estructuras de la
naturaleza social misma: la explotación a partir de la apropiación del trabajo
ajeno, la lucha de clases como motor de la historia, la violencia en tanto
"partera de la historia", las revoluciones sociales como momento de
superación de fases de desarrollo que signan el devenir humano. Todas estas
verdades son expresión de un saber que se instaura como objetivo, neutro,
científico en el sentido moderno de la palabra –los conceptos científicos no
tienen color político–. Otra cosa es el llamado a la práctica que esas
formulaciones teóricas posibilitan, es decir: la acción política; y para el
caso, la revolución. ¡Obviamente eso es ideológico! Tan ideológica es la
defensa del sistema vigente como la voluntad de transformarlo. ¿Quién dijo que
las ideologías habían terminado? ¿Sería ello acaso remotamente posible?
Dicho rápidamente: el comunismo como expresión teórica y como práctica
política no ha muerto, porque la realidad que le dio origen –la explotación de
clase, las distintas formas de opresión de unos seres humanos sobre otros seres
humanos (de clase, de género, étnica)– no ha desaparecido. Mientras persistan
las inequidades y las diversas formas de explotación humana, el comunismo, en
tanto aspiración justiciera, seguirá vigente.
II
Con la desaparición del campo socialista de Europa del Este hacia la
década de los 90 del pasado siglo, la vorágine triunfalista del capitalismo
ganador de la Guerra Fría arrastró al mundo a una suerte de aturdimiento
intelectual, presentando el descrédito del comunismo como la demostración de su
inviabilidad. Tan grande fue el golpe que, por algún momento, la prédica
triunfal pareció ser verdadera: ¡el comunismo no era posible! Y todos pudimos
llegar a creerlo. "¡Pamplinas!
¡Figuraciones que se inventan
los chavales! ". El darwinismo social se agigantó.
Hoy, a casi tres décadas de esos acontecimientos, con una China que ha
tomado caminos que, aunque no han derrumbado al Partido Comunista, al menos
abre interrogantes sobre lo que el comunismo significa, y con un talante
planetario donde decirse de izquierda conlleva una carga casi despectiva, vale
la pena –o mejor aún: es imprescindible– plantearse la pregunta: ¿qué significa
en la actualidad ser comunista? ¿Es posible serlo?
Las injusticias, la explotación, la apropiación del trabajo ajeno, la
lucha de clases, todo ello sigue siendo la esencia de las relaciones sociales.
Es más: caída la experiencia soviética, el capitalismo ganador ha avasallado
conquistas de los trabajadores conseguidas con sangre durante décadas de lucha,
entronizando un modelo ultraexplotador (llamado "neoliberalismo") que
retrotrae peligrosamente la historia. Capitalismo triunfante, por otro lado,
que se alza unilateral, insolente, con una potencia militar hegemónica –Estados
Unidos de América– dispuesta a todo, con una posición provocativa que puede
llevar al mundo a un holocausto nuclear, y que no ofrece –ni lo pretende, pero
además, no podría lograrlo– soluciones reales a los problemas crónicos de la
humanidad. Capitalismo triunfante sobre las primeras experiencias socialistas
habidas pero que, pese a un descomunal desarrollo científico-técnico, no
consigue remediar los males humanos de la pobreza, de la escasez, de la
desprotección. En ese sentido, es válido el segundo epígrafe, la cita de Fidel
Castro. Si toda esta barbarie capitalista continúa, –y tal como van las cosas,
pareciera que tiende a aumentar– el comunismo, en tanto expresión de reacción
ante tanta injusticia, lejos de desaparecer tiene más razón de ser que nunca.
Porque la gente, la población de a pie, los que reciben los efectos de ese
capitalismo salvaje, sin duda siguen protestando, aunque no conozcan nada de
marxismo en términos teóricos.
Las vías de construcción de los primeros socialismos, por innumerables y
complejas causas, quedaron dañadas, y merecen ser revisadas: el autoritarismo,
el patriarcado y el Gulag fueron realidades palpables. "El socialismo clásico fue prepotente y
arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal página para encontrar verdades y
soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un grave error",
reflexionaba críticamente Rafael Correa, ex presidente de Ecuador. Sin duda que
hubo errores, y muchos. Los comunistas son seres humanos de carne y hueso. Un
comunista italiano, por ejemplo, se quejaba porque su hija se iba a casar con
un siciliano. "¿Cómo con un
africano, hija mía?", le reprochaba amargamente. ¿No hay derecho a la
equivocación en el comunismo acaso?
Aunque todo eso existe: errores, desaciertos, exageraciones, ello no
desautoriza el ideario comunista y su lucha por un mundo de mayor justicia.
Debe quedar claro que todos esos errores –monstruosos en algunos casos,
injustificables desde una posición comunista (como prohibir la homosexualidad
por contrarrevolucionaria, por poner solo un ejemplo)– no desdibujan la lucha
contra las injusticias que ese ideario significó. Valen aquí palabras de Frei
Betto: "El escándalo de la
Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas
del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no
debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana".
Ahora bien: ese pretendido "fracaso", de ningún modo autoriza
a decir que las injusticias desaparecieron, y menos aún que las expresiones de
búsqueda de mayor armonía y equidad social que representa el proyecto
comunista, se hundieron igualmente.
Hoy por hoy, aunque el discurso hegemónico ha llevado los valores del
capitalismo triunfal a un endiosamiento nunca antes visto en otros modelos
sociales, la protesta de los excluidos sigue estando. Y pasados los primeros
años del aturdimiento post Guerra Fría, vuelve a hacerse notar. Dicho así,
entonces, el comunismo no ha desaparecido y está muy lejos de desaparecer,
porque las injusticias continúan siendo la esencia cotidiana de la vida de los
seres humanos. ¿Pero por qué este rechazo en decirnos claramente, con todas las
letras, "comunistas"? ¿Pasó a ser el comunismo una "pamplina de
chavales", una estupidez "fuera de moda", una utopía
absolutamente irrealizable?
III
Las injusticias continúan (o se acrecientan); por tanto –no podría ser
de otro modo– las protestas también continúan. Tal vez no crecen, no ponen la
situación social al rojo vivo, tal como fueron las primeras décadas del siglo
pasado, pero por supuesto que siguen presentes. Aunque la voz triunfal del
capitalismo se levantó sobre la emblemática caída del muro de Berlín
proclamando que "la historia terminó", a cada paso la experiencia nos
demuestra que ello no es así. Para prueba, ahí están los movimientos que
recorren nuevamente Latinoamérica, protestas y reivindicaciones campesinas, la
Revolución Bolivariana en Venezuela como propuesta de una integración
continental alternativa a los tratados de "libre" comercio impuestos
por Washington; ahí está la reacción de los pueblos europeos diciendo
"no" a una constitución política ultraliberal centrada en el gran
capital que intenta desconocer conquistas populares históricas y desmontar los
Estados de bienestar; ahí sigue Cuba revolucionaria resistiendo y, como dice el
segundo epígrafe, con logros incontrastables; ahí está la resistencia de los
pueblos árabes ante toda intervención armada estadounidense; ahí está el pueblo
palestino alzándose contra el genocidio.
Protestas, todas éstas, a las que debe sumársele un amplísimo abanico de
fuerzas contestatarias, progresistas, propulsoras también de cambios sociales:
ahí está la reivindicación del género femenino ganando espacio día a día; ahí
están todas las luchas antirracistas a partir de las reivindicaciones étnicas;
ahí está una conciencia ecológica que va ganando terreno en todo el mundo para
ponerle freno a la voracidad consumista y a la depredación planetaria realizada
en nombre del lucro privado; ahí está un sinnúmero de voces que se alzan contra
diversas formas de discriminación y/o opresión –sexual, cultural, contra la
guerra, por derechos específicos–. ¿Son comunistas todas estas expresiones?
Sin dudas nadie se atreve a llamarlas así hoy día. Lo cual nos lleva a
las siguientes reflexiones: a) la prédica anticomunista que la humanidad vivió
por años durante prácticamente todo el siglo XX ha tornado al comunismo un
siniestro monstruo innombrable, y b) hay que redefinir, hoy por hoy, qué
significa exactamente ser comunista.
Sobre la primera consideración no es necesario explayarnos demasiado;
archisabido es que si un fantasma comenzaba a recorrer Europa a mediados del
siglo XIX, el fantasma que recorrió el mundo con una fuerza inusitada durante
el XX se encargó de satanizar con ribetes increíbles todo lo que sonara a
"crítico", a "contestatario", haciendo del término
comunismo sinónimo inmediato del mal, de terror, de fatalidad deplorable,
diabólica y pérfida, presentificación en la Tierra del peor y más deleznable de
los infiernos. La prédica, por cierto, dio resultado (véase una vez más el
primer epígrafe).
Pero más allá de esta consecuencia, producto de una despiadada política
desinformativa del capitalismo, ¿por qué hoy día es tan difícil reconocerse
comunista? Ello lleva a la otra consideración que mencionábamos: ¿es posible,
efectivamente, seguir siendo comunista hoy día? Pero, ¿qué significa ser
comunista?
IV
El comunismo, en tanto formulación conceptual, en buena medida recogida
en esa brillante creación intelectual que fue su Manifiesto publicado por Marx
y Engels a mediados del siglo XIX, se mueve en el ámbito de lo sociopolítico,
ya sea como lectura crítica de la realidad, ya sea como guía para la acción
práctica. El meollo toral de todo su andamiaje pasa por la lucha de clases
sociales, motor último de la historia humana. Si contra algo luchan los
comunistas, buscando su superación justamente, es contra la injusticia social,
contra la explotación del ser humano por el mismo ser humano. En tal sentido,
comunismo es sinónimo de "búsqueda de la igualdad", "búsqueda de
la justicia". Siendo así, entonces, el comunismo no está muerto: la
equidad social entre todos los seres humanos sigue siendo una agenda pendiente.
Por tanto, su búsqueda continúa siendo una aspiración comunista en el sentido
más cabal del término. Otra cuestión –que no tocaremos acá– es el tipo de
medios a utilizarse para la concreción de la tarea: guerra popular prolongada,
movilización obrera urbana, organizaciones campesinas alternativas, lucha
armada de una vanguardia con base popular, incidencia parlamentaria, elecciones
presidenciales en el ámbito de la democracia representativa.
Seguramente por miedo, por efecto de la monumental propaganda
anticomunista desplegada en décadas pasadas, por cuestionables experiencias que
nos dejó el socialismo real, o por una sumatoria de todas estas causas, hoy día
la tendencia no es usar el término "comunista". Por el contrario,
quienes portaban ese nombre se lo han sacado de encima. Pareciera que es una
peste de la que hay que desembarazarse. La "moda", evidentemente,
anda por otro lado. "Nueve de cada
diez estrellas son de derecha", satirizaba Pedro Almodóvar.
Pero más allá de "modas", de "tendencias", el estado
de inequidad que dio nacimiento a un pensamiento comunista un siglo y medio
atrás aún sigue vigente. Por tanto, con las adecuaciones del caso, sigue también
vigente el instrumento forjado para enfrentar esas inequidades. A quienes
seguimos creyendo que es necesario buscar un mundo más justo, más solidario,
más equitativo, ¿nos da miedo llamarnos hoy comunistas? ¿Nos avergüenza el
estalinismo, las "dictaduras del proletariado" que tuvieron lugar en
el socialismo real? (más dictaduras que otra cosa). ¿Realmente logró mellarnos
la propaganda capitalista con su inacabable cantinela anticomunista? ¿Ganamos
algo cambiándonos el nombre? ¿Qué ganamos?
Sin dudas lo que propone el Manifiesto Comunista de 1848, aunque sigue
siendo válido en su núcleo, necesita adecuaciones. Un siglo y medio no es poco,
y muchas cosas, por diversos motivos, no fueron consideradas en aquel entonces.
El comunismo se ocupó de la lucha de clases pero dejó fuera otras opresiones:
no puso particular énfasis en la explotación del género masculino sobre el
femenino ni consideró la temática de las discriminaciones étnicas. Por el
contrario, incluso, peca de cierto eurocentrismo civilizatorio, y el tema
ecológico aún no entraba en su consideración. Obviamente, todos somos hijos de
nuestro tiempo; también Marx y Engels.
Tal como se dijo anteriormente, en la actualidad asistimos a un
sinnúmero de fuerzas progresistas que, sin decirse comunistas, abren una
crítica sobre los poderes constituidos, sobre el ejercicio de esos poderes,
sobre las distintas formas de opresión vigentes. Fuerzas, en definitiva, que
buscan también un mundo más justo, más solidario, más equitativo. Fuerzas que
sin llamarse comunistas en sentido estricto, son definitivamente comunistas en
su proyecto, en tanto entendemos que comunismo es la búsqueda de "otro
mundo posible", ese mundo más justo, más solidario, más equitativo.
Y esto, elípticamente, contesta la pregunta inaugural: ser comunista
–aunque hoy día asuste, incomode o fastidie el término, aunque esté
"pasado de moda" llamarse así, aunque su uso fuerce un debate en
torno a qué entender por revolución y cómo lograr la justicia–, ser comunista,
entonces, no es una "pamplina",
pasajera "figuración de chaval".
Es luchar por un mundo más justo, más solidario, más equitativo. Esa lucha, por
tanto, no se agota con una nueva organización económico-social, con una nueva
relación de fuerzas en torno a las clases sociales; necesita también de cambios
en la relación de poderes entre los géneros, en la consideración del otro
distinto, en el respeto a la diversidad.
Después del aturdimiento de la caída del muro de Berlín –que provocó
mucho ruido, sin dudas– ya va siendo hora de dos cosas: 1) quitarnos el miedo,
el estigma de usar la palabra "comunismo", y 2) sobre la base de las
lecciones aprendidas en el siglo XX, abrir un serio debate no sobre cómo nos
designaremos (¿no nos gusta "comunista"?, ¿es mejor decirse "de
izquierda"?, ¿queda más elegante "revolucionario"?, ¿y qué tal
"luchadores por la justicia"?) sino sobre cómo lograr efectivamente
ese mundo
más justo, más solidario, más equitativo.
Es cierto que la tarea que nos espera es dura, pero… ¿quién dijo que iba
a ser sencillo?
He comparado el resultado de la implacable campaña anticomunista con los experimentos con perros del científico ruso Pavlov, a miles se les ha instalado el chip el anticomunismo desde antes de nacer, reaccionan con verdaderos reflejos anticomunistas, como que lo llevan en los tuétanos, en el ADN.Pero yo opino que el análisis de la realidad social del Manifiesto del Partido comunista publicado en 1848, conserva plena vigencia en nuestros días, aunque el capitalismo por supuesto también ha evolucionado, posiblemente ha refinado sus formas de explotación, pero también la lucha obrera ha arrancado importantes conquistas. El problema que yo veo es que en el programa propiamente, Marx y Engels se concentraron un punto para encontrarle salida al problema: poner en manos del Estado los medios de producción para que este, como estado obrero, del proletariado, se encargara de hacer justicia con la riqueza producida.Mi pregunta es si, en nuestra época esa sigue siendo la solución?
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