Hay clima guerrero frente a las ocupaciones de
tierras por los mapuches, realizadas en palabras de los poco escuchados voceros
de éstos para exigir el cumplimiento de lo prescripto en el inciso 17 del
artículo 75 de la Constitución Nacional. Y lo hay entre los partícipes de un
nacionalismo puramente territorial y demarcatorio de límites internacionales, devoto
de la propiedad privada.
Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra
América
Desde
Buenos Aires, Argentina
Entre la
nación mapuche con sus
reivindicaciones y su legión de
antagonistas, parece ser que se está abriendo otra grieta en la sociedad, más
infranqueable aún que la que existe entre los partidarios K y el sector
mayoritariamente reaccionario anti-K. Tarde o temprano Cristina y Macri pasarán
a ser sólo una página en la historia política que juzgará sus aciertos y errores, mientras
que los miembros de los pueblos originarios trasmitirán sus genes y con
ellos sus afanes reivindicatorios por las generaciones de las generaciones.
Más que
grieta entonces, se trata de una brasa ardiente en reclamo de justicia, porque
el “problema del indio” lo crearon los blancos invasores, “la oligarquía, que
se repartió la tierra de que aquél fue despojado”, dicho en términos de Liborio
Justo, el hijo rebelde del presidente Agustín P. Justo, que asimismo
reprodujo en su obra “Pampas y lanzas” aparecida con el
seudónimo Quebracho, la exclamación de Santiago Estrada extraída del libro
Viajes: “¡Pobres indios! La civilización es responsable de vuestra barbarie”.
Por de
pronto y como lo adelantamos con preocupación en
un correo de lectores aparecido en La
Prensa el domingo 3 de septiembre del corriente, se lee y escucha que hay sectores que piden la represión con
mano dura de los descendientes del pueblo ancestral patagónico; en tanto varios
comunicadores de medios hegemónicos intentan azuzar la peregrina idea de algo
así como una nueva Conquista del Desierto. Cuando quizá la verdadera Conquista
del Desierto sea la Reforma Agraria, según lo vislumbró Álvaro Yunque (Alcides
Gandolfi Herrero) en la dedicatoria “a los argentinos que la realicen”, que
luce en la primera página de su libro de 1956: “Calfucurá la conquista de las
pampas”, reeditado en 2008 por la Biblioteca
Nacional, con eruditos prólogos de Guillermo David y Mario Tesler.
Hay
clima guerrero frente a las ocupaciones de tierras por los mapuches, realizadas
en palabras de los poco escuchados voceros de éstos para exigir el cumplimiento
de lo prescripto en el inciso 17 del artículo 75 de la Constitución Nacional. Y
lo hay entre los partícipes de un nacionalismo puramente territorial y
demarcatorio de límites internacionales, que devoto de la propiedad
privada, no cuestiona las estancias
británicas o de británicos como Joseph Lewis, el amigo del presidente Macri, ni
las posesiones de la Corona Holandesa vía Máxima Zorreguieta, ni lo hace con
los latifundios de empresas multinacionales como Benetton que poseen verdaderos
Estados privados con ejércitos propios, entre otros sitios en suelo de nuestras
provincias sureñas, como el neuquino
País de las Manzanas del legendario Lonko Sayhueque.
En forma
harto curiosa, eso sí, se bate el parche
de la solidaridad con otros pueblos originarios extinguidos o en gran medida
mestizados con mapuches, como los tehuelches. ¿Será porque los que estarían en
pie de guerra son aquéllos y no éstos? (Claro que la contienda, de serlo, se
muestra desigual y los muertos y desaparecidos los pone una sola parte: “Dos
mapuches están graves tras ser
desalojados de La Trochita”, tituló La
Prensa el 13 de enero del corriente,
y ni hablar del caso de la desaparición forzada, entre confusas explicaciones
oficiales, de Santiago Maldonado en Chubut, voz que ironía del destino o
paradoja, en lengua tehuelche significa “transparente”. Se extiende una línea
entre ese presunto humanitarismo actual hacia los tehuelches y aquella
idealización del gaucho ya absorbido por la civilización del antidemocrático
Lugones de “El Payador”.
Sin
embargo nada dijo esa corriente de pensamiento que no es nueva y viene de lejos
–y que las más veces propone un relato afín a los negocios de las corporaciones
de intereses agrícolas, ganaderos y petroleros, por no abundar sobre los
desmontes criminales en las provincias del NOA y el NEA, los poderes sojeros,
algodoneros, tabacaleros y el yacimiento de Vaca Muerta en la Cuenca
Neuquina- de la extinción de los onas de
Tierra del Fuego, que denunció el
dirigente socialista y ex legislador Enrique Inda en su libro titulado
precisamente “La extinción de los onas” (2008).
Y calló
en 1924 frente a la matanza perpetrada el 19 de julio de aquel año de
centenares de indígenas en la Reducción Aborigen de Napalpí, en el Chaco,
cuando era gobernador del Territorio Nacional el político radical Fernando
Centeno y presidía la República Marcelo T. de Alvear. Un crimen por el que el 4
de septiembre de 1924, manifestando tener “pruebas palmarias” de los hechos
pidió explicaciones al ministro del Interior, Vicente Gallo, el diputado
socialista Francisco Pérez Leirós. Fue recién en enero de 2008 que esa
provincia pidió perdón público y sus
autoridades realizaron un homenaje a la única sobreviviente del genocidio:
Melitona Enrique, a la sazón de 107 años.
(Informó Clarín que no tiene
porqué mentir siempre, en su edición del 21 de febrero de 2011, que cuando en 2004, la Asociación Comunitaria de
La Matanza, en representación de la comunidad toba, presentó una demanda contra
el Estado argentino por los crímenes de lesa humanidad del 19 de julio del 24´,
la negativa estatal fue contundente: “No está acreditado el vínculo entre los
reclamantes y los fallecidos”). Es que la historia oficial silenció por décadas
la matanza, al punto que en el capítulo correspondiente a la historia del Chaco escrita por Ernesto J. A. Maeder para
la Historia de las Provincias y sus Pueblos publicado por la Academia Nacional
de la Historia en 1967 (Tomo IV), no se la menciona.
Y otro
tanto ocurrió en 1947 cuando el trágico “Octubre Pilagá”, así se titula el film
documental de la realizadora Valeria Mapelman por aquella etnia masacrada
entonces -bajo el gobierno de Perón- en
Rincón Bomba, en Formosa, por mano de la gendarmería al mando de su Director Nacional Natalio
Faverio. Por ese genocidio de pilagás, tobas y wichis que habían regresado
hambrientos sin ser contratados por el ingenio salteño El Tabacal de Robustiano
Patrón Costas, en 2015 la Cámara Federal de Resistencia confirmó el
procesamiento sin prisión preventiva del ex gendarme Carlos Smachetti, de 97
años, único imputado en la causa, sentenciando
que “es un deber jurídico del
Estado, la investigación y sanción de los responsables de graves violaciones a
los derechos humanos.” Se taparon hasta entonces los asesinatos porque era más saludable y
liberador de la conciencia social, y ello hasta que comenzó a hacerse carne
en parte de la comunidad argentina el
tema de los derechos humanos, recordar
en 1984, el llamado último malón del 19 de marzo de 1919 contra el fortín
formoseño de Yunka, al cumplirse 75 años.
No
obstante justo es resaltar, contraponiendo a tanto silencio hipócrita y
belicismo racista contra “Los indios,
nuestros primeros desaparecidos”, en términos de David Viñas, que la Corte Suprema de Justicia en 2008, tomando en cuenta un dictamen de la
Procuración General de la Nación, falló
a favor del mapuche-tehuelche Mauricio Fermín, acusado de usurpar tierras, que
se reconocieron como suyas, dejando sin efecto una resolución del Supremo
Tribunal de Chubut. Y sobre todo será
del caso tomar ejemplo e identificarnos los argentinos con la visión liminar y justiciera de nuestros
próceres al respecto.
Así y
vaya como muestra, la muy clara del General San Martín que llamó paisanos a los
indios: “Yo también soy indio”, se le escuchó decir a los caciques en el
campamento del Plumerillo y lo cuenta en sus Memorias, Manuel Olazábal. San
Martín hasta les pidió permiso para cruzar los Andes: “he creído del
mayor interés tener un parlamento general con los indios pehuenches, con doble
objeto, primero, el que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el
paso por sus tierras; y segundo, el que auxilien el ejército con ganados,
caballadas y demás que esté a sus alcances, a los precios o cambios que se
estipularán: al efecto se hallan reunidos en el Fuerte de San Carlos el
Gobernador Necuñan y demás caciques, por lo que me veo en la necesidad de
ponerme hoy en marcha para aquel destino, quedando en el entretanto mandando el
ejército el Señor Brigadier don Bernardo O´Higgins”, escribió el Libertador
al Director Pueyrredón en septiembre de 1816.
Episodio que, comenta Adrián Moyano, fue tomado por Mitre nada más que
como un momento de la “guerra de zapa”. Una actitud “indigenista” antes de emplearse
el término, sobre la que Ricardo Rojas, más allá de su propia cosmovisión de la
Eurindia, en algo consonante con el exotismo modernista, planteó dudas en su
libro “El santo de la espada”: “San
Martín se sirvió de tales propósitos –de reivindicación-, no sabemos si por
convicción o por cálculo político. El caso es que en septiembre de 1816 hizo
una excursión a las riberas del Diamante y en el citado Fuerte de San Carlos
convocó a los caciques y capitanejos de la región a fin de parlamentar con
ellos”.
O la de Manuel Belgrano
–ideólogo principal e impulsor junto a Güemes del Plan del Inca que ridiculizó
el hacendado porteño Tomás de Anchorena- y autor del Reglamento Político y
Administrativo y Reforma de los Treinta Pueblos de las Misiones, que Alberdí
incorporó como una de las bases de la Constitución.
O la de
Mariano Moreno defensor de los originarios explotados en el Alto Perú.
O la de
Juan José Castelli y su proclamación desde las ruinas del Tiahuanaco de la libertad de los pueblos autóctonos.
O la de
Bernardo de Monteagudo redactor de la independentista Proclama de Chuquisaca
del 25
de mayo de 1809, promoviendo en ella la libertad de los indios.
O la de
José Gervasio de Artigas, padre adoptivo
del héroe guaraní, comandante Andresito…(Anotició El País, que por estos
días un estudiante en la ciudad de Buenos Aires pidió perdón por hablar mejor
guaraní que castellano con los previsibles riesgos de ser discriminado
¡!).
Pero
volviendo al específico tema mapuche, la discusión de si es o no pueblo
originario quizá sea bizantina. Viene
afirmando que no lo es tal, el
historiador doctor Roberto Edelmiro Porcel en charlas, artículos y en su libro
ciertamente documentado: “Pueblos originarios argentinos” (2013). Aunque si
como otros estudiosos lo afirman -tal el presbítero Alberto Espezel-, los
mapuches cruzaron la Cordillera ya en el
siglo XVII, no tendría sentido hablar de chilenos o argentinos sin caer en
anacronismo.
¿Fue Callfucurá, cabeza de la dinastía de los Piedra
que estudió Estanislao Zeballos, “el Napoleón del desierto”, coincidiendo con
la reciente invocación del pintor Duillo Pierre, autor de la muestra “Ulmen, el
imperio de las pampas”, que admiramos en
2011 en el Centro Cultural Recoleta? Lo
indiscutible es que los cultos europeos
hubieran construido una leyenda
con una figura como la del vencedor de Bartolomé Mitre en la batalla de Sierra
Chica, que llevó a decir al después presidente: “El desierto es
inconquistable.”
Los europeizantes nativos, en cambio, suelen despreciarlo y también a su pueblo. En
ese sentido llama la atención y de hacerse público resultará sin duda motivo de
irritación y hasta de escándalo para muchos católicos, que en un acto llevado a
cabo en fecha reciente en la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas,
sentado junto al orador que alentó la represión por medio de las Fuerzas
Armadas a los mapuches y denunció a los sacerdotes salesianos y a algunos
obispos de la Patagonia por participar de sus reclamos ancestrales, se
encontraba nada menos que el Arzobispo de La Plata, Monseñor Héctor Aguer. Claro que la Iglesia Argentina tiene otras
presencias iluminadoras, por ejemplo la del inolvidable Monseñor Jaime de
Nevares, el defensor sin concesiones de los derechos humanos durante la
dictadura y gran amigo de los mapuches. Con un nutrido grupo de ellos peregrinó
al encuentro de Juan Pablo II en la visita a la Argentina realizada por el
Pontífice en 1987.
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