El trabajo ya no será
igual. La digitalización y la automatización modifican el paisaje laboral en
América Latina. Fabio Bertranou, director de la Oficina de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) en el Cono Sur, explica este proceso y sus
posibles consecuencias.
Mariano Schuster / Nueva Sociedad
Fabio Bertranou, director la Oficina de la OIT para el Cono Sur. |
La Organización Internacional del Trabajo (OIT)
realizó una conferencia en Santiago de Chile dedicada al futuro del trabajo. La
conferencia se produjo en un contexto en el que la globalización económica y
los procesos de digitalización están afectando las fuentes de trabajo de
hombres y mujeres en todo el mundo, y esto está comenzando a impactar también
en América Latina. ¿Cuáles son sus consideraciones sobre la adaptación de la
región a los cambios tecnológicos y económicos del capitalismo? ¿Ha habido
avances en relación con la materia, para asegurar tanto el futuro de los
trabajadores como el desarrollo de la región?
Los
gobiernos y actores sociales han comenzado a debatir en América Latina, al
igual que en los países más desarrollados, las distintas dimensiones que
involucra el futuro del trabajo. Una diferencia importante es que estamos
atrasados en dicho debate: mientras que en el mundo desarrollado ya están
pensando en forma prospectiva, en América Latina recién comenzamos a considerar
las consecuencias inmediatas que tendrían tanto la globalización como la
robotización y digitalización de la producción. Imperiosamente tenemos que
pasar de un posición reactiva a mirar prospectivamente las oportunidades y los
desafíos para la región. Es fundamental que los trabajadores y sus
organizaciones sindicales sean protagonistas en este debate del futuro del
trabajo, lo que no solo implica considerar los efectos en el empleo sino, más
ampliamente, involucrarse en debates sobre la organización de la producción y
la misma gobernanza del trabajo.
La perspectiva a escala global marca un proceso
contradictorio. Por un lado, el desarrollo de nuevos procesos tecnológicos,
entre los que se destacan la industria 4.0 y la mencionada digitalización del
trabajo. Por otro, sin embargo, se evidencia un proceso de voluntad
«desglobalizadora» de algunos Estados, con marcados retornos al nacionalismo
económico como reacción a las nuevas dinámicas del capitalismo. ¿Cómo reacciona
el mercado de trabajo ante estas dinámicas? ¿Qué previsiones hay para América
Latina en un contexto tan cambiante como el actual?
Efectivamente,
es curiosa esta doble dimensión, pero creo que son dos caras de la misma
moneda. Las reacciones basadas en los «nacionalismos económicos» al estilo
Trump son reacciones políticas para capitalizar el descontento y los efectos
que se producen en segmentos de la población y, particularmente, en los
trabajadores asalariados en sectores económicos tradicionales como la
industria. Sin embargo, la mundialización de la economía es un proceso
inevitable; lo relevante es que ese proceso tenga una transición justa y que la
dimensión social sea una parte visible y de acción política decisiva. Creo que
los países pueden encontrar la forma de integrarse razonablemente a las cadenas
globales de producción, pero atendiendo a las oportunidades y los efectos en
las comunidades locales. El desarrollo económico y social a escala subnacional
no es necesariamente incompatible con una estrategia de inserción internacional
de los países. Aquí, nuevamente, la sostenibilidad de estos procesos será
posible si las instituciones de diálogo y concertación social son fuertes y
representativas.
¿Está en riesgo el futuro del trabajo tal como lo
conocemos? Los fenómenos que mencionaba recientemente ¿ponen realmente en
peligro el sostenimiento de economías basadas en el trabajo? Si es así, ¿piensa
la OIT en alternativas vinculadas a políticas como la renta básica o ingresos
ciudadanos que puedan paliar esa progresiva desaparición del empleo?
Esta es una
de las dimensiones más importantes del debate al que ha invitado el director
general de la OIT Guy Ryder en vistas del centenario de la Organización en
2019. El trabajo continuará siendo parte de nuestro futuro, pero sin lugar a
dudas tendrá formas de empleo y organización diferentes. Es por ello que el
debate sobre el futuro del trabajo no tiene que circunscribirse a los efectos
de la tecnología en la desaparición y creación de ciertos empleos. Es un
momento oportuno para tener una reflexión más amplia que involucre reexaminar
–y, naturalmente, revalorizar– el papel que tiene el trabajo en las sociedades
que queremos, como así también el rol que deben tener las instituciones
laborales, incluyendo el diálogo social, que gobiernan las relaciones
laborales. Cuando decimos relaciones laborales, no nos referimos solamente a
las formas estándares que conocemos como asalariadas, donde hay una clara
identificación de un empleador y un trabajador en relación de dependencia, sino
también a todas las formas de relaciones laborales que se generan a partir del
creciente surgimiento de empleos atípicos (por ejemplo, el empleo temporal, el
trabajo a tiempo parcial, el trabajo temporal a través de agencia, la
subcontratación, el trabajo por cuenta propia dependiente y las relaciones de
trabajo ambiguas).
En este contexto,
el debate sobre la necesidad y viabilidad de la renta básica es ineludible,
aunque por el momento no hay consensos claros al respecto. Sí es claro que las
economías de mercado funcionan a partir de la acción de los consumidores y
estos requieren ingresos para poder consumir y hacer posible la existencia de
empresas que se sustenten en el tiempo.
Los datos del panorama laboral de la región distan
mucho de ser alentadores. Los últimos informes de la OIT marcan aumentos de la
tasa de desempleo, a la vez que incrementos en la informalidad. ¿Cuáles son las
causas principales que identifica para ambos fenómenos y qué recomendaciones
hace la OIT para paliarlos?
Luego de
una década muy buena en lo económico y social, producto del superciclo de las
materias primas y de las mejoras en el mercado laboral y la protección social,
hemos ingresado en una nueva normalidad de bajo crecimiento del producto y el
empleo, similar a la que tuvimos entre los 70 y 2000. Nos hemos encontrado
nuevamente sin el velo que ocultaba las consecuencias de la heterogeneidad
productiva (y de productividad) con alta incidencia del empleo precario,
informalidad y desigualdad. En otras palabras, en América Latina no solo
debemos ver prospectivamente los desafíos que implica el futuro del trabajo,
sino también seguir atendiendo los déficits de trabajo decente que tenemos
estructuralmente. La OIT en el nivel regional (América Latina y el Caribe) ha
planteado organizar su trabajo en tres ámbitos principales. El primero, un
involucramiento más activo de sus constituyentes (gobiernos a través de los
ministerios de Trabajo, organizaciones de trabajadores y organizaciones de
empleadores) en las políticas productivas para más y mejor empleos. El segundo
ámbito tiene que ver con las políticas de formalización laboral y el tercero,
con continuar con la promoción, adopción y aplicación efectiva de las normas
internacionales del trabajo a escala nacional, particularmente aquellas que
tienen que ver con los derechos fundamentales en el trabajo.
En todo el continente ha quedado claro que quienes
más sufren la informalidad y la desocupación son las mujeres y los jóvenes.
¿Qué políticas propone la OIT para mitigar este proceso?
Efectivamente,
la incidencia de la informalidad y la desocupación es más alta en las mujeres y
los jóvenes. Aquí hay mucho para hacer en el ámbito de las políticas públicas y
el trabajo que realizan los actores sociales. Si bien la incidencia porcentual
en estos dos grupos mencionados es más alta, en términos absolutos la mayor cantidad
de trabajadores informales está representada por hombres en edades centrales. Y
esto tiene implicancias muy grandes en términos del efecto agregado en la
productividad de la economía y en la reproducción de la informalidad en los
niveles familiar e intergeneracional.
En 2014, la
OIT adoptó una nueva recomendación que aborda el tema de la formalización de la
economía informal (Recomendación 204 de la OIT). Aquí los constituyentes
tripartitos acordaron que el abordaje más efectivo para reducir la informalidad
consiste en una estrategia integral. No hay una bala de plata, sino que se
requiere un enfoque que combine sanciones, incentivos, políticas productivas e
involucramiento activo de los actores sociales. No es una terea solamente de
los ministerios de Trabajo, sino que requiere una política de Estado que
involucre integralmente a un conjunto amplio de actores gubernamentales y no
gubernamentales.
Una de las temáticas centrales que abordó la OIT en
su conferencia en Santiago de Chile es la del rol del diálogo social. Este se
produce en un momento de importantes tensiones, en el que América Latina parece
vivir procesos de flexibilización laboral y aperturas de mercados que podrían
afectar aún más a los trabajadores de la región. ¿Qué papel están jugando los
sindicatos para garantizar, a la vez, el mejoramiento de las condiciones
laborales y el sostenimiento de las fuentes ya existentes, y qué respuestas
está ofreciendo el empresariado? ¿Qué propuestas está haciendo la OIT para que
el diálogo social sea fructífero?
El diálogo
social está en el corazón de la acción de la OIT y, consecuentemente, fue uno
de los temas centrales de los debates sobre el futuro del trabajo en la
conferencia realizada en Santiago de Chile. Las organizaciones sindicales
renovaron su compromiso en poner el diálogo social y las instituciones
laborales en el centro de la promoción del trabajo decente.
También
tuvimos otros temas relevantes de debate. Uno de ellos refirió a cómo los
cambios en la organización de la producción y la irrupción de la tecnología en
numerosos segmentos del mercado de trabajo pueden afectar los niveles de
sindicalización, especialmente en aquellos en los que la afiliación ha sido
relativamente más alta. Por ejemplo, en el sector comercio, la creciente venta online
y los nuevos canales de comercialización están afectando tanto el empleo en
el sector como también los niveles de sindicalización.
La acción
de la Oficina de la OIT en materia de diálogo social es diversa. Una de las
acciones es el fortalecimiento de los actores del diálogo, y aquí se trabaja en
contribuir para generar capacidades no soloen los sindicatos sino también en
las organizaciones de empleadores. Más allá de que podemos considerar que hay
un desbalance económico entre empleadores y trabajadores, un requisito
importante para un diálogo efectivo y conducente es que las organizaciones que
participan del diálogo sean representativas y estén preparadas y formadas para
un diálogo constructivo. Es por ello que trabajamos tanto con trabajadores como
con empleadores para su fortalecimiento institucional para el diálogo.
Otra
función importante de la Oficina de la OIT consiste en generar conocimiento y
mostrar evidencia de los efectos positivos en materia de productividad,
eficiencia y equidad que produce tener espacios e instituciones de diálogo
social como la negociación colectiva.
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