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sábado, 18 de noviembre de 2017

Venezuela: la MUD implosiona y Washington desespera

Los poderes fácticos venezolanos, de los que El Nacional es vocero, han defenestrado públicamente a la MUD y, una vez más, redoblan sus apuestas por las soluciones de fuerza y la injerencia extranjera para lograr, por vías inconfesables, lo que no han logrado por las vías de la democracia popular y participativa.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Luis Almagro, secretario general de la OEA,
y Nikki Haley, embajadora de EE.UU ante la ONU.
Los triunfos electorales del chavismo en las elecciones de gobernadores del pasado 15 de octubre, y la muy posible réplica en las próximas elecciones muncipales del 10 de diciembre, han dado un nuevo aire al proceso bolivariano para recuperar la iniciativa política, y con ello, le ofrecen al gobierno la posibilidad de emprender acciones concretas para vencer en la batalla económica y contra la burocracia y la corrupción. Este cambio en la correlación de fuerzas, que parece romper la situación de “empate” en la que había estado inmersa la sociedad venezolana desde la elección presidencial de Nicolás Maduro en 2013, también tiene repercusiones en la acera del frente: la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) implosiona en medio de recriminaciones entre sus integrantes; los poderes fácticos venezolanos se desencantan ante el evidente fracaso de sus títeres; y Washington desespera, monta una tragicomedia en una reunión espuria del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y saca a escena, una vez más, a su personaje favorito, el oficioso secretario general de la OEA, Luis Almagro.

El diario opositor El Nacional, en un editorial  reciente que no tiene desperdicio, deja al descubierto la gravedad de las implicaciones políticas de la fractura de la MUD. A propósito de la participación de Almagro en la reunión del Consejo de Seguridad, convocada por EE.UU e Italia, El Nacional contrasta la “contundencia” de las afirmaciones del secretario de la OEA y “las informaciones precisas que maneja sobre la dictadura de Maduro”, con  “las vacilaciones de la MUD y con las declaraciones de la mayoría de los líderes de la oposición venezolana, sin mayor fundamento”. El editorialista califica a Almagro como “un aliado fundamental de la democracia venezolana y un compañero de camino que se  ha hecho imprescindible para nuestra sociedad democrática”; y de inmediato, invita a sus lectores a ensayar “una analogía con los discursos de la oposición venezolana, con las incoherencias que a menudo desembuchan sus voceros, con la falta de contundencia que generalmente distingue el manejo de las ideas que deben servir para el ataque de la dictadura, pero que solo lo hacen a medias o a duras penas”. Y concluye con una lápida para la alianza opositora: “¿No se pueden comportar como estadistas, o no están en capacidad de hacerlo? ¿Balbucean a propósito, se quedan en la mitad del camino de manera premeditada, o porque no saben cómo seguir hacia adelante?”

Los poderes fácticos venezolanos, de los que El Nacional es vocero, han defenestrado públicamente a la MUD y, una vez más, redoblan sus apuestas por las soluciones de fuerza y la injerencia extranjera para lograr, por vías inconfesables, lo que no han logrado por las vías de la democracia popular y participativa. Al prescindir del guión de la lucha electoral, los enemigos de la Revolución Bolivariana son todavía más peligrosos, como lo demuestra el discurso de Nikki Haley, la embajadora estadounidense ante la ONU, en el que acusó a Venezuela –sin aportar ninguna prueba- de ser “un narcoestado cada vez más violento que amenaza a la región, el hemisferio y el mundo”. Semejante delirio tan solo revela la magnitud de los apetitos de Washington y del Estado profundo por apropiarse de los recursos energéticos y minerales del país suramericano, y por  controlar su posición geoestratégica en el marco de sus proyectos de dominación hemisférica.

En este escenario, y consecuente con su política exterior anclada en la perspectiva de la multipolaridad y la construcción de un sistema internacional mucho más equilibrado, Venezuela ha fortalecido sus alianzas económicas, políticas, militares y, en definitiva, estratégicas, con China y particularmente con Rusia (país con el que el gobierno bolivariano acaba de llegar a un acuerdo para reestructurar su deuda, por un monto de $3.150 millones de dólares). Está en su derecho de hacerlo, frente a las sistemáticas agresiones del imperialismo estadounidense. Es en ese sentido que Moscú, por medio de su ministro de Relaciones Exterioes,  Serguéi Lavrov, ha reiterado su rechazo a “los movimientos de las fuerzas extrarregionales que intentan provocar el agravamiento de la crisis política en Venezuela”, a los que calificó de “irresponsables e inaceptables”, e instó a los países latinoamericanos a oponerse “a los intentos de las fuerzas extrarregionales de obligar a la oposición a que tome posiciones irreconciliables. Estos intentos tienen como fin provocar una crisis más profunda, y tal vez incluso generar violencia”.

El futuro de Venezuela será crucial para el futuro del proyecto emancipador y soberano nuestroamericano, que enfrenta sus horas más difíciles con el avance de la restauración neoliberal; pero, al mismo tiempo, la resolución de la crisis a partir del diálogo entre las partes, por los mecanismos constitucionales y con respaldo popular, será determinante para evitar que la región se convierta en un nuevo foco de tensiones -de consecuencias imprevisibles- entre potencias con gran poderío bélico.  

Preservar a América Latina como región de paz es el gran desafío que tenemos frente a  los “gigantes que llevan siete leguas en las botas”, al decir de José Martí, y que llegada la hora no dudarán en ponernos la bota encima ni en engullirnos.

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