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sábado, 7 de octubre de 2017

México: Solidaridad y condición humana

Un desastre natural que se convierte en tragedia humana, pone a prueba a los gobernantes. Los dos principios básicos de la gobernabilidad, eficiencia y  honestidad, aparecen ante los ojos de la población sea porque se cumplen o porque brillan por su ausencia. Hoy en México la sensación que hay entre la población damnificada es lo segundo.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

En estos días en los que México lucha por su reconstrucción después de los devastadores terremotos del 7 y 19 de septiembre,  los conflictos escondidos en los pliegues de la sociedad han aflorado. Me ha llamado la atención el creciente repudio con respecto a la clase política mexicana, recrudecido hoy por el oportunismo de la mayor parte de ella ante la tragedia nacional. Las grandes necesidades provocadas por el terremoto neoliberal han incrementado las carencias sociales  en la población afectada por el sismo. En el estado de Morelos, el gobernador Graco Ramírez y en el de Puebla, el gobernador Antonio Gali, han pretendido capitalizar políticamente la ayuda  para los damnificados que se ha recolectado. En Morelos se llegó al extremo de decomisar  el acopio hecho por la ciudadanía para poder etiquetarla con sellos oficiales y de esa manera entregarla a la población afectada. En otras palabras, se busca hacer  aparecer como eficiente y dadivosa ayuda gubernamental lo que en realidad proviene de la sociedad civil.

Un desastre natural que se convierte en tragedia humana, pone a prueba a los gobernantes. Los dos principios básicos de la gobernabilidad, eficiencia y  honestidad, aparecen ante los ojos de la población sea porque se cumplen o porque brillan por su ausencia. Hoy en México la sensación que hay entre la población damnificada es lo segundo. Acaso suceda que el pueblo está harto de la venalidad de los gobernantes mexicanos. Allí están los recursos malversados  por los ex gobernadores priístas: el veracruzano Javier Duarte (1,950 millones de dólares) y el chihuahuense César Duarte (4,445 millones de dólares) a los que se suman los malversados por los ex gobernadores priístas Roberto Sandoval (Nayarit), Rodrigo Medina (Nuevo León), Roberto Borges (Quintana Roo), Mario Anguiano (Colima) y el panista Guillermo Padrés (Sonora), así como las acusaciones que ya se empiezan a hacer al actual gobernador priísta de Yucatán, Rolando Zapata (Yucatán).  Recientemente el periódico mexicano El Universal calculó el monto robado o malversado por los ex gobernadores en 14,390 millones de dólares.

No es casualidad que en este contexto, la clase política  haya sido víctima de repudio público. El ex presidente Felipe Calderón ha sido insultado recientemente por un comensal a las puertas de un restaurante en la Ciudad de México; el Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, el gobernador Graco Ramírez y su esposa Elena Cepeda han sido abucheados reiteradas veces  cuando han aparecido en los diversos lugares del desastre. El terremoto ha mostrado el desprecio por la clase política pero también la inmensa solidaridad humana y la condición humana generosa  de la ciudadanía mexicana. Mi familia y yo hemos podido ver en Teolco y Santa Cruz Cuautomatitla (Tochimilco, Puebla) así como en Hueyapan (Morelos), no solamente la solidaridad de los que llegan con ayuda, sino la gratitud de los pobladores que les han ofrecido la poca comida que tienen. La gente repudia al gobierno y agradece a la sociedad civil.

El terremoto en México   ha evidenciado la podredumbre, pero también ha renovado la esperanza en la condición humana.

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