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sábado, 9 de septiembre de 2017

Argentina: Nación mapuche y nacionalismo territorial oligárquico

Hay clima guerrero frente a las ocupaciones de tierras por los mapuches, realizadas en palabras de los poco escuchados voceros de éstos para exigir el cumplimiento de lo prescripto en el inciso 17 del artículo 75 de la Constitución Nacional. Y lo hay entre los partícipes de un nacionalismo puramente territorial y demarcatorio de límites internacionales, devoto de la propiedad privada.

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Entre la nación mapuche con sus  reivindicaciones  y su legión de antagonistas, parece ser que se está abriendo otra grieta en la sociedad, más infranqueable aún que la que existe entre los partidarios K y el sector mayoritariamente reaccionario anti-K. Tarde o temprano Cristina y Macri pasarán a ser sólo una página en la historia política que juzgará  sus aciertos y errores,  mientras  que los miembros de los pueblos originarios trasmitirán sus genes y con ellos sus afanes reivindicatorios por las generaciones de las generaciones.

Más que grieta entonces, se trata de una brasa ardiente en reclamo de justicia, porque el “problema del indio” lo crearon los blancos invasores, “la oligarquía, que se repartió la tierra de que aquél fue despojado”, dicho en términos de Liborio Justo, el hijo rebelde del presidente Agustín P. Justo, que asimismo reprodujo  en su obra “Pampas y lanzas” aparecida con el seudónimo Quebracho, la exclamación de Santiago Estrada extraída del libro Viajes: “¡Pobres indios! La civilización es responsable de vuestra barbarie”.   

Por de pronto y como lo adelantamos con preocupación en un correo de lectores aparecido en La Prensa el domingo 3 de septiembre del corriente,  se lee y escucha  que hay sectores que piden la represión con mano dura de los descendientes del pueblo ancestral patagónico; en tanto varios comunicadores de medios hegemónicos intentan azuzar la peregrina idea de algo así como una nueva Conquista del Desierto. Cuando quizá la verdadera Conquista del Desierto sea la Reforma Agraria, según lo vislumbró Álvaro Yunque (Alcides Gandolfi Herrero) en la dedicatoria “a los argentinos que la realicen”, que luce en la primera página de su libro de 1956: “Calfucurá la conquista de las pampas”,  reeditado en 2008 por la Biblioteca Nacional, con eruditos prólogos de Guillermo David y Mario Tesler.

Hay clima guerrero frente a las ocupaciones de tierras por los mapuches, realizadas en palabras de los poco escuchados voceros de éstos para exigir el cumplimiento de lo prescripto en el inciso 17 del artículo 75 de la Constitución Nacional. Y lo hay entre los partícipes de un nacionalismo puramente territorial y demarcatorio de límites internacionales, que devoto de la propiedad privada,  no cuestiona las estancias británicas o de británicos como Joseph Lewis, el amigo del presidente Macri, ni las posesiones de la Corona Holandesa vía Máxima Zorreguieta, ni lo hace con los latifundios de empresas multinacionales como Benetton que poseen verdaderos Estados privados con ejércitos propios, entre otros sitios en suelo de nuestras provincias sureñas, como el neuquino  País de las Manzanas del legendario Lonko Sayhueque.

En forma harto curiosa, eso sí,  se bate el parche de la solidaridad con otros pueblos originarios extinguidos o en gran medida mestizados con mapuches, como los tehuelches. ¿Será porque los que estarían en pie de guerra son aquéllos y no éstos? (Claro que la contienda, de serlo, se muestra desigual y los muertos y desaparecidos los pone una sola parte: “Dos mapuches  están graves tras ser desalojados de La Trochita”, tituló La Prensa  el 13 de enero del corriente, y ni hablar del caso de la desaparición forzada, entre confusas explicaciones oficiales, de Santiago Maldonado en Chubut, voz que ironía del destino o paradoja, en lengua tehuelche significa “transparente”. Se extiende una línea entre ese presunto humanitarismo actual hacia los tehuelches y aquella idealización del gaucho ya absorbido por la civilización del antidemocrático Lugones de “El Payador”.  

Sin embargo nada dijo esa corriente de pensamiento que no es nueva y viene de lejos –y que las más veces propone un relato afín a los negocios de las corporaciones de intereses agrícolas, ganaderos y petroleros, por no abundar sobre los desmontes criminales en las provincias del NOA y el NEA, los poderes sojeros, algodoneros, tabacaleros  y  el yacimiento de Vaca Muerta en la Cuenca Neuquina-  de la extinción de los onas de Tierra del Fuego, que denunció  el dirigente socialista y ex legislador Enrique Inda en su libro titulado precisamente “La extinción de los onas” (2008).

Y calló en 1924 frente a la matanza perpetrada el 19 de julio de aquel año de centenares de indígenas en la Reducción Aborigen de Napalpí, en el Chaco, cuando era gobernador del Territorio Nacional el político radical Fernando Centeno y presidía la República Marcelo T. de Alvear. Un crimen por el que el 4 de septiembre de 1924, manifestando tener “pruebas palmarias” de los hechos pidió explicaciones al ministro del Interior, Vicente Gallo, el diputado socialista Francisco Pérez Leirós. Fue recién en enero de 2008 que esa provincia  pidió perdón público y sus autoridades realizaron un homenaje a la única sobreviviente del genocidio: Melitona Enrique, a la sazón de 107 años.  (Informó Clarín que no tiene porqué mentir siempre, en su edición del 21 de febrero de 2011, que  cuando en 2004, la Asociación Comunitaria de La Matanza, en representación de la comunidad toba, presentó una demanda contra el Estado argentino por los crímenes de lesa humanidad del 19 de julio del 24´, la negativa estatal fue contundente: “No está acreditado el vínculo entre los reclamantes y los fallecidos”). Es que la historia oficial silenció por décadas la matanza, al punto que en el capítulo correspondiente a la historia del  Chaco escrita por Ernesto J. A. Maeder para la Historia de las Provincias y sus Pueblos publicado por la Academia Nacional de la Historia en 1967 (Tomo IV), no se la menciona.        

Y otro tanto ocurrió en 1947 cuando el trágico “Octubre Pilagá”, así se titula el film documental de la realizadora Valeria Mapelman por aquella etnia masacrada entonces -bajo el gobierno de Perón-  en Rincón Bomba, en Formosa, por mano de la gendarmería  al mando de su Director Nacional Natalio Faverio. Por ese genocidio de pilagás, tobas y wichis que habían regresado hambrientos sin ser contratados por el ingenio salteño El Tabacal de Robustiano Patrón Costas, en 2015 la Cámara Federal de Resistencia confirmó el procesamiento sin prisión preventiva del ex gendarme Carlos Smachetti, de 97 años, único imputado en la causa, sentenciando  que “es un deber jurídico del Estado, la investigación y sanción de los responsables de graves violaciones a los derechos humanos.”   Se taparon hasta entonces los  asesinatos porque era más saludable y liberador de la conciencia social, y ello hasta que comenzó a hacerse carne en  parte de la comunidad argentina el tema de los derechos humanos,  recordar en 1984, el llamado último malón del 19 de marzo de 1919 contra el fortín formoseño de Yunka, al cumplirse 75 años. 

No obstante justo es resaltar, contraponiendo a tanto silencio hipócrita y belicismo racista  contra “Los indios, nuestros primeros desaparecidos”, en términos de David Viñas,  que la Corte Suprema de Justicia  en 2008, tomando en cuenta un dictamen de la Procuración General de la Nación,  falló a favor del mapuche-tehuelche Mauricio Fermín, acusado de usurpar tierras, que se reconocieron como suyas, dejando sin efecto una resolución del Supremo Tribunal de Chubut.    Y sobre todo será del caso tomar ejemplo e identificarnos los argentinos con  la visión liminar y justiciera de nuestros próceres al respecto.

Así y vaya como muestra, la muy clara del General San Martín que llamó paisanos a los indios: “Yo también soy indio”, se le escuchó decir a los caciques en el campamento del Plumerillo y lo cuenta en sus Memorias, Manuel Olazábal. San Martín hasta les pidió permiso para cruzar los Andes:  he creído del mayor interés tener un parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras; y segundo, el que auxilien el ejército con ganados, caballadas y demás que esté a sus alcances, a los precios o cambios que se estipularán: al efecto se hallan reunidos en el Fuerte de San Carlos el Gobernador Necuñan y demás caciques, por lo que me veo en la necesidad de ponerme hoy en marcha para aquel destino, quedando en el entretanto mandando el ejército el Señor Brigadier don Bernardo O´Higgins”, escribió el Libertador al Director Pueyrredón en septiembre de 1816.  Episodio que, comenta Adrián Moyano, fue tomado por Mitre nada más que como un momento de la “guerra de zapa”. Una actitud “indigenista” antes de emplearse el término, sobre la que Ricardo Rojas, más allá de su propia cosmovisión de la Eurindia, en algo consonante con el exotismo modernista, planteó dudas en su libro “El santo de la espada”: “San Martín se sirvió de tales propósitos –de reivindicación-, no sabemos si por convicción o por cálculo político. El caso es que en septiembre de 1816 hizo una excursión a las riberas del Diamante y en el citado Fuerte de San Carlos convocó a los caciques y capitanejos de la región a fin de parlamentar con ellos”.   

O la de Manuel Belgrano –ideólogo principal e impulsor junto a Güemes del Plan del Inca que ridiculizó el hacendado porteño Tomás de Anchorena- y autor del Reglamento Político y Administrativo y Reforma de los Treinta Pueblos de las Misiones, que Alberdí incorporó como una de las bases de la Constitución.

O la de Mariano Moreno defensor de los originarios explotados en el Alto Perú.

O la de Juan José Castelli y su proclamación desde las ruinas del Tiahuanaco  de la libertad de los pueblos autóctonos.

O la de Bernardo de Monteagudo redactor de la independentista Proclama de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, promoviendo en ella la libertad de los indios.                              

O la de José Gervasio de Artigas, padre adoptivo  del héroe guaraní, comandante Andresito…(Anotició El País, que por estos días un estudiante en la ciudad de Buenos Aires pidió perdón por hablar mejor guaraní que castellano con los previsibles riesgos de ser discriminado ¡!).  

Pero volviendo al específico tema mapuche, la discusión de si es o no pueblo originario quizá sea bizantina. Viene  afirmando que no lo es tal,  el historiador doctor Roberto Edelmiro Porcel en charlas, artículos y en su libro ciertamente documentado: “Pueblos originarios argentinos” (2013). Aunque si como otros estudiosos lo afirman -tal el presbítero Alberto Espezel-, los mapuches cruzaron  la Cordillera ya en el siglo XVII, no tendría sentido hablar de chilenos o argentinos sin caer en anacronismo.

¿Fue Callfucurá, cabeza de la dinastía de los Piedra que estudió Estanislao Zeballos, “el Napoleón del desierto”, coincidiendo con la reciente invocación del pintor Duillo Pierre, autor de la muestra “Ulmen, el imperio de las pampas”, que admiramos  en 2011 en el Centro Cultural Recoleta? Lo  indiscutible es que los cultos europeos  hubieran construido una  leyenda con una figura como la del vencedor de Bartolomé Mitre en la batalla de Sierra Chica, que llevó a decir al después presidente: “El desierto es inconquistable.”

Los europeizantes nativos, en cambio,  suelen despreciarlo y también a su pueblo. En ese sentido llama la atención y de hacerse público resultará sin duda motivo de irritación y hasta de escándalo para muchos católicos, que en un acto llevado a cabo en fecha reciente en la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, sentado junto al orador que alentó la represión por medio de las Fuerzas Armadas a los mapuches y denunció a los sacerdotes salesianos y a algunos obispos de la Patagonia por participar de sus reclamos ancestrales, se encontraba nada menos que el Arzobispo de La Plata, Monseñor Héctor Aguer.  Claro que la Iglesia Argentina tiene otras presencias iluminadoras, por ejemplo la del inolvidable Monseñor Jaime de Nevares, el defensor sin concesiones de los derechos humanos durante la dictadura y gran amigo de los mapuches. Con un nutrido grupo de ellos peregrinó al encuentro de Juan Pablo II en la visita a la Argentina realizada por el Pontífice en 1987.          

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