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sábado, 11 de noviembre de 2017

La Revolución Rusa y América Latina

El centenario de la Revolución Rusa tiene mucho que ver con el proceso revolucionario latinoamericano. Gran parte de sus ideas y su legado ha estado presente y seguirá vigente en su esencia por largo tiempo en la historia de nuestra América.

Adalberto Santana /Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México

Hace cien años se inició la Revolución en Rusia. Era según el calendario juliano un 25 de octubre de 1917 (equivalente en el resto del mundo al 7 de noviembre del calendario gregoriano). En la ciudad de Petrogrado (más tarde Leningrado durante la época del campo socialista y después con la desaparición de la URSS, hasta nuestros días, San Petersburgo). En esa coyuntura de la mañana del miércoles 7 de noviembre de 1917, relató John Reed (nacido en Portland, Oregon, 22/10/1887), el periodista estadounidense sepultado en homenaje en un muro del Kremlin cerca de la tumba de Vladímir Ilich Lenin, que estuvo haciendo crónicas de la Revolución Mexicana (“México insurgente” y en la insurrección bolchevique “Diez días que estremecieron al mundo), el mejor relato de aquellos acontecimientos. El mismo Lenin afirmó sobre el valor histórico de esa obra de Reed: “Yo quisiera ver este libro difundido en millones de ejemplares y traducido a todos los idiomas, pues ofrece una exposición veraz y crítica con extraordinaria viveza de acontecimientos de gran importancia para comprender lo que es la revolución proletaria, lo que es la dictadura del proletariado”.

En uno de los pasajes, Reed relataba sobre el desarrollo de los acontecimientos de aquel 7 de noviembre, momento en que se desbordaba la insurrección bolchevique cuando el periodista estadounidense entraba al edificio central de insurrectos (Instituto Smolny): “El ambiente era de tensión. Todas las escaleras estaban abarrotadas: obreros de blusas negras y negros gorros de piel, muchos con fusiles en bandolera, soldados con bastos capotes de un color sucio y con gorros grises de piel. Entre toda esta gente se abrían paso presurosos Lunacharski y Kamenev, muchos les conocían”. Agregando que Kamenev le tradujo al francés la resolución recién aprobada en la reunión del Soviet de Petrogrado, la cual decía: “El Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado saluda la victoriosa revolución del proletariado y de la guarnición de Petrogrado. El Soviet destaca, en particular, la cohesión, la organización, la disciplina y la plena unanimidad de que han dado prueba las masas en esta insurrección extraordinariamente incruenta y feliz”.

En el mismo paisaje el cronista estadounidense que también fue testigo de las protestas obreras que las escribió en su célebre ensayo “Guerra en Paterson” (EU), afirmaba que aque 7 de noviembre: “En la tribuna apareció Lenin. Lo recibieron con una estruendosa ovación. Predijo la revolución socialista mundial”. Después habló Zinóviev, que exclamó: “Hoy hemos pagado la deuda al proletariado internacional y hemos asestado un golpe terrible a la guerra, un golpe al pecho de los imperialistas”.

Sin duda un elemento central de toda revolución como lo fue la soviética (la de los consejos de obreros, campesinos y soldados rusos) era contar con una vanguardia organizada y dentro de ella con un conductor del proceso. Esto es algo medular a todo fenómeno revolucionario triunfante. Tal como ahora ocurre en nuestras revoluciones del siglo XXI latinoamericano. En Cuba, Nicaragua, Bolivia, El Salvador, Ecuador, Venezuela. Ahí  se cumple a cabalidad con ese principio. Pero también esa característica se desarrolló en la China de Mao Tse –Tung; en la República Socialista Federal de Yugoslavia con Josip Broz “Tito”; en la de República Popular Democrática de Corea de Kim Il-sung y en el Vietnam de Ho Chi Minh. En todos esos y otros ejemplos de las revoluciones triunfantes, se heredó la experiencia histórica y el valor de la conducción revolucionaria.

Hace cien años cuando comenzó la Revolución Rusa, en América Latina también ocurrían grandes acontecimientos. En México la Revolución Mexicana en 1917 es el momento en que se conquista una nueva república al establecerse un nuevo orden constitucional en buena medida dirigido por nuevos actores sociales como los campesinos, los obreros, sectores de las clases medias emergentes y una pequeña y mediana burguesía modernizadora. Para el gran historiador cubano, Sergio Guerra Vilaboy, en su clásica obra “Historia mínima de América Latina” (2013), apunta que a partir de ese momento axial del mundo:

“El triunfo de la Revolución Rusa de 1917 impulsó, en aquello pocos países latinoamericanos donde existían partidos socialistas (Argentina, Uruguay y Chile), la diferenciación que ya se venía registrando, como eco de los problemas que aquejaban a la II Internacional; a la vez que se debilitaban las fuerzas reformistas y anarquistas en el movimiento obrero organizado. Además, la revolución bolchevique encontró partidarios y propagandistas e incluso en la propia prensa anarquista, apareciendo en ellos decretos y documentos soviéticos y artículos de Lenin y otros dirigentes rusos. Incluso figuras revolucionarias como el líder agrarista Emiliano Zapata o el pensador anarquista Ricardo Flores Magón, saludaron entusiasmado los acontecimientos de Rusia. (…) En los países latinoamericanos donde existían agrupaciones socialistas, como el Cono Sur o México, estas dividieron o radicalizaron entre 1918 y 1920, y de los sectores partidarios de Lenin surgieron partidos de nuevo tipo que rápidamente se afiliaron a la III Internacional. Una segunda etapa de desarrollo más o menos en forma semejante, aunque en otro contexto (1928 y 1930) en Colombia, Perú y Ecuador. En otros países del continente, en cambio, como Brasil, Paraguay y América Central, el Partido Comunista fue el resultado de la radicalización de pequeños núcleos de obreros e intelectuales anarquistas. Formas intermedias de creación entre uno y otro grupo adoptaron los primeros partidos marxistas-leninistas en Cuba (1925), Bolivia (1928), Panamá (1930), Venezuela (1931), Puerto Rico (1933) y Haití (1934), países donde fueron fruto de la unión de dirigentes obreros revolucionarios e intelectuales de izquierda, proceso promovido por la activa presencia de representantes de la III Internacional. Personalidades latinoamericanas descollantes en este proceso fueron Luis Emilio Recabarren en el Cono Sur, José Carlos Mariátegui en Perú y Julio Antonio Mella en Cuba y México.”

De esta forma, el centenario de la Revolución Rusa tiene mucho que ver con el proceso revolucionario latinoamericano. Gran parte de sus ideas y su legado ha estado presente y seguirá vigente en su esencia por largo tiempo en la historia de nuestra América.

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