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sábado, 18 de noviembre de 2017

Chile: democracia gota a gota

En estas elecciones no se enfrentan concepciones distintas sobre el modelo económico-social. Aquello no está en juego. Lo afirman agoreros calificados del gobierno y del empresariado.

Manuel Cabieses Donoso / Punto Final

Los administradores de Chile decidieron hace veinte años que el retorno a la democracia -una democracia que incluya participación y justicia social- sería gradual, tan gradual que ni siquiera se perciben sus avances. El objetivo es terminar de “amansar” a los ciudadanos y hacerlos entrar en definitiva por el aro del neoliberalismo. Según esta ordenanza de los amos del país, los chilenos sólo estaremos maduros para vivir en democracia -la democracia de ellos, desde luego- cuando nos hayan convencido que somos parte indisoluble del sistema. Con ese fin se aplicó primero el terrorismo de Estado, y desde 1990 la mano de hierro con guante de seda del modelo neoliberal.

Las elecciones del 19 de noviembre no harán más que corroborar lo inmutable del sistema que ha confundido las conciencias de millones de chilenos. La definición electoral se juega en un terreno donde no existe alternativa que ponga en peligro la institucionalidad económica, política, social y cultural del país.

Este fenómeno -que se ha comparado con la película El día de la marmota (1)- se repite desde 1989, cuando el democratacristiano Patricio Aylwin, uno de los generales civiles del golpe de 1973, se convirtió en presidente de la República con 55,17% de los 7 millones 158 mil 727 electores con una abstención mínima. Al período siguiente, Eduardo Frei Ruiz-Tagle superó esa marca con el 57,98%. Aún existía una importante reserva de ilusiones que esperaban la alegría y el cambio. Sin embargo, desde entonces no todo fue coser y cantar para los estrategas de una transición con cuentagotas. Comenzó a crecer la trinchera de la abstención donde se refugiaron la desilusión y la protesta. En 1999 Ricardo Lagos llegó raspando al 51,31% en segunda vuelta, que le facilitó el 3,19% de la Izquierda. Al período siguiente, 2005, Bachelet llegó al 53,5%, con apoyo del 5,4% del Juntos Podemos Más encabezado por el PC. Luego, en 2009, se dio vuelta la tortilla y Sebastián Piñera ganó con 51,61% (3 millones 591 mil votos) a Frei Ruiz-Tagle.

Esto significó el fin de la Concertación que incorporó al PC y pasó a llamarse Nueva Mayoría (NM). En 2013 el electorado había aumentado a 13 millones 573 mil y Michelle Bachelet ganó en segunda vuelta con 62,17% (3.470.055 votos). Sin embargo, la abstención se había convertido en una potente realidad que llegó al 58,21%. Esto significa que la actual mandataria contó con el apoyo de sólo el 25,6% del electorado.

¿Qué muestran los eventos electorales en la transición a la democracia? En primer lugar que la derecha mantiene una votación de alrededor del 40%. En 1999 obtuvo 48,69% con Joaquín Lavín; Sebastián Piñera alcanzó el 46,5% en 2005; y con Evelyn Matthei bajó al 38% en 2013, cuando el empresariado volcó sus favores hacia Bachelet. Esto no hace sorprendente que Piñera sea ahora el más probable triunfador del 19 de noviembre.

La abstención se ha convertido, sin embargo, en el dato más relevante de los episodios electorales. En las municipales del 23 de octubre del año pasado alcanzó al 65%, que El Mercurio calificó de “terremoto electoral”. Hay alcaldes que representan a menos del 10% del electorado de sus comunas. Estamos frente a un fenómeno estructural que alimentan diversas fuentes que en conjunto caracterizan la crisis político-social del país. Las autoridades de elección popular representan cada vez menos a los ciudadanos. Si bien esto favorece las posturas conservadoras, plantea a la vez una crisis de legitimidad que se soslaya en el debate político. Reconocerlo significaría admitir que la solución democrática de la crisis consiste en convocar a una Asamblea Constituyente que elabore y proponga al pueblo una nueva Constitución Política que supere la matriz oligárquica que inspira las actuales instituciones y leyes de la República.

La casta política, sin embargo, se vale de mil argucias para retrasar el desenlace. La crisis se viene desarrollando porque no hay respuesta a la demanda de una democracia participativa con justicia social que alentó la lucha de resistencia contra la dictadura.

La Asamblea Constituyente fue planteada en los años 80 por amplios sectores políticos, incluyendo el que hoy se conoce como “centroizquierda”. Esa aspiración representaba la defunción natural y civilizada de la tiranía.

Las instituciones se mantienen en pie aunque carcomidas por la corrupción y el desprestigio. Su destino es el basurero de la historia. Si no se desmontan en forma democrática, mediante una Asamblea Constituyente, a su hora lo hará la fuerza revolucionaria del pueblo.

En estas elecciones no se enfrentan concepciones distintas sobre el modelo económico-social. Aquello no está en juego. Lo afirman agoreros calificados del gobierno y del empresariado. No obstante, ellos no toman en cuenta el proceso de deterioro de la institucionalidad, soporte político del modelo, cuyo desplome arrastraría al conjunto del sistema de dominación.

La abstención electoral es solo un síntoma pero clama por atención. El lacerado cuerpo social de Chile necesita tomar conciencia y organizar la protesta y las demandas. El silencio de la mayoría del electorado no puede interpretarse como acatamiento. Son voluntades que aún no encuentran cauce y liderazgo y que corren el peligro de ser capturadas por un aventurero civil o militar.

La ausencia de una alternativa de Izquierda no hace sino retardar el desmoronamiento de la estructura política de la dictadura. La movilización social -que no encuentra respuesta de instituciones que velan por los intereses de una minoría- tiene que engendrar sus propios instrumentos políticos. La Izquierda tradicional está sumida en una decadencia irremediable. Es necesario forjar nuevas armas para disputar el poder.

La democracia y la justicia social no caerán gota a gota, como una dádiva, para calmar los sueños frustrados. Se conquistan con esfuerzo y sacrificio, con organización y liderazgos de probada lealtad al pueblo

Nota

(1) El día de la marmota (1993), filme del director Harold Ramis. En la trama, un día sigue a otro en que sucede lo mismo que en el anterior.

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