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sábado, 9 de diciembre de 2017

Argentina: La justicia decapitada

Reducidas las instituciones de la república por el ejercicio caprichoso de los caprichosos niños ricos en el poder que sólo atienden sus negocios, resulta funcional que jueces de pacotilla, personajes de sainete ejerzan el ministerio público con aviesas intenciones, de allí que ruede frecuentemente la testa de la justicia, ante la mirada atónita de la plebe.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Otra explosión de fuegos de artificio que, multiplicada por la usina mediática que custodia minuto a minuto la subjetividad colectiva, intenta disimular la andanada de cachetazos que sufre cotidianamente la sociedad, desde tarifazos y aumentos de combustibles, recortes jubilatorios, reforma laboral y constante pérdida de derechos, dado que ni la muerte de Santiago Maldonado, la de Rafael Nahuel y la persecución de los mapuches, la prisión de Milagro Sala, ni la pérdida de los 44 tripulantes del ARA San Juan que ni sus propios defensores pueden ocultar tanto descontento ni las manifestaciones masivas, ayer jueves 7 de diciembre, el país despertó con la orden de detención impartida por el juez Claudio Bonadio contra CFK, (cuyos actuales fueros la protegen), Carlos Zannini, Luis D’Elía, Jorge Youssef Kahlil y Fernando Esteche, funcionarios todos de la gestión anterior, sin que exista juicio ni condena.

El expediente elegido fue el tratado con Irán que nunca entró en vigencia, aunque fue votado por ambas cámaras del Congreso. El cargo de “traición a la patria” contra la senadora Cristina Fernández es porque entre los considerandos el juez Claudio Bonadio, estima que tanto el atentado a la AMIA como a la Embajada de Israel no constituyen actos de terrorismo sino hechos de guerra. Tan desmedida y aberrante es la acusación que cabe destacar, que sólo ha habido un caso por traición a la patria en el país y se remonta a 1936, cuando el Mayor del Ejército Guillermo Mac Hannaford fue condenado por pasar información durante la Guerra del Chaco, entre Bolivia y Paraguay.

El juez Claudio Bonadio, de 61 años, se recibió de abogado en la UBA en 1988 a los 32 años y, en 1992 dio un salto a la política y luego a la Justicia, siendo secretario de Carlos Corach, Secretario Legal y Técnico de Carlos Menem, quien al año siguiente, lo propuso como juez de Morón escribiendo su nombre junto al de otros adeptos, en una servilleta, entre gallos y medianoche.

De raquíticos o inexistentes escrúpulos, este hombre calvo, excedido en peso al punto de lucir desprolijo en su vestir, aunque se lo quiera mirar con afecto, resulta desagradable y, sus pares lo tratan con desdén y de anti juez, cuyo pedigrí no le llega a la suela de los zapatos de millones de trabajadores honestos que ahora pelean por mantener los derechos adquiridos.

Jueces intocables, que no pagan impuestos y con cargos vitalicios, surgidos de la profesión de abogacía, donde la tradición de mediopelo los doctora de oficio, como los hacen las cortes provinciales con su juramento, sin llegar a los requisitos académicos de ese nivel, son chantas profesionales como reza la jerga popular. Que luego se dediquen a defender delincuentes o, a enarbolar causas denigrantes que ofenden hasta a los propios, es un paso leve.

Desde la creación del Consejo de la Magistratura, Bonadio ha acumulado 51 denuncias, de las cuales 41 fueron desestimadas, 8 continúan en trámite y de las otras dos restantes, recibió sanciones.

Estos magistrados, sobre los cuales la Nación ha depositado el sagrado ejercicio de su potestad jurídica y la sociedad su confianza en el mantenimiento y solución de conflictos de las relaciones tanto privadas como públicas para la natural convivencia armónica, negocian su desempeño con el gobierno de turno para mantener privilegios, se ofuscan cuando se los acusa de judicializar la política e intentan defenderse todo el tiempo desde los medios, como las coristas en los programas de chimentos, porque como ellas, viven pendientes del qué dirán y visten al último grito de la moda.

Bien lo sabía el mentiroso mayor, cuando proclamaba la necesidad de una justicia independiente y nombraba a dos jueces de la Suprema Corte con Decretos de Necesidad y Urgencia en los primeros meses de su gestión. También y bajo su inspiración lo sabía Laura Alonso de la Oficina Anticorrupción que doblegó la apuesta esta última semana intentando que se procesara a la ex presidente, quien estuvo sin fueros dos años y hubiera podido ser juzgada sin inconvenientes. Pero, ante la inminencia de su asunción, el día lunes, había que armar un berrinche descomunal que no resiste el menor análisis.

Dentro de esa atmósfera armada, donde las papas queman por doquier, no han tenido presente las reuniones de la Organización Mundial de Comercio, previstas para la semana entrante donde el presidente Mauricio Macri ya sentó precedentes al impedir el ingreso de personas invitadas por razones de seguridad y estos acontecimientos, visto por ojos extranjeros, pueden significar un revés significativo, sobre todo en los ansiados inversores.

Sin embargo, como en otras oportunidades, agotado y sin fuerzas, el primer mandatario ya partió hacia la estancia Potrerillo de Larreta, en Alta Gracia, Córdoba, dispuesto a reponer energías y paz espiritual, como lo  describe su apologista y consejero, el provocador, Jaime Durán Barba, “Macri, felizmente es un ser humano con sentimientos al que no lo atontó el poder; más que político, sigue siendo la persona con virtudes humanas de siempre”.

Esa visión idílica y privada, a años luz del hombre de a pie, propia del núcleo estrecho y opulento que pretende manejar la res pública, que se obnubila con el futuro e ignora y descree de las enseñanzas del pasado, que niega las necesidades de las mayorías y se burla con desplantes y acciones del sistema democrático que los llevó al poder, comienza a advertir que la nueva composición del Congreso no les va permitir seguir haciendo de las suyas y que, todos los abusos judiciales se van a volver en su contra. Ya pasó y no sólo una vez, sino muchas.

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