No hay duda alguna que se han hecho esfuerzos nacionales para ir
superando en cierta medida, el legado que nos dejó la esclavitud y el racismo
estructural que aún hoy subsiste. Sin embargo, es evidente que lo hecho hasta
ahora es totalmente insuficiente.
Pedro Rivera Ramos / Especial
para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Una de las deudas principales que la sociedad panameña sigue sin
saldar para con sus afrodescendientes, reside en la necesidad de lograr cuanto
antes, su efectiva y plena participación e integración en todos los órdenes de
la vida social y con ello reconocer plenamente, sus innegables aportes
culturales, artísticos, sociales, políticos y religiosos, que han contribuido a
la conformación de la Nación panameña. Ello exige, además, facilitar y promover
una extensa, intensa y permanente difusión educativa, sobre las verdaderas
causas y consecuencias de la aventura mercantil y deshumanizada, que representó
la trata transatlántica de esclavos, principalmente hacia las plantaciones
agrícolas de América y el Caribe.
Pese a los siglos de esclavitud, explotación, opresión y
discriminación, a que fueron sometidos nuestros antepasados africanos ayer, a
que han sido sometidos hoy, es posible asegurar sin temor alguno a
equivocarnos: que no existe ni un solo resquicio dentro del entramado social ni
popular nacional, que no haya recibido la notable influencia del quehacer
vibrante de la etnia afrodescendiente o se haya mantenido exento del contacto
de la extraordinaria riqueza que nos legara la africanía.
Sin embargo, múltiples, variadas y
hasta sutiles formas de discriminación, son padecidas aún hoy por grandes
sectores de nuestra población, sin que no siempre seamos capaces de
reconocerlas y revelarlas. Una de las formas más conocidas y que ilustran mejor
la discriminación ha sido y sigue siendo, la discriminación por el color de la
piel. Y es que evidentemente, con el fin de la esclavitud no terminaron las
discriminaciones e intolerancias raciales.
Ellas persisten y persistirán, mientras en sociedades como la nuestra,
se mantengan las lacerantes e injustas desigualdades sociales y económicas.
Nunca resultará fácil borrar, de ningún modo, la tragedia histórica
que significó, el traslado forzoso y traumático de nuestros antepasados
africanos a estas tierras de América. De hombres, mujeres y niños libres,
pasaron a ser considerados bestias que sólo merecían ser esclavos, tener
propietarios y ser vendidos como una mercancía más. Separados con brutalidad y
crueldad de sus lugares de origen, por aquellos que un día entraron furtivamente a tierras americanas, fueron
obligados a embarcarse en una travesía que causó, según algunos historiadores,
que de 60 millones de negros introducidos en las calas, a estas tierras sólo
terminaran llegando 10 millones de ellos.
Este colosal crimen contra la humanidad que duró del siglo XVI al XIX
y que fuera reconocido así por la Conferencia Mundial contra el Racismo, la
Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia,
celebrada en Durban (Sudáfrica), del 31 de agosto al 8 de septiembre del 2001,
sigue impune y aguarda aún, un examen objetivo y riguroso de las causas,
consecuencias y lecciones que se desprenden de la esclavitud y de la trata
negrera.
La tragedia de la esclavitud más vil, que es, en resumen, la tragedia
de ayer y de hoy del continente africano, no ha terminado con el fin de la
trata transatlántica de esclavos y el establecimiento de normas y leyes que en
teoría, garantizan la igualdad de derechos de todas las personas. Entre los
afrodescendientes de nuestro hemisferio y del cual nuestro país no escapa,
sigue persistiendo una discriminación estructural que no resulta siempre fácil
de demostrar, pero que se expresa con mucha frecuencia en sus accesos al
empleo, a la calidad de la educación, a su atención por los servicios
sanitarios, en el sistema judicial y en la representación predominante que
puebla nuestras cárceles.
La diáspora africana, que tuvo su mayor expresión con el traslado
forzoso hacia América en calidad de esclavos, no ha concluido, aunque ya no se
utilicen barcos “negreros” y cadenas de hierro. Nuevas formas modernas de
esclavitud han surgido, como consecuencia de las exigencias actuales de la
comercialización capitalista y del lucro desmedido. El continente africano
sigue perdiendo a sus hijos, en una emigración que la opulenta Europa, no
tolera ahora, pero que forzó en el pasado; sufre el robo despiadado de sus
recursos naturales; la creciente privatización de sus mejores tierras por el
capital extranjero y el aprovechamiento de su mar territorial, como en el caso
de la empobrecida Somalia, para robarse sus recursos pesqueros o usarlo como
depósito de basura tóxica o radioactiva.
Ciertamente con esta remembranza de nuestras raíces, de nuestra
cultura y de nuestra identidad, no desaparecerán los cuatro siglos de dolor,
horror y vidas sacrificadas, que una aventura netamente comercial gestada e
impulsada por sociedades que se creyeron civilizadas y cultas, causaron a
nuestros antepasados africanos; pero sí servirá para demostrar, que nuestra
etnia conserva y conservará intacta su alegría de vivir y de soñar, por un
mundo de sincera igualdad y genuinamente humanos.
No hay duda alguna que se han hecho esfuerzos nacionales para ir
superando en cierta medida, el legado que nos dejó la esclavitud y el racismo
estructural que aún hoy subsiste. Sin embargo, es evidente que lo hecho hasta
ahora es totalmente insuficiente. Persisten desigualdades y discriminaciones
bien definidas, resultado de modelos de desarrollo excluyentes y de la ausencia
de políticas sociales conducentes, a garantizar los derechos y accesos plenos a
la educación, salud, trabajo y seguridad de los afrodescendientes.
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