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sábado, 3 de junio de 2017

La buena voluntad que falta hoy en Brasil

En la sociedad brasileña actual existe una ola de odio, de rabia y de desgarramiento que rara vez hemos tenido en nuestra historia. Hemos llegado a un punto en que la mala voluntad generalizada impide cualquier convergencia hacia una salida de la abrumadora crisis que afecta a toda la sociedad.

Leonardo Boff / Servicios Koinonia

Immanuel Kant (1724-1804), el más riguroso pensador de la ética en el Occidente moderno, en su Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785) hizo una afirmación de importantes consecuencias: No es posible pensar algo que, en cualquier lugar en el lugar del mundo e incluso fuera de él, pueda ser tenido estrictamente como bueno sino la buena voluntad (der Gute Wille) . Kant reconoce que cualquier proyecto ético tiene defectos. Sin embargo, todos los proyectos tienen algo común que es la buena voluntad. Traduciendo su difícil lenguaje: la buena voluntad es el único bien que es solamente bueno y para el que no cabe hacer ninguna restricción. La buena voluntad o es sólo buena o no es buena voluntad.

Esta es una verdad con serias consecuencias: Si la buena voluntad no es la actitud previa a todo lo que pensamos y hacemos, será imposible crear una base común que nos envuelva a todos. Si lo malicio todo, si todo lo pongo bajo sospecha y ya no confío en nadie, será imposible construir algo que congregue a todos. Dicho positivamente: sólo contando con la buena voluntad de todos puedo construir algo bueno para todos. En momentos de crisis como el nuestro, la buena voluntad es el factor principal de unión de todos para una respuesta viable que supere la crisis.

Estas reflexiones valen tanto para el mundo globalizado como para el Brasil actual. Si no hay buena voluntad en la gran mayoría de la humanidad, no vamos a encontrar una salida a la desesperante crisis social que desgarra a las sociedades periféricas, ni una solución para la alarma ecológica que pone en peligro el sistema-Tierra. Sólo en la COP 21 de París en diciembre de 2015 se llegó a un consenso mínimo en el sentido de contener el calentamiento global. Ni aún así las decisiones fueron vinculantes. Dependían de la buena voluntad de los gobiernos, cosa que no ocurrió, por ejemplo, con el parlamento norteamericano que solamente apoyó algunas medidas del presidente Obama.

En Brasil, si no contamos con la buena voluntad de la clase política, en gran parte corrompida y corruptora, ni con la buena voluntad de los órganos jurídicos y policiales jamás superaremos la corrupción que se encuentra en la estructura misma de nuestra débil democracia. Si esta buena voluntad no está también en los movimientos sociales y en la gran mayoría de los ciudadanos que con razón se resisten a los cambios anti-populares, no habrá nada, ni gobierno, ni ningún líder carismático, que sea capaz de plantear alternativas esperanzadoras.

La buena voluntad es la última tabla de salvación que nos queda. La situación mundial es una calamidad. Vivimos en permanente estado de guerra civil mundial. No hay nadie, ni las dos santidades, el Papa Francisco y el Dalai Lama, ni las élites intelectuales mundiales, ni la tecnociencia que proporcionen una clave de solución global. Exceptuando a los esotéricos que esperan soluciones extraterrestres, en realidad, dependemos únicamente de la buena voluntad de nosotros mismos.

Brasil reproduce en miniatura la carácter dramático que reviste la realidad mundial. La llaga social producida en quinientos años de descuido con las cosas del pueblo significa una sangría desatada. Nuestras élites nunca pensaron una solución para Brasil como un todo, sino sólo para sí. Están más empeñadas en defender sus privilegios que en garantizar derechos para todos. Aquí está la razón del golpe parlamentario que ha sido sostenido por las élites opulentas que quieren continuar con su nivel absurdo de acumulación, especialmente el sistema financiero y los bancos, cuyos beneficios son increíbles.

Por eso, los que sacaron a la Presidenta Dilma del poder con artimañas político-jurídicas, se atrevieron a modificar la constitución en cuestiones fundamentales para la gran mayoría del pueblo, como la legislación laboral y la seguridad social. Han pretendido, en último término, desmontar los beneficios sociales de millones de personas, integradas en la sociedad por los dos gobiernos anteriores, y permitido un traspaso fabuloso de riqueza a las oligarquías adineradas, absolutamente despegadas del sufrimiento del pueblo con su egoísmo pecaminoso.

Al contrario del pueblo brasileño, que ha mostrado históricamente una inmensa buena voluntad, estas oligarquías se niegan a saldar la hipoteca de buena voluntad que deben al país.

Si la buena voluntad es tan decisiva, entonces urge suscitarla en todos. En momentos de peligro, en el caso del barco-Brasil que se hunde, todos, hasta los corruptores se, sienten obligados a ayudar con lo que les queda de buena voluntad. Ya no cuentan las diferencias partidistas, sino el destino común de la nación, que no puede caer en la categoría de un país fallido.

En todos existe un capital inestimable de buena voluntad que pertenece a nuestra naturaleza de seres sociales. Si cada uno quisiese de hecho que Brasil saliera adelante, con la buena voluntad de todos seguramente lo conseguiría.

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