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sábado, 1 de julio de 2017

Costa Rica: hacia un acuerdo nacional

Todos los problemas o desafíos actuales: económicos, sociales, culturales, educativos, o provocados colateralmente por  el impacto humano del incontenible de desarrollo científico-tecnológico, deben ser asumidos políticamente en vistas a lograr compromisos colectivos teniendo en mente prioritariamente la nación como un todo. 

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

Cuando ya estamos a punto de iniciar una nueva campaña electoral y los partidos calientan músculos para lanzarse en esta recta final, me ha llegado un documento que considero de la mayor trascendencia en la historia política reciente de nuestro país. Se titula ACUERDO NACIONAL. Y para darle mayor relevancia, por no decir urgencia, a manera de subtítulo sus autores  dan una justificación en los siguientes términos: POR LA COSTA RICA BICENTENARIA – 2021. O sea que, si bien se trata de propuestas aprobadas en su mayoría  por todos los partidos  políticos representados en la actual Asamblea Legislativa y que enviaron a  miembros  de alto nivel, no tienen carácter compulsivo. Esto no obstante, tampoco se trata de un acto de simple buena voluntad, o un cúmulo de buenos deseos y de consejos, tan bien intencionados como carentes de eficacia real; por lo contrario, se pretende ir más lejos y evitar tales escollos. Por eso el documento será presentado a los candidatos que los partidos hayan elegido para las próximas elecciones. Todo lo cual me parece excelente.

De mi parte, solo deseo que efectivamente se convierta en una especie de común denominador en que se basen para formular sus propuestas en las próximas elecciones, pues   quienes han discutido y aprobado la mayoría de las propuestas del mencionado documento fueron los partidos políticos actualmente representados en la Asamblea Legislativa. Lo cual demuestra que, quien propuso esta feliz idea, el actual diputado Otón Solís y los señores  Miguel Gutiérrez y Roberto Artavia, quienes la asumieron como coordinadores de los equipos de estudio, situaron este propuestas en el ámbito o terreno adecuado: el político. De ahí que uno de los  mayores méritos de esta iniciativa radica en  reivindicar el carácter prioritario de la acción política democrática  como lugar donde los costarricenses deben dirimir sus diferencias y llegar a acuerdos, teniendo en mente ante todo el  futuro de una nación que vive en la incertidumbre que rodea al advenimiento de un nuevo milenio (el tercero de la historia de Occidente hoy dominante en el mundo), que ha traído y seguirá trayendo en el futuro cambios, no solo imprevistos, sino de una radicalidad que la especie sapiens no ha experimentado nunca en sus miles de años de transitar evolutivo.

Todos los problemas o desafíos actuales: económicos, sociales, culturales, educativos, o provocados colateralmente por  el impacto humano del incontenible de desarrollo científico-tecnológico, deben ser asumidos políticamente en vistas a lograr compromisos colectivos teniendo en mente prioritariamente la nación como un todo.  Lo cual demuestra que sus autores están conscientes de que, si bien Costa Rica se acerca a los doscientos años de vida republicana y, con ello,  tiene una trayectoria institucional ya consolidada, esto debe servir tan solo de punto de partida. No se trata de hacer política para conservar  mecánica y rígidamente lo hasta ahora  logrado, sino de reformar  lo que se sienta como un obstáculo o una rémora.  Por eso la palabra REFORMA  se repetirá una y muchas veces. No estamos ante una revolución, pero tampoco ante una reacción. Se expone una serie de propuestas cuyo objetivo es avanzar sin tener que sufrir traumas institucionales, períodos dramáticos caracterizados por el vacío de poder que rozan el caos, como ha sucedido y sigue sucediendo por desgracia en no pocas regiones del mundo. Se busca promover la justicia y la solidaridad al lado de la eficacia y la eficiencia, a fin de evitar lo peor.

Hemos de reconocer que esta iniciativa no es enteramente novedosa en nuestro medio, pues ya en un gobierno anterior se había nombrado a un grupo de “notables” (¿!) para que hicieran propuestas en ese sentido; pero como carecían de un consenso político previo, fueron archivadas hasta el punto de que  hoy nadie las menciona por lo que no obtuvieron ninguna trascendencia real. Hoy se pretende evitar esos escollos; por lo que el próximo paso debe ser la divulgación de ese documento y convertirlo así en una especie de programa común conducente a lograr un compromiso moral y de honor de todos los candidatos; lo cual sería un paso sin precedentes en nuestra historia. Pero, insisto, se trata de una propuesta, es decir, de una respuesta. Toda respuesta supone una pregunta previa. La pregunta constituye el trasfondo o contexto dentro del cual debe entenderse el alcance y la significación concreta de la respuesta. La pregunta sirve por ello mismo de criterio para juzgar si la respuesta es adecuada, oportuna y, sobre todo, si posee la capacidad de ser eficiente para asumir con posibilidades de éxito  los desafíos que la originaron. Estos desafíos pueden resumirse en un solo mal o enfermedad: INGOBERNABILIDAD. Hay una sensación  generalizada de que el país está estancado; los desacuerdos pesan más que los consensos, a no ser en lo negativo; por lo que  nadie se atreve a dar un paso hacia adelante. 

Sospecho que esa fue la sensación que prevalecía entre quienes concibieron y llevaron a cabo esta audaz y  patriótica iniciativa. Si esta propuesta logra consensos concretos y sólidos, no sería exagerado afirmar que  se está dando un primer gran paso para asumir creativamente los  inéditos retos que trae consigo esta nueva época que vive la humanidad. Esta iniciativa podría convertirse en un impulso que imprima nueva vida a nuestra patria; porque un país que no se renueva, que no se reinventa frente a cada nueva  coyuntura histórica, está condenado a la decrepitud, por no decir a la rigidez cadavérica. Una iniciativa como ésta demuestra que nuestra democracia vive; que las celebraciones de cumpleaños de casi dos siglos de existencia de la Independencia no deben ser un mero ritual insulso y cansino, sino un impulso al calor del fuego que imprimieron nuestros padres fundadores  a su gesta libertaria.  Se ha sembrado una semilla cuya cosecha se espera obtener en un futuro cercano para que nuestro país se nutra de aquella savia que le dio origen en 1821.   Por ahora solo cabe exhortar a los autores a que le den la máxima difusión a este documento histórico fruto de una ímproba y erudita labor, a nuestros compatriotas a que lo estudien y, por supuesto, a los candidatos  para que asuman un compromiso de implementarlo ante el pueblo cuyo voto  buscan obtener.


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