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sábado, 11 de noviembre de 2017

La revolución rusa. Merecido reconocimiento en su centenario

La llama de Petrogrado, que evocaba las luchas milenarias de la humanidad por su autosuperación, no se apagó más,  y difícilmente la puedan apagar ya hoy los estertores de un sistema  que se hunde todos los días un poco más en su propia crisis.

Mariano Ciafardini / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Las especulaciones  en cuanto a lo que habría sucedido  si tal o cual hecho se hubiera producido  o no se hubiera producido, es decir la reflexión contra-fáctica,  en el terreno histórico, no es, en general, conducente y, la mayoría de las veces, es una simple pérdida de tiempo, atento a que las alternativas que se   hubieran abierto  de haber sido distintas las cosas,  en determinada situación histórica, son,  en principio, infinitas y, por lo tanto, impredecibles.

Sin embargo en algunos contados casos una reflexión de ese tipo puede llevarnos a ciertos “insigths”, a impresiones profundas,  que ayudan a interpretar  la dimensión de determinados acontecimientos históricos sin convertir  al argumento contra-fáctico en una suerte de metodología de investigación o análisis  histórico-político.

Este es el caso del de la revolución rusa  de 1917 y, su consecuencia inseparable, el  proceso soviético subsiguiente.

Decimos  que estos  dos  elementos son inseparables porque si la revolución rusa hubiera sido sólo  la toma de poder en  Petrogrado,  o aún del de toda Rusia,  sólo por un tiempo,  el evento hubiera tenido menos trascendencia que la “Comuna de París”,  cosa que sabía muy bien los bolcheviques que contaban los días  con la ansiedad de superar los dos meses y diez días del asalto al poder  de los artesanos parisinos.

Pero la principal reflexión contra-fáctica es para nosotros la siguiente: sin la revolución rusa y el proceso soviético consecuente el marxismo no habría sido lo que fue,  en el siglo XX , ni sería hoy la teoría filosófica social económica y política  que es, cuya autoridad no ha podido soslayarse ni menos aún superarse por ninguna otra, a pesar de la saturación ideológica que producen las usinas mediáticas del capitalismo,   sobre todo en estos tiempos de  neoliberalismo y ”fin de la historia”.

Es decir, el marxismo  (como teoría en permanente  desarrollo) tiene la autoridad y la consistencia que hoy tiene,  y la potencia teórica a desarrollarse en su propio seno,  debido a que  fue  el sustento teórico de un  proceso fáctico que cambió la historia de la humanidad y, como trataremos de explicar en este artículo, la sigue cambiando.

Es importante remarcar en principio esta dependencia existencial del marxismo  en tanto es, paradójicamente,  desde supuestas posiciones marxistas desde donde se ensayan intentos, permanentes y obsesivos, de disrupción entre (1)la “toma del palacio de invierno” y los primeros años de la revolución que coincide  con los años en que Lenin estaba vivo (1923) y, tal vez, un poco más y(2) el proceso soviético “stalinista” de allí en adelante. Este es un error no solo en la visión de la realidad sino en la metodología y coherencia del análisis porque marxismo-revolución rusa de 1917- Unión Soviética (1922-1991) constituyen un trinomio conceptual inseparable y, mucho menos aún, oponible (en términos absolutos) entre sí.  Es decir  que  contrafácticamente se podría afirmar que Marx y el marxismo sin la Unión Soviética  o alguna otra forma de plasmación en forma de contrapoder real y efectivo al capitalismo serían hoy asimilables a Saint Simón o Fourier y el socialismo utópico o a cualquier otro  sistema de ideas no practicable ni practicado que la historia ubica en una poco visible y visitada zona de “grandes pensadores y grandes  pensamientos” de la humanidad.

Creemos que lo que lleva a estas posiciones marxistas a coincidir en esta visión negativa del proceso soviético, por su “stalinización”, con las posiciones de la socialdemocracia en general y hasta con las de la derecha y la ultra derecha ideológicas que condenan el proceso “in totum”, es que se les escapa la grandiosidad histórica del “acontecimiento-proceso”, la magnitud “epocal” del mismo, y, especialmente, su continuidad y vigencia,  lo que es entonces oportuno  reivindicar precisamente en este centenario.

La “Gran Revolución de Octubre”, entendida  como  el acontecimiento-proceso  que va desde la toma del Palacio de Invierno,  en San Petersburgo, por los bolcheviques,  el 7 de noviembre de 1917, hasta la “implosión” de  la URSS en 1989-91, implicó,  no sólo  el primer  triunfo  de un asalto al poder político de un país por un grupo  de comunistas en toda la historia de la humanidad,   sino la transformación de ese país,  feudal,  atrasado y perdedor en la guerra,  en la segunda potencia mundial durante más de 50 años. Potencia que jugó un papel decisivo  en el límite al desarrollo del imperialismo  y  ejerció un  contra-balance mundial que permitió la sucesión de una cantidad de revoluciones comunistas y de ascensos al poder a movimientos de liberación nacional, sin cuya existencia no habrían sido posibles.

No se puede negar que la existencia de la URSS y a partir de ella de la China Comunista y Corea del Norte,  y luego los países socialistas de Europa Oriental y finalmente Cuba  y Vietnam  socialistas  constituyeron el cambio geopolítico económico y socio cultural  más grande en toda la modernidad capitalista y la alteración más profunda  que había sufrido nunca antes el poder del capital. Incluso  los modelos de estados de bienestar  e intervencionismo estatal, que tanto beneficiaron a los trabajadores y pueblos del mundo capitalista “desarrollado”, contemporáneo a la URSS, fueron producto de la exigencia política de las masas  sustentada en  la existencia de esa potencia y de ese mundo alternativo.

Pero la revolución Rusa y la URSS no sólo son existencias gloriosas de la izquierda  del pasado. A pesar del desmadre  que superó y arrastró consigo a Gorbachov, con sus intentos de Glasnost y Perestroika,  a principios de los 90, y que permitió la ascensión de Yeltsin quien, desde su ebriedad, se limitó a contemplar como capitalistas extranjeros, ex burócratas y mafiosos  ( un término no excluye el otro) depredaban el estado de la ex URSS,   el pueblo ruso  y muchos de sus dirigentes dieron muestras  de que existía una herencia de orgullo nacional solidaridad y antiimperialismo, constituida durante los años  de socialismo  y defensa de la patria, cuando, a partir del año 2000, se unieron en la reconstrucción y renovación de las estructuras de gobierno y de poder en la Federación Rusa.

Por supuesto esa reconstrucción y renovación,  que llevó a Rusia hoy a jugar, nuevamente, un papel de potencia mundial determinante, no hubiera sido posible sin el legado soviético.

Por dar algunos datos a finales de los años 80 la URSS representaba  el 25%  de la producción de la aviación civil del planeta  y el 40% de la aviación militar.

Rostec, la corporación industrial tecnológica  rusa,  una las corporaciones más grandes del mundo, es heredera del complejo industrial tecnológico soviético,  y la gasífera Gazprom  y la petrolera Rosneft  no surgieron de la nada.

Debe recordarse  que ya en 1957 la URSS fue la primera en lanzar al espacio una nave no tripulada,  el Sputnik 1,  y el mismo año lanzó el Sputnik 2, con la perra Laika  en su interior, para lanzar en 1961, también por primera vez en la historia humana, un ser humano al espacio  en la nave Vostok 1, tripulada por el famoso Yuri Gagarin. En ese mismo año se lanzó la Venera 1,  que pasó cerca de Venus  en  el mes de mayo y en 1962 la Marsik 1 que llegó a marte en 1963. A partir de allí el programa espacial soviético compitió permanente mente por  el liderazgo frente a los EEUU,  sobre todo con el programa de estaciones espaciales permanentes MIR.

Ni que hablar del tributo que deben rendir las fuerzas armadas  rusas actuales a la historia del Ejército Rojo y las fuerzas armadas de la Unión Soviética, que soportaron los dos mayores embates guerreros de la historia de la humanidad hasta el presente : la segunda guerra mundial y la guerra fría.

Toda esta potencialidad, que generó el “socialismo realmente existente” en el siglo XX,  no está hoy al servicio de los intereses financieros globales   o de políticas de intervencionismo imperialismo o neocolonialismo como muchos suponían a principios de los 90 y algunos piensan hoy todavía,  sino todo lo contrario.

 Ya en 1999 siendo todavía Yeltsin presidente  pero con Putin como Secretario del Consejo de Seguridad Nacional  y a meses de ser designado presidente interino,  las FFAA rusas  tomaron el aeropuerto de Pristina en la ex Yugoslavia en abierto desafío a la intervención   de una OTAN, títere de los EEUU.  En la vergonzosa votación  de las Naciones Unidas,  que aprobó  la resolución 1973 del año 2011  mediante la cual se  engendró  la invasión  criminal a Libia, Rusia fue  uno de los países que se abstuvo  y que más abrogó por  detener  o postergar la acción, junto con China.  El papel que ha jugado Rusia  en apoyo a los “oblasts”  de Donbass y Lugansk,  acosados por  el gobierno pro-OTAN  ucraniano de Poroshenko , y la intervención militar rusa  en Siria,  que terminó con el asedio  CIA-MI 6- OTAN –Isis,  contra la república árabe y su gobierno elegido democráticamente por amplia mayoría, demuestran cabalmente  de qué lado está hoy Rusia  en estas cuestiones vitales para la paz  de la humanidad, el respeto de las autonomías y soberanías nacionales, la integración cooperativa  y la solidaridad mundial.

Para los Latinoamericanos  no hay prueba más contundente de ello que  el apoyo del gobierno y el pueblo Ruso al gobierno y el pueblo  bolivarianos de Venezuela.

Pero todo empezó allá por noviembre de 1917, en la capital de  un imperio feudal que se sostenía sobre el sufrimiento de un pueblo de campesinos miserables, en estado de servidumbre,  en un mundo donde el avance arrollador del capitalismo  y el imperialismo  sugerían  un camino de miseria  y explotación extrema  para la inmensa mayoría de las mujeres y hombres del planeta.

Este destino  que tuvo su más desenfadada expresión en el militarismo nazi  y su intento de colonizar “razas inferiores”, fue frenado por la Revolución y la URSS,  que no sólo derrotó a la jauría feroz  que el capital les echó encima, a costa de 24 000 000 de muertos y un país devastado, sino que se recuperó  velozmente ( a una velocidad impensable en un sistema capitalista) y cambio la correlación de fuerzas  mundial, permitiendo a la humanidad  sostener el sueño de un mundo mejor , conservar los ánimos de lucha y, en muchos casos, avanzar decididamente hacia él. Y aun lo sigue haciendo.  

Esta visión que aquí exponemos   nos parece  oportuna  no sólo  para la reflexión, sino para la celebración de un  acontecimiento que  está situado entre  los más grandes de la civilización, y permite, además,  entender a  la Revolución de “Octubre” y al proceso soviético  no como un error, una desviación  o, menos aún,  como un fracaso  de la lucha por un mundo verdaderamente democrático, igualitario y sin existencias de   ricos y pobres, sino como solo  una etapa de esa lucha con sus luces y sus sombras pero que permite un balance fundamentalmente positivo [1]. Una etapa complejísima y muy difícil  en medio de las peores calamidades bélicas de la historia humana,  pero en la que la llama encendida de la revolución más importante de la modernidad y, tal vez,  de la civilización, desde el neolítico hasta la actualidad, se supo mantener y transmitir.

¿No es acaso  el proceso de luchas antiimperialistas de América Latina y el Caribe  una continuidad de las luchas de los 60/70? ¿No heredó la Revolución Bolivariana de Venezuela  la inspiración de la Revolución Cubana y toda su solidaridad? ¿Y  esas luchas  y revoluciones del siglo XX,  como el Vietnam heroico,  la Revolución Cubana y su no menos heroico proceso de dignidad y resistencia  y tantas otras luchas por la liberación nacional y contra el imperialismo,  no fueron acaso posibles sólo las condiciones internacionales creadas   por la existencia de la URSS,  un campo socialista y una Revolución China?

¿Es entonces casualidad que precisamente sean hoy Rusia y China las potencias que encabezan un  camino de desarrollo  alternativo  al desastre de la estrategia financiera y depredadora global neoliberal? ¿Es casualidad que sean esas dos potencias las que apoyan a Venezuela hoy contra los embates del imperio?¿ Es casualidad que sean esas dos potencias las que apoyan a Cuba frente al patético accionar de los EEUU y a la hipocresía de Europa Occidental?

Es evidente que  estos dos gigantescos procesos político revolucionarios  de la URSS y China Popular hijos ambos de la Revolución Rusa han tenido su continuidad sino en forma de  resistencia si en forma  resiliente cada uno con sus propias peculiaridades.

No ha habido fracasos históricos, sólo contradicciones  propias de un proceso civilizatorio, con los costos inevitables de un movimiento de luchas ideológicas, políticas (militares)  y económicas que está, nada más ni nada menos que,  cambiando un rumbo milenario de la humanidad estructurada en  la guerra y la explotación del ser humano por el propio ser humano,  para reemplazarlo por un mundo   de entendimientos, armonías,  articulaciones,  cooperación y solidaridad. El cambio es gigantesco  y el viejo mundo de la guerra y la violencia  se va yendo dando zarpazos brutales. Pero la llama de Petrogrado,  que evocaba las luchas milenarias de la humanidad por su autosuperación, no se apagó más,  y difícilmente la puedan apagar ya hoy los estertores de un sistema  que se hunde todos los días un poco más en su propia crisis.




[1] Ver en este sentido Ciafardini , Mariano  “El sujeto histórico en la Globalización” Centro Cultural de la Cooperación Buenos Aires 2015 (capítulo 6)

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