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sábado, 30 de septiembre de 2017

La extrema derecha crece en el centro de la crisis

El ingreso de la extrema derecha al Parlamento alemán, por primera vez desde el nazismo, es la más reciente expresión de lo que ya se ha vuelto una tendencia prácticamente mundial: el fortalecimiento de esa corriente a expensas del agotamiento y del fracaso del centro.

Emir Sader / ALAI

A lo largo de muchas décadas la socialdemocracia fue una referencia central para la izquierda, en su versión europea o en otras variantes en la periferia del capitalismo. El paso del capitalismo a su era neoliberal presentó dilemas para la socialdemocracia: oponerse a esa nueva corriente de derecha o sumarse a ella. Significativamente, en Francia, con la elección de François Mitterrand, se dio el paso del programa clásico de la socialdemocracia, a inicios de su gobierno, a la conversión al ideario neoliberal. Tendencia que fue seguida por el PSOE en España y por los otros partidos vinculados a esa corriente.

Ese giro ha representado el agotamiento del programa reformista de la socialdemocracia, su abandono del campo de la izquierda y su acercamiento a la derecha, toda ella neoliberal. Fue una conversión a un consenso que la socialdemocracia creía inevitable, que buscó fisionomía propia en una supuesta “tercera vía”, de Tony Blair y de Bill Clinton, pero que no ha generado ninguna corriente propia, apenas disfrazó, por un tiempo, su adhesión al neoliberalismo.

Rápidamente ese giro se ha revelado suicida para la socialdemocracia, que ha entrado en crisis acelerada e irreversible en escala mundial. Bases populares que votaban por ella fueron adhiriendo a las tesis de la ultraderecha, tendencia que fue reforzada por la crisis de los partidos comunistas, con el fin de la URSS y de la alianza con la socialdemocracia. La ultraderecha pasó a representar la corriente de resistencia a la cohesión entre la derecha tradicional y la socialdemocracia en su nueva versión, tanto en la reivindicación del tema del empleo, que las políticas neoliberales multiplican, como, en el caso europeo, en la oposición a la adhesión a la política de moneda única, el euro, y el debilitamiento de los Estados nacionales.

La ascensión de la extrema derecha no se hace tan solo por la conquista de sectores de la derecha, sino, sobre todo, por el debilitamiento de la social democracia. La derecha sigue hegemónica en Alemania, en España, en Francia, en Gran Bretaña, entre otros países, pero la socialdemocracia se debilita profundamente en esos y en otros países. Al punto de que prácticamente desaparece en Francia, se debilita mucho en Alemania, países en que ha tenido un rol importante en el pasado reciente. En Escandinavia, región característica por la hegemonía socialdemócrata, la extrema derecha también crece, en la medida en que se debilitan los partidos socialdemócratas.

La forma de defensa de la ultra derecha del empleo fue mediante diagnósticos discriminatorios y racistas, como si fuera culpa de los inmigrantes – africanos, musulmanes, mexicanos, en el caso de EEUU. Fue una operación de recoger una reivindicación de la clase trabajadora, pero imprimirle un carácter discriminatorio, de derecha. Se han valido de que el tema del empleo ha dejado de ser central para la socialdemocracia, precisamente en el momento en que el neoliberalismo y la crisis recesiva que ese modelo provoca en el capitalismo, multiplica el desempleo estructural. Fue de esa forma que el Brexit ha tomado votos del laborismo inglés, que Trump ha captado votos del Partido Demócrata norteamericano, como la extrema derecha alemana crece a expensas de la jibarizacion de la socialdemocracia alemana, en gobierno en alianza con la Democracia Cristiana.

En América Latina, la retracción del centro también da lugar al fortalecimiento de la extrema derecha. En Brasil, la adhesión de la socialdemocracia al neoliberalismo, en el gobierno de Cardoso, fue una victoria de Pirro, que hizo con que ese partido ocupara el lugar de la derecha en el campo político, desplazando a la derecha tradicional y derrotando a la izquierda anti neoliberal.

Pero las consecuencias nefastas para Brasil y para su propio prestigio no tardaron: la social democracia nunca más ha elegido presidente en el país, hasta que recién ha adherido al golpe del 2016 y el partido prácticamente ha desaparecido. Fue a partir de ese fracaso que la ultraderecha de Jair Bolsonaro ha sacado el apoyo de muchos sectores de clase media, que han mantenido su antipetismo, pero ahora en sus expresiones más radicales, incluidos: el odio abierto de clases, la discriminación racial, de género, de adhesión a políticas y posturas violentas.

En Argentina, la crisis final del radicalismo ha abierto campo para el surgimiento del macrismo como corriente predominante en la derecha del país. El centro se vacía y aparece una derecha más radical.

Pero donde la izquierda mantiene perspectivas antineoliberales, defiende políticas sociales, entre ellas las del empleo, - como son los casos de Brasil y Argentina -, la perspectiva del crecimiento de la ultra derecha queda limitada a temas ideológicos y políticos, sin reivindicaciones sociales importantes.

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