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sábado, 18 de noviembre de 2017

Conversación con Margarita

Momentos de un diálogo sobre el ambientalismo latinoamericano con Margarita Marino de Botero, una de sus pioneras, en su Colegio Verde de Villa de Leyva, Colombia, hacia mediados de 2015.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Reflexión 1

El siglo XX estuvo lleno de barbarie, de guerras e injusticias, y al propio tiempo vio las más trascendentales revoluciones teóricas, tecnocientíficas y sociales de todos los tiempos. Esto último incluyó el inicio del gran debate global sobre los límites de la biosfera y del desarrollo sostenible. ¿Cuál de las tendencias que han participado de ese debate considera usted tuvo alguna o mucha trascendencia, en que ámbito?  ¿ cual sería para usted la corriente del  pensamiento ambiental más acertada hoy?

En mi opinión, uno de los frutos más importantes de ese debate ha sido el desarrollo del nuevo pensamiento ambiental latinoamericanos. No es fácil apreciar esto en toda su dimensión. Hay múltiples circunstancias que llevan a subestimar la trascendencia del ambientalismo latinoamericano en las tareas de investigación, reflexión, conciecianción, educación y movilización que demanda la crisis global de las relaciones de nuestra especie con el entorno natural. La primera y más importante de esas circunstancias consiste en la organización misma del sistema que organiza esas relaciones a escala planetaria.

Como sabemos, los principales centros generadores de información y opinión sobre este tema se concentran en la región Noratlántica desde la cual se constiutyó ese sistema. Los aportes de otras regiones – las llamadas periféricas, o subdesarrolladas, o en vías de desarrollo, si se desea ser más gentil –, como Asia,  África y nuestra América tienden a menudo a ser subestimadas en los circuitos internacionales, pese a la enorme diversidad y riqueza de su producción intelectual y sus experiencias.

En este conjunto periférico, nuestra América tanto por la diversidad de sus formaciones económico sociales como por el carácter multicultural de sus sociedades. Además, y en particular, se distingue por lo temprano de la constitución de sus Estados nacionales – culminada hacia 1925, mientras Africa y Asia culminarían ese proceso entre las décadas de 1950 y 1960 -, y del debate en torno a las relaciones entre la sociedad y su entorno natural al interior de los mismos.

Desde la publicación en 1845 del Facundo. Civilización y Barbarie, de Domingo Faustino Sarmiento hasta la de Laudato Si’, de Francisco, el primer Papa latinoamericano, hay una larga acumulación cultural, ideológica y política en la que operan visiones y tendencias antagónicas. Esa acumulación espera por el historiador que la sistematice en una visión de conjunto de la formación y las transformaciones de la cultura de la naturaleza en nuestra América.

Aun así, esa tradición de pensamiento y experiencia ha venido aportando desde mediados del siglo XX ideas, conceptos e iniciativas de política que han enriquecido y enriquecen de manera directa e indirecta el desarrollo del ambientalismo a escala mundial. Conviene recordar que nuestra América fue capaz de abrir a debate los vínculos entre el medio ambiente y los estilos de desarrollo en esta región, con aportes de un importante conjunto de especialistas ya en 1980, siete años antes de que fuera dado a conocer el llamado Informe Brundlandt y la comunidad internacional decidiera que había llegado la hora de acotar el desarrollo con el adjetivo de “sostenible”.

Me aprece lamentable, en todo caso, que no hayan ocurrido nuevas ediciones de aquel libro fundador – Estilos de Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina, coordinado por el economista Osvaldo Sunkel y el agrónomo Nicolo Gligo -, y que al día de hoy sea tan poco conocido entre nuestro movimiento ambientalista. Aun así, el desarrollo de nuestra cultura de la naturaleza ha dado de si entre fines del siglo XX y comienzos del XXI un nuevo pensamiento ambiental latinoamericano que trasciende las viejas barreras levantadas por el positivismo liberal entre los distintos campos del saber – ciencias naturales, sociales y Humanidades – para abrir espacio a nuevos abordajes de la realidad, mucho más integrales, como la ecología política, la economía ecológica y la historia ambiental.

Reflexión 2

La evidencia científica de que estamos destruyendo la posibilidad de vida en la tierra es muy reciente.  Pasa lo mismo con los riesgos de los cambios climáticos extremos. Hasta ahora no se ha logrado trasmitir esa urgencia a la sociedad. ¿Cual considera usted es el impedimento para popularizar  y generalizar los conocimientos científicos en nuestras sociedades?  ¿De qué depende la conciencia y la responsabilidad ambiental ciudadana, de ver la vida de una manera más ensamblada y dependiente con la suerte del planeta?

El problema esencial es muy sencillo, por complejas que sean sus manifestaciones. El ambiente, como sabemos, es el resultado de las intervenciones humanas en el mundo natural mediante procesos de trabajo socialmente organizados. Por lo mismo, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que construir sociedades diferentes, en las que el extractivismo y la Raubwirtschaft – la economía de rapiña, caracterizada por el geógrafo francés Jean Brunhes a comienzos del siglo XX – pasen de ser una norma a convertirse en una aberración.

Aquí, el desarrollo del que se trata es el de nuestra especie. Hoy, ese desarrollo se ve amenazado por la primera economía organizada a escala mundial en la historia de nuestra especie, ha cuyo propósito fundamental es garantizar su propio crecimiento sostenido. Así, el conflicto entre el crecimiento sostenido de la acumulación de capital, y desarrollo sostenible de la especie humana, a pasado a ser el aspecto principal de la contradicción entre el capital y el trabajo a escala planetaria.

Es natural, en una situación así, que los sectores que puedan sentirse amenazados por una transformación radical de nuestras formas de relación con la naturaleza generen iniciativas de resistencia que van desde la negación pura y simple del deterioro ambiental, hasta la reducción de la visión de ese deteriorioro a una escala que alimente ilusiones de solcuión sin verdadera transformación. Es el caso de la reducción de la crisis global del ambiente a su dimensión climática; de ésta, asu dimensión tecnológica y ésta, finalmente, a su dimensión financiera. Así, veinte años de negociaciones nos dejan a todos, otra vez, a la puerta del banco y con el sombrero en la mano.

Esa resistencia conservadora es el principal obstáculo para un cambio en la conciencia y la acción ciudadanas. Aun así, esa resistencia puede manipular la realidad, pero no puede cambiarla. La voluntad y la movilización para el cambio social dependerá cada vez más del desarrollo de los nuevos movimientos sociales, rurales y urbanos, que desde su situación local y regional sufren y perciben en la práctica los efectos del vínculo entre el poder y el ambiente. Desde esos movimientos, trabajando con ellos y para ellos, se vienen generando ya espacios nuevos de trabajo intelectual que contribuyen a vincularlos entre sí y con el ambientalismo global. La clave del problema, en este terreno, está en un abordaje desde una ecología política bien sustentada en la historia ambiental de la región, y del sistema mundial del que hacemos parte.

Reflexión 3

Los ambientalistas han escrito profusamente sobre el agotamiento del modelo económico actual, que hace insostenible el futuro del mundo. Miles de ejemplos se desarrollan a nivel local, pero las grandes transformaciones económicas, sociales y culturales tendrán que hacerse a escala global. ¿En dónde y por quiénes  se desarrollan modelos de transición deseables y que experiencia puede avizorar en el continente latinoamericano?

El agotamiento del modelo económico sustentado por el intercambio desigual a escala mundial, que da lugar a un desarrollo desigual y combinado, se hace evidente una circunstancia global en que se combinan un crecimiento económico incierto, una inequidad social persistente, una degradación ambiental constante y un deterioro institucional creciente, que favorece el recurso a la violencia para dirimir conflictos socioambientales. Esos conflictos surgen del interés de colectivos sociales distintos en hacer usos mutuamente excluyentes de los recursos de un mismo ecosistema.

En su forma más visible, esos conflictos operan a partir de la transformación del patrimonio natural de poblaciones enteras en capital natural al servicio de intereses particulares. A eso se agregan otros factores, como el impacto ecológico del crecimiento urbano desordenado sobre regiones rurales y áreas protegidas distantes, sobre todo en lo relativo al abastecimiento de agua, energía y alimentos, y a la disposición de los desechos humanos e industriales. Por otra parte, esos conflictos se trasladan al interior de las áreas urbanas, en la lucha de las comunidades de trabajadores por tener acceso a los recursos que la ciudad recibe de su entorno, y que se destinan primordialmente a las zonas industriales y comerciales, y a las áreas residenciales de la población de más altos ingresos.

En esta circunstancias, el factor fundamental consiste en la recuperación del control de su propio entorno por parte de las mayorías sociales. Las formas enque eso ocurra no pueden ser descritas de antemano. En algunas sociedades esto opera a partir de la defensa de su patrimonio natural por parte de comunidades indígenas y campesinas. En otros, en el paso a formas cada vez más complejas de auogestión del propio entorno en comunidades urbanas de bajos ingresos, mediante iniciativas de agricultura urbana y de gestión de desechos.

Lo importante, aquí, es entender que un ambiente distinto al que tenemos será el resultado de la creación de sociedades distintas a las que han generado el deterioro ambiental que padecemos. Esas sociedades distintas, por otra parte, no surgirán en virtud de una planificación debidamente ilustrada y a partir de reformas graduales conducidas por los organismos de poder actualmente existentes. Esas sociedades serán forjadas – ya lo están siendo, de hecho – a lo largo del proceso de transición civilizatoria que ya estamos viviendo a escala mundial.

En su momento, sin duda, serán muy posibles conflictos de gran escala e intensidad, habrá enormes dificultades, y será necesario crear las circunstancoas que permitan el desarrollo de formas enteramente nuevas de relacionamiento de los seres humanos entre sí, y con su entorno natural. El mejor estímulo para esto será la otra opción: un retorno a la barbarie, a la pérdida de valores y derechos forjados a lo largo del desarrollo de nuestra especie, y a la explotación más inmisericorde del trabajo humano y del medio natural.

Reflexión 4

El movimiento ambientalista enfrenta dificultades para acercarse más a la sociedad. Esto genera una gran frustración  ante la incapacidad pedagógica para difundir una cultura nueva, siendo que la humanidad hace la cultura y la cultura transforma los valores y las conductas. ¿Qué papel desempeña en esto el lenguaje  ambientalista?

El ambientalismo contemporáneo tiene muchos rostros, y se expresa en múltiples lenguajes. Hay un ambientalismo tecnocrático de Estado, muy vinculado al capital transnacional, como hay uno liberal de capas medias, y otro de  corte popular, vinculado a los nuevos movimientos sociales y a la intelectualidad que ha venido desarrollando el nuevo pensamiento ambiental latinoamericano.

Estos ambientalismos se encuentran en constante cotradicción entre sí, en la medida en que expresan visiones en gran medida antagónicas sobre lo que son y lo que pueden ser las formas dominantes de relación con la naturaleza en nuestras sociedades. Dado que el lenguaje es la forma material de la conciencia, cada uno de ellos tiene también formas de expresión características, asociadas a propuestas políticas específicas.

El lenguaje del ambientalismo tecnocrático está estrechamente asociado al de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030, y a la promoción de las llamadas “políticas de Estado” como medio de regular las relaciones sociales con el medio natural en el marco de la economía de mercado. El del ambientalismo liberal, por su parte, suele tener un carácter ecologista ilustrado en relación a la naturaleza, y juridicista en relación a los conflcitos ambientales. Estas características se expresan en una rica tradición de educación ambiental de corte normativo y conservacionista, y  afectados por conflictos ambientales.

El lenguaje del ambientalismo popular está directamente asociado a las luchas políticas asociadas a los conflictos derivados de la lucha contra la expropiación del patrimonio natural en las zonas rurales y las áreas protegidas, y al acceso a servicios ambientales básicos en las áreas urbanas. Por ello, su lenguaje es más cercano al del nuevo pensamiento ambiental latinoamericano, que se nutre en su desarrollo de las experiencias acumuladas por los sectores populares en sus acticisades de resistencia ambiental y lucha social.

Aquí, en todo caso, no cabe ver exclusiones absolutas. La relación entre estas prácticas y sus lenguajes no escluye el hecho de que lo falso es el resultado de la exageración unilateral de uno de los aspectos de la verdad. Esa relación, por lo mismo, se comprende mejor en la medida en que lo ambiental es asumido como aspecto principal de las contradicciones inherentes al complejo proceso de transición por el que atraviesa el desarrollo de nuestra especie.

Una parte significativa de los ODS 2030 y del derecho ambiental que ha venido siendo creado por los Estados nacionales, por ejemplo, está destinada a asumir y mediatizar demandas y reivindicaciones ambientales de carácter popular cada vez más generalizadas. De tal modo es esto así, que el estricto cumplimiento de esos marcos normativos desde una perspectiva popular y democrática conduciría a la transformación social necesaria para garantizar la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie.

Aun así, el hecho es que estamos ante lenguajes que expresan prácticas y propósitos diferentes y finalmente excluyentes: el de la planifiación tecnocrática, el del derecho ambiental, y el de la ecología política. Los dos primeros buscan contener el cambio social que el tercero promueve en los hechos. De allí la diferencia entre sus audiencias, y su incidencia en los cambios de los valores y conductas relacionados con el ambiente en cada una de esas audiencias.

Lo fundamental, en todo caso, es la renovación de una circunstancia de crisis que, en una de sus primeras manifestaciones, llevó a José Martí a plantear que estábamos “en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos”, y que estaban así “las especies luchando por el dominio en la unidad del género.”[1] Eso, que fue planteado cuando la civilización que conocemos aún estaba en su fase ascendente, ha venido a ser más evidente que nunca cuando esa civilización ha ingresado en una fase descendente, de descomposición y transición hacia múltiples opciones de futuro.

Hoy, cuando el tiempo viene demostrando su superioridad sobre el espacio, y la realidad la suya ante la idea, cabe comprender y ejercer mejor lo que nos advirtiera José Martí en su ensayo Nuestra América, publicado en 1891, y que es como el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad:

Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca para lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.[2]

Mata del Francés, Chiriquí, Panamá. 3 de noviembre de 2017




[1] Cuadernos de Apuntes, 5 (1881). Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975 XXI.
[2] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, la Habana, 1975. VI, 22.

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