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domingo, 20 de agosto de 2017

La amenaza imperial

Cada vez que el señor Trump abre la boca, alguien es amenazado. La amenaza se ha convertido en el recurso predilecto de este personaje, que si no fuera el Presidente de Estados Unidos sería visto simplemente como un demente o un bravucón. Pero es el gobernante de la mayor potencia del planeta y eso da a sus amenazas un tono verdaderamente siniestro.

Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo

Ahora sus amenazas se han enfilado contra Venezuela, país en el que existe una revolución que no es del agrado de Estados Unidos y de algunos gobiernos de América Latina, y donde una oposición política feroz ha desatado una suerte de conflicto callejero permanente, que geográficamente se limita a unos muy pocos municipios del país (aquellos donde vive la alta clase), pero que la campaña mediática internacional muestra como si envolviera a toda esa nación. Siguiendo una pauta trazada por sus amos imperiales, sectores de oposición ultraderechista han impuesto una política de terror en los barrios elegantes que están bajo su influencia y han llegado a cometer crímenes verdaderamente abominables, como el atacar hospitales de niños o quemar vivo a cualquier militante chavista que caiga en sus manos.

Todo ello ha sido utilizado por una cadena mediática internacional, enemiga de Venezuela y obediente al imperio, para acusar al gobierno bolivariano de haber montado una dictadura brutal y de reprimir duramente a una oposición democrática. Y esa campaña mediática, a su vez, ha alentado la continuación de las salvajes ‘guarimbas’ de la oposición interna, con la que se retroalimentan mutuamente.

Los demócratas de América Latina y del mundo hemos sido testigos de los reiterados esfuerzos del gobierno de Nicolás Maduro por establecer un diálogo constructivo con la oposición, que permitiese superar el conflicto político y convenir mecanismos de convivencia pacífica. Hemos mirado con esperanza la participación de algunos mediadores internacionales, incluido el Papa, para apoyar esos diálogos. Pero también hemos visto cómo los sectores más radicales de la oposición venezolana, aquellos sostenidos por el imperio, han terminado imponiendo a los demás su política de negación, para luego seguir con su campaña terrorista.

Como un recurso supremo, impuesto por las circunstancias, el Gobierno Bolivariano de Venezuela ha convocado a una Asamblea Constituyente de plenos poderes, para sea esta instancia política superior la que busque y dicte soluciones para un conflicto que es esencialmente político. El pueblo venezolano ha respondido mayoritariamente a la convocatoria y ha elegido a los diputados de esa Asamblea, que incluso han sido votados por la población de los barrios elegantes, que se halla cansada del terror impuesto por bandas de terroristas y criminales comunes.

Y es aquí cuando llegan dos pronunciamientos coordinados: el uno, la declaratoria de un grupo de gobiernos latinoamericanos de derecha, liderados por la dictadura de Brasil, que acusan al gobierno de Maduro de haber roto la democracia; y el otro, la amenaza del señor Trump de que invadirá Venezuela con sus tropas si las cosas no se hacen según su voluntad.

Tanto la declaratoria de unos como la amenaza del otro son intolerables, porque violan el derecho soberano del pueblo venezolano a darse el gobierno que sea de su agrado y a escoger el rumbo político que le plazca. Democracia no es hacer lo que le guste al país vecino, o al país más poderoso, sino lo que apruebe la mayoría del propio país.


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