Cada vez que el señor
Trump abre la boca, alguien es amenazado. La amenaza se ha convertido en el
recurso predilecto de este personaje, que si no fuera el Presidente de Estados
Unidos sería visto simplemente como un demente o un bravucón. Pero es el
gobernante de la mayor potencia del planeta y eso da a sus amenazas un tono
verdaderamente siniestro.
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo
Ahora sus amenazas se
han enfilado contra Venezuela, país en el que existe una revolución que no es
del agrado de Estados Unidos y de algunos gobiernos de América Latina, y donde
una oposición política feroz ha desatado una suerte de conflicto callejero
permanente, que geográficamente se limita a unos muy pocos municipios del país
(aquellos donde vive la alta clase), pero que la campaña mediática
internacional muestra como si envolviera a toda esa nación. Siguiendo una pauta
trazada por sus amos imperiales, sectores de oposición ultraderechista han
impuesto una política de terror en los barrios elegantes que están bajo su
influencia y han llegado a cometer crímenes verdaderamente abominables, como el
atacar hospitales de niños o quemar vivo a cualquier militante chavista que
caiga en sus manos.
Todo ello ha sido
utilizado por una cadena mediática internacional, enemiga de Venezuela y
obediente al imperio, para acusar al gobierno bolivariano de haber montado una
dictadura brutal y de reprimir duramente a una oposición democrática. Y esa
campaña mediática, a su vez, ha alentado la continuación de las salvajes
‘guarimbas’ de la oposición interna, con la que se retroalimentan mutuamente.
Los demócratas de
América Latina y del mundo hemos sido testigos de los reiterados esfuerzos del
gobierno de Nicolás Maduro por establecer un diálogo constructivo con la
oposición, que permitiese superar el conflicto político y convenir mecanismos
de convivencia pacífica. Hemos mirado con esperanza la participación de algunos
mediadores internacionales, incluido el Papa, para apoyar esos diálogos. Pero
también hemos visto cómo los sectores más radicales de la oposición venezolana,
aquellos sostenidos por el imperio, han terminado imponiendo a los demás su
política de negación, para luego seguir con su campaña terrorista.
Como un recurso
supremo, impuesto por las circunstancias, el Gobierno Bolivariano de Venezuela
ha convocado a una Asamblea Constituyente de plenos poderes, para sea esta
instancia política superior la que busque y dicte soluciones para un conflicto
que es esencialmente político. El pueblo venezolano ha respondido
mayoritariamente a la convocatoria y ha elegido a los diputados de esa
Asamblea, que incluso han sido votados por la población de los barrios
elegantes, que se halla cansada del terror impuesto por bandas de terroristas y
criminales comunes.
Y es aquí cuando llegan
dos pronunciamientos coordinados: el uno, la declaratoria de un grupo de
gobiernos latinoamericanos de derecha, liderados por la dictadura de Brasil,
que acusan al gobierno de Maduro de haber roto la democracia; y el otro, la
amenaza del señor Trump de que invadirá Venezuela con sus tropas si las cosas
no se hacen según su voluntad.
Tanto la declaratoria
de unos como la amenaza del otro son intolerables, porque violan el derecho
soberano del pueblo venezolano a darse el gobierno que sea de su agrado y a
escoger el rumbo político que le plazca. Democracia no es hacer lo que le guste
al país vecino, o al país más poderoso, sino lo que apruebe la mayoría del
propio país.
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