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sábado, 7 de octubre de 2017

El Che, 50 años después

Desde que Fidel anunció que la noticia era tristemente verdadera, se pasaron 50 años sin el Che. Para una generación que había nacido a la militancia política con su presencia muy cercana, sus palabras, su ejemplo, fue muy difícil asimilar la noticia.

Emir Sader / ALAI

Cómo seguir luchando sin saber que, en algún lugar del mundo, él estaría luchando. Sin contar con su ánimo, con su voluntad, con su enérgica presencia, con su inquebrantable gana de trasformar revolucionariamente al mundo. Sin embargo Fidel nos llamaba a sacar fuerza de aquella pérdida.

Sus últimas imágenes nos dolían hondo, sentíamos que lo habíamos abandonado, que él había estado solo, cercado, sin posibilidad de romper el cerco tendido por fuerzas monstruosas. Pero había que seguir adelante.

No fue fácil, no fue simple, la reacción inmediata era dar continuidad al camino abierto por él, por Fidel y sus compañeros. Era una grave pérdida, pero parecía que nada apuntaba a que las condiciones de lucha habían cambiado por ello.

Sin embargo, no fue solamente una perdida personalmente durísima, era también la derrota de un proyecto de potencializar y coordinar desde Bolivia los núcleos guerrilleros existentes y los que empezaban a desarrollarse. Tanto es así que, en una reunión de su Comité Central, el Partido Comunista de Cuba sacaba consecuencias de aquella derrota de romper el aislamiento de la Revolución, buscando alianzas de otro orden, que permitieran consolidar la victoria de 1959. Poco tiempo después, Cuba establecería lazos estratégicos con la URSS y el campo socialista, que apuntarían a la ruptura del aquel aislamiento, paralelamente a la apuesta en la revolución latinoamericana. Pero los plazos se alargaban.

Surgiría la sorprendente experiencia socialista en Chile, por vías muy distintas. Allende tenía un libro que le había regalado el Che, con una dedicatoria, en que decía que los dos “peleaban por el mismo objetivo, por caminos distintos”.

El golpe en Chile hizo con que el “nuevo topo latinoamericano” –como mencioné a ese fenómeno en un libro mío– retomaba el camino anterior, con la victoria de la guerrilla en Nicaragua y el surgimiento de núcleos similares en El Salvador y Guatemala. Pudiera parecer que la vía guerrillera tomaba nuevo impulso.

Pero un cambio mayor, en escala mundial, haría con que los caminos de la izquierda latinoamericana tuvieran que cerrar un capitulo. El fin de la URSS cerraba un período histórico y planteaba la hegemonía imperial norteamericana como un fenómeno mundial, aparentemente sin fronteras. Los movimientos guerrilleros salvadoreño y guatemalteco sacaron las consecuencias y trataron de hacer un reciclaje hacia la vida institucional. Más recién, las guerrillas colombianas harían algo similar.

La izquierda latinoamericana volvería a aparecer como fuerza determinante en nuestra historia con la resistencia al neoliberalismo y la construcción de alternativas al nuevo modelo hegemónico en el capitalismo. Sus nuevos líderes se reconocen en los líderes del período anterior, entre ellos, sobre todo a Fidel y al Che, pero saben que las condiciones de luchas han cambiado, se han vuelto más difíciles, con caminos más complejos a trillar.

La izquierda del siglo XXI es antineoliberal, lucha por la profunda democratización del Estado, la idea misma de revolución adquiere otro sentido, como argumenta Álvaro García Linera. Caso alguna fuerza latinoamericana apelara al enfrentamiento armado, seguramente sería aplastada. La profundización revolucionaria de la democracia, transformando su mismo carácter, es la vía que trilla la izquierda latinoamericana del siglo XXI.

El Che vivió profundamente la vía guerrillera, como camino de ruptura revolucionaria, del que la Revolución Cubana es la mejor expresión victoriosa. Pero su imagen sigue muy vigente para la izquierda del siglo XXI.

Antes de todo, su ejemplo de dedicación militante, con todo lo que un ser humano tenga de mejor, a la lucha por la trasformación revolucionaria de nuestras sociedades. Indisolublemente vinculado a ello, el carácter profundamente ético de la vida de un militante y del proyecto de transformación de la sociedad. En tercer lugar, la conciencia de que el objetivo de esas trasformaciones es la ruptura con el capitalismo y la construcción del socialismo. Todo ello en el marco del internacionalismo, de la solidaridad con la lucha de todos los pueblos del mundo.

No por acaso la imagen del Che, esa foto impresionante de cuando él mira los destrozos de la acción terrorista que hizo volar un barco de origen belga en el puerto de Habana, que llevaba armas para que Cuba pudiera defenderse de las agresiones norteamericanas, es la foto más vista en el mundo. Es su mirada, el vigor de su forma de ver las cosas, ese imagen que acompañó y sigue acompañando a todos los que luchan y son solidarios con todos los que luchan por un mundo mejor, más humano, más a la medida de los valores que el Che inculca con su ejemplo, con sus palabras, con su vida, aún 50 años después de aquella dolorosa noticia.


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