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sábado, 8 de julio de 2017

El futuro del trabajo en América Latina

El trabajo ya no será igual. La digitalización y la automatización modifican el paisaje laboral en América Latina. Fabio Bertranou, director de la Oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en el Cono Sur, explica este proceso y sus posibles consecuencias.

Mariano Schuster / Nueva Sociedad

Fabio Bertranou, director la Oficina
de la OIT para el Cono Sur.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) realizó una conferencia en Santiago de Chile dedicada al futuro del trabajo. La conferencia se produjo en un contexto en el que la globalización económica y los procesos de digitalización están afectando las fuentes de trabajo de hombres y mujeres en todo el mundo, y esto está comenzando a impactar también en América Latina. ¿Cuáles son sus consideraciones sobre la adaptación de la región a los cambios tecnológicos y económicos del capitalismo? ¿Ha habido avances en relación con la materia, para asegurar tanto el futuro de los trabajadores como el desarrollo de la región?

Los gobiernos y actores sociales han comenzado a debatir en América Latina, al igual que en los países más desarrollados, las distintas dimensiones que involucra el futuro del trabajo. Una diferencia importante es que estamos atrasados en dicho debate: mientras que en el mundo desarrollado ya están pensando en forma prospectiva, en América Latina recién comenzamos a considerar las consecuencias inmediatas que tendrían tanto la globalización como la robotización y digitalización de la producción. Imperiosamente tenemos que pasar de un posición reactiva a mirar prospectivamente las oportunidades y los desafíos para la región. Es fundamental que los trabajadores y sus organizaciones sindicales sean protagonistas en este debate del futuro del trabajo, lo que no solo implica considerar los efectos en el empleo sino, más ampliamente, involucrarse en debates sobre la organización de la producción y la misma gobernanza del trabajo.

La perspectiva a escala global marca un proceso contradictorio. Por un lado, el desarrollo de nuevos procesos tecnológicos, entre los que se destacan la industria 4.0 y la mencionada digitalización del trabajo. Por otro, sin embargo, se evidencia un proceso de voluntad «desglobalizadora» de algunos Estados, con marcados retornos al nacionalismo económico como reacción a las nuevas dinámicas del capitalismo. ¿Cómo reacciona el mercado de trabajo ante estas dinámicas? ¿Qué previsiones hay para América Latina en un contexto tan cambiante como el actual?

Efectivamente, es curiosa esta doble dimensión, pero creo que son dos caras de la misma moneda. Las reacciones basadas en los «nacionalismos económicos» al estilo Trump son reacciones políticas para capitalizar el descontento y los efectos que se producen en segmentos de la población y, particularmente, en los trabajadores asalariados en sectores económicos tradicionales como la industria. Sin embargo, la mundialización de la economía es un proceso inevitable; lo relevante es que ese proceso tenga una transición justa y que la dimensión social sea una parte visible y de acción política decisiva. Creo que los países pueden encontrar la forma de integrarse razonablemente a las cadenas globales de producción, pero atendiendo a las oportunidades y los efectos en las comunidades locales. El desarrollo económico y social a escala subnacional no es necesariamente incompatible con una estrategia de inserción internacional de los países. Aquí, nuevamente, la sostenibilidad de estos procesos será posible si las instituciones de diálogo y concertación social son fuertes y representativas.

¿Está en riesgo el futuro del trabajo tal como lo conocemos? Los fenómenos que mencionaba recientemente ¿ponen realmente en peligro el sostenimiento de economías basadas en el trabajo? Si es así, ¿piensa la OIT en alternativas vinculadas a políticas como la renta básica o ingresos ciudadanos que puedan paliar esa progresiva desaparición del empleo?

Esta es una de las dimensiones más importantes del debate al que ha invitado el director general de la OIT Guy Ryder en vistas del centenario de la Organización en 2019. El trabajo continuará siendo parte de nuestro futuro, pero sin lugar a dudas tendrá formas de empleo y organización diferentes. Es por ello que el debate sobre el futuro del trabajo no tiene que circunscribirse a los efectos de la tecnología en la desaparición y creación de ciertos empleos. Es un momento oportuno para tener una reflexión más amplia que involucre reexaminar –y, naturalmente, revalorizar– el papel que tiene el trabajo en las sociedades que queremos, como así también el rol que deben tener las instituciones laborales, incluyendo el diálogo social, que gobiernan las relaciones laborales. Cuando decimos relaciones laborales, no nos referimos solamente a las formas estándares que conocemos como asalariadas, donde hay una clara identificación de un empleador y un trabajador en relación de dependencia, sino también a todas las formas de relaciones laborales que se generan a partir del creciente surgimiento de empleos atípicos (por ejemplo, el empleo temporal, el trabajo a tiempo parcial, el trabajo temporal a través de agencia, la subcontratación, el trabajo por cuenta propia dependiente y las relaciones de trabajo ambiguas).

En este contexto, el debate sobre la necesidad y viabilidad de la renta básica es ineludible, aunque por el momento no hay consensos claros al respecto. Sí es claro que las economías de mercado funcionan a partir de la acción de los consumidores y estos requieren ingresos para poder consumir y hacer posible la existencia de empresas que se sustenten en el tiempo.

Los datos del panorama laboral de la región distan mucho de ser alentadores. Los últimos informes de la OIT marcan aumentos de la tasa de desempleo, a la vez que incrementos en la informalidad. ¿Cuáles son las causas principales que identifica para ambos fenómenos y qué recomendaciones hace la OIT para paliarlos?

Luego de una década muy buena en lo económico y social, producto del superciclo de las materias primas y de las mejoras en el mercado laboral y la protección social, hemos ingresado en una nueva normalidad de bajo crecimiento del producto y el empleo, similar a la que tuvimos entre los 70 y 2000. Nos hemos encontrado nuevamente sin el velo que ocultaba las consecuencias de la heterogeneidad productiva (y de productividad) con alta incidencia del empleo precario, informalidad y desigualdad. En otras palabras, en América Latina no solo debemos ver prospectivamente los desafíos que implica el futuro del trabajo, sino también seguir atendiendo los déficits de trabajo decente que tenemos estructuralmente. La OIT en el nivel regional (América Latina y el Caribe) ha planteado organizar su trabajo en tres ámbitos principales. El primero, un involucramiento más activo de sus constituyentes (gobiernos a través de los ministerios de Trabajo, organizaciones de trabajadores y organizaciones de empleadores) en las políticas productivas para más y mejor empleos. El segundo ámbito tiene que ver con las políticas de formalización laboral y el tercero, con continuar con la promoción, adopción y aplicación efectiva de las normas internacionales del trabajo a escala nacional, particularmente aquellas que tienen que ver con los derechos fundamentales en el trabajo.

En todo el continente ha quedado claro que quienes más sufren la informalidad y la desocupación son las mujeres y los jóvenes. ¿Qué políticas propone la OIT para mitigar este proceso?

Efectivamente, la incidencia de la informalidad y la desocupación es más alta en las mujeres y los jóvenes. Aquí hay mucho para hacer en el ámbito de las políticas públicas y el trabajo que realizan los actores sociales. Si bien la incidencia porcentual en estos dos grupos mencionados es más alta, en términos absolutos la mayor cantidad de trabajadores informales está representada por hombres en edades centrales. Y esto tiene implicancias muy grandes en términos del efecto agregado en la productividad de la economía y en la reproducción de la informalidad en los niveles familiar e intergeneracional.

En 2014, la OIT adoptó una nueva recomendación que aborda el tema de la formalización de la economía informal (Recomendación 204 de la OIT). Aquí los constituyentes tripartitos acordaron que el abordaje más efectivo para reducir la informalidad consiste en una estrategia integral. No hay una bala de plata, sino que se requiere un enfoque que combine sanciones, incentivos, políticas productivas e involucramiento activo de los actores sociales. No es una terea solamente de los ministerios de Trabajo, sino que requiere una política de Estado que involucre integralmente a un conjunto amplio de actores gubernamentales y no gubernamentales.

Una de las temáticas centrales que abordó la OIT en su conferencia en Santiago de Chile es la del rol del diálogo social. Este se produce en un momento de importantes tensiones, en el que América Latina parece vivir procesos de flexibilización laboral y aperturas de mercados que podrían afectar aún más a los trabajadores de la región. ¿Qué papel están jugando los sindicatos para garantizar, a la vez, el mejoramiento de las condiciones laborales y el sostenimiento de las fuentes ya existentes, y qué respuestas está ofreciendo el empresariado? ¿Qué propuestas está haciendo la OIT para que el diálogo social sea fructífero?

El diálogo social está en el corazón de la acción de la OIT y, consecuentemente, fue uno de los temas centrales de los debates sobre el futuro del trabajo en la conferencia realizada en Santiago de Chile. Las organizaciones sindicales renovaron su compromiso en poner el diálogo social y las instituciones laborales en el centro de la promoción del trabajo decente.
También tuvimos otros temas relevantes de debate. Uno de ellos refirió a cómo los cambios en la organización de la producción y la irrupción de la tecnología en numerosos segmentos del mercado de trabajo pueden afectar los niveles de sindicalización, especialmente en aquellos en los que la afiliación ha sido relativamente más alta. Por ejemplo, en el sector comercio, la creciente venta online y los nuevos canales de comercialización están afectando tanto el empleo en el sector como también los niveles de sindicalización.

La acción de la Oficina de la OIT en materia de diálogo social es diversa. Una de las acciones es el fortalecimiento de los actores del diálogo, y aquí se trabaja en contribuir para generar capacidades no soloen los sindicatos sino también en las organizaciones de empleadores. Más allá de que podemos considerar que hay un desbalance económico entre empleadores y trabajadores, un requisito importante para un diálogo efectivo y conducente es que las organizaciones que participan del diálogo sean representativas y estén preparadas y formadas para un diálogo constructivo. Es por ello que trabajamos tanto con trabajadores como con empleadores para su fortalecimiento institucional para el diálogo.

Otra función importante de la Oficina de la OIT consiste en generar conocimiento y mostrar evidencia de los efectos positivos en materia de productividad, eficiencia y equidad que produce tener espacios e instituciones de diálogo social como la negociación colectiva.

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