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sábado, 23 de diciembre de 2017

Venezuela: ¿se puede construir el socialismo sin socialismo?

El socialismo parece siempre un lejano horizonte hacia el que, supuestamente, se está caminando, pero al que nunca se llega. ¿Cuándo se llegará?

Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

El petróleo hay que sacarlo de la economía, porque su presencia interfiere toda la actividad económica y lo peor, obnubila las conciencias, destruye al individuo.”
Juan Pablo Pérez Alfonzo

Caída la Unión Soviética y revertido el socialismo chino, con la desintegración del campo socialista europeo, la derecha internacional cantó triunfal. Para los años 90 del pasado siglo, todo parecía indicar que los ideales libertarios socialistas quedaban en la historia. Las conquistas sociales de la clase trabajadora mundial eran suspendidas, y hablar de cambio social era presentado como una absoluta herejía anacrónica. Pero en el medio de ese desolador paisaje apareció la figura de Hugo Chávez y la declaración de una Revolución.

Visto ahora con la mayor objetividad puede entenderse el fenómeno: Chávez no era un socialista, un revolucionario de izquierda. Por el contrario, abjuraba del marxismo como militar formado en las doctrinas contrainsurgentes, al igual que cualquier oficial latinoamericano que recibió la influencia de la estadounidense Escuela de las Américas. Pero en medio de esa maraña ideológica que puede haber sido su pensamiento, comenzó a reivindicar conceptos que la derecha había condenado al museo, al baúl de los recuerdos. De ahí que en Venezuela volviera a hablarse nuevamente de “socialismo”, de “revolución”, de “antiimperialismo”.

Todo ello, como no podía ser de otro modo, suscitó esperanzas. El campo popular y la izquierda de todas partes del mundo vieron en Chávez, en la Revolución Bolivariana y en su preconizado nuevo Socialismo del Siglo XXI una ventana de esperanza. Naturalmente, ante tanto golpe recibido por parte de las clases subalternas, de la clase trabajadora mundial y de quienes siguen albergando anhelos de justicia, esa pequeña cuota de esperanza se vio gigantesca.

Hoy, desaparecido Chávez y con casi dos décadas de iniciado el proceso bolivariano, Venezuela está en un atolladero. Sin ningún lugar a dudas la derecha (nacional e internacional) ha hecho y sigue haciendo lo imposible por descabezar esa experiencia. Un proceso popular que le habla de igual a igual al imperio y que confiere poder y protagonismo a los olvidados de siempre, es inadmisible para una visión conservadora. Pero además de las esperanzas renovadas, con la más absoluta objetividad del caso hay que estudiar lo sucedido en Venezuela para entender exactamente qué está pasando, y encontrar caminos que, hoy por hoy, permitan seguir manteniendo viva y ampliando esa esperanza. O, más aún, hacer que ese proceso de cambio pueda extenderse a otras latitudes.

Pero allí, justamente, radica el problema. ¿Qué se ha construido en el país caribeño en todos estos años? ¿Se están sentando las bases firmes de una sociedad socialista? Visto en detalle, todo indica que no. Y esto no es –lo creemos con firmeza– una afiebrada visión principista, un infantil pensamiento ultra que dispara pirotecnia revolucionarista a mansalva. Es –¡así se lo pretende con toda la fuerza!– una reflexión crítica que busca servir como aporte, como necesario llamado de atención, como granito de arena que contribuya a un debate que pueda hacer crecer esa esperanza insuflándole más vida.

Venezuela tiene una maldición: es la principal reserva petrolera del mundo, y durante años vivió, y sigue viviendo, de esa reserva natural. Ello ha servido para generar una cultura rentista y de despilfarro por todo un siglo que la Revolución Bolivariana no ha podido (no ha sabido, no ha querido) transformar.

Algún tiempo atrás, en otro análisis de la realidad venezolana, nos permitíamos decir: “En Venezuela toda actividad económica productiva choca con el petróleo, el dios todopoderoso que todo lo puede, sin coto ni medida. La renta petrolera no se debe repartir: se debe dejar guardada igual que estaba cuando era petróleo. Pérez Alfonzo [lúcido intelectual venezolano, padre de la OPEP] decía que el petróleo es como una alcancía de la cual sólo se puede sacar, pero no se le puede meter. Hay que sacar sólo lo indispensable. A lo que se saca hay que darle utilidad como ahorro, no como gasto público ni menos como incentivo de la economía. La economía debe ser altamente productiva, no rentista [el subrayado es nuestro]; debe defenderse por sus propios medios, por sus propios mecanismos, por su propio dinamismo y no por la muleta de la renta petrolera. Existe en Venezuela una economía ficticia, por cuanto todo, absolutamente todo está subsidiado. La construcción del socialismo, en tanto modelo de una sociedad de justicia donde todos producen y todos igualitariamente reciben una parte de esa riqueza social, no puede basarse en una dispendiosa chequera que subsidia todo, tal como vino haciendo el proceso bolivariano estos años. Los noruegos siguieron las recomendaciones de Pérez Alfonzo y son la economía más fuerte de Europa, sin las angustias de los demás países de la Unión Europea, con reservas por 900 mil millones de dólares. ¿Por qué no hizo lo mismo la Revolución Bolivariana?

Incluso llegó a hablarse (Chávez lo hizo) de un “socialismo petrolero”. Está claro, sin el más mínimo lugar a dudas, que los primeros años de la Revolución Bolivariana generaron un crecimiento exponencial de los satisfactores de la población venezolana. Eso fue lo que hizo que la población, masivamente, apoyara ese proceso y que el chavismo ganara prácticamente todas las elecciones que tuvieron lugar en el país en estos años. Pero el socialismo es algo más que una buena intención, que una dispendiosa chequera paternalista que “obsequia” misiones y beneficios (¿maldita herencia de la cultura rentista que marcó a la sociedad venezolana por largas décadas?).

Quizá dos ejemplos de la cotidianeidad para graficarlo: 1) “Chávez me regaló la casa”, expresión de algún beneficiario con planes habitacionales. ¿Eso es el socialismo? 2) En algún momento, una funcionaria del proceso propuso la creación de una misión (suerte de ministerio paralelo) para dotar de implantes mamarios de siliconas (pechos plásticos, como una Miss Universo) a las mujeres de escasos recursos. ¿Eso es el socialismo?

No hay dudas que cambiar la cultura, los profundos y complejos procesos ideológicos que gobiernan nuestras vidas, es infinitamente más complicado que llegar a la Casa de Gobierno. En Venezuela sucedió algo de eso: por una elección dentro de los marcos de la institucionalidad burguesa un personaje “díscolo” a los tradicionales factores de poder llegó al Palacio de Miraflores. Pero sus límites ideológicos y el proceso que puso en marcha no lograron ir más allá de un capitalismo reformista, repartiendo con mayor equidad la renta petrolera, aunque sin superar los marcos de la empresa privada. Sin dejar de reconocer los grandes avances en justicia social que permitieron los altos precios del petróleo durante la presidencia de Hugo Chávez, con un barril que llegó a los 120 dólares (precio extraordinario que permitió los planes sociales, más asistencialistas que socialistas), ese modelo muestra hoy sus falencias. No hay dudas que la derecha ataca despiadadamente, que hay bloqueo, que hay mercado negro, que hay un sistema financiero privado que le dicta las reglas al gobierno bolivariano. Pero un socialismo basado en el rentismo es imposible.

Por supuesto que la Revolución Bolivariana abrió esperanzas, dentro y fuera de Venezuela. De ahí que recibió, y sigue recibiendo, amplios apoyos de la izquierda, de sectores populares, de todos aquellos que pueden verse en ese espejo como una alternativa al capitalismo, siempre injusto, consumista y depredador. Pero en definitiva, más allá de una encendida retórica antiimperialista y un declarado Socialismo del Siglo XXI que nunca terminó de concretarse, el proceso iniciado años atrás por Chávez y continuado ahora por Nicolás Maduro no ha tocado los resortes básicos de la economía capitalista. Y no solo eso, sino que –es preciso decirlo, aunque suene horrible– en el actual momento de crisis ha comenzado a apelar a recetas neoliberales, condenando al país a la monoproducción primaria (petróleo y minerales estratégicos), con lo que se sigue en el esquema del rentismo tradicional (¿y las Miss Universo como ícono cultural de la sociedad?)

Nos permitimos citar un agudo análisis de Lenin Bandres que lo dice sin ambages: “Naomi Klein ha demostrado que la implementación de políticas de ajuste económico no siempre ha adquirido la misma forma en todos los lugares donde se han empleado. No obstante, la creación de condiciones de desastre, caos o disfuncionamiento sistémico de la economía es una constante que ha permitido imponer por la vía de la desorientación y el desasosiego medidas que en condiciones “normales”, la población no hubiese tolerado ni admitido. Utilizando la premisa según la cual la finalidad es la misma, pero los métodos son distintos, la máquina de guerra del capitalismo ha sabido metamorfosearse tanto geográfica como históricamente para insertar nuevos mercados en el circuito global e irrestricto de capitales y mercancías. Tal fue el caso del Chile de Allende, del Irak pos-Hussein y de la crisis de la deuda griega. Lamentablemente tal parece ser también el caso venezolano. La única diferencia es que estas medidas de choque han sido implementadas en el marco de una creciente retórica de confrontación contra los EEUU y en menor medida contra Europa, sin que por lo tanto esto afecte negativamente los términos del intercambio económico y de la inversión directa extranjera de estos países en Venezuela. Prueba de ello es que tanto en la Faja Petrolífera del Orinoco como en el Arco minero, participan innumerables empresas multinacionales, tales como Chevron (EEUU), Total (Francia), Statoil (Noruega) o Gold Reserve (Canadá) [además de la británica British Petroleum, la anglo-holandesa Shell, la rusa Rosneft, la española Repsol, la italiana ENI, la india ONGC, la china CNPC, la brasileña Petrobras], las cuales gozan de un “régimen especial de inversiones” implementado durante el gobierno de Maduro, que comprende desde el despliegue de medidas para el “estímulo a las inversiones” en la zonas económicas especiales, hasta la creación de tasas de cambio preferenciales para las empresas internacionales de petróleo. ¿Cómo se explica esta escalada retórica a nivel político y que a nivel económico las transacciones tengan lugar as business as usual?

Estas medidas abren serias dudas sobre lo que se está construyendo en Venezuela y el futuro de la Revolución Bolivariana. El socialismo parece siempre un lejano horizonte hacia el que, supuestamente, se está caminando, pero al que nunca se llega. ¿Cuándo se llegará?

Rosa Luxemburgo, analizando la revolución bolchevique de 1917, dijo: “No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”. Otro tanto podríamos decir respecto a Venezuela, a nuestra amada República Bolivariana de Venezuela, símbolo actual de la Patria Grande Latinoamericana, fuente de esperanza para futuras transformaciones sociales. ¡O se avanza de una buena vez hacia el socialismo!..., o inexorablemente se caerá.

Lo cual equivale a decir: se seguirá siendo un país abiertamente capitalista, que sigue las directivas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, basado en la monoproducción primaria de hidrocarburos y minerales contribuyendo así al sostenido deterioro medioambiental, que no puede atender las necesidades de su población, la que se empobrecerá cada vez más porque los precios de esos productos de exportación no se fijan en Caracas sino en las Bolsas de Valores de voraces países capitalistas, y que no puede transformar efectivamente su historia porque no se ha alejado de un planteo de libre mercado.

Todo lo anterior no descalifica en modo alguno lo actuado por la Revolución Bolivariana, y mucho menos –¡en absoluto!– pretende colocarse junto a la derecha venezolana troglodita reunida en la Mesa de la Unidad Democrática –MUD– ni en la derecha internacional visceralmente antichavista que inunda y envenena el espacio mediático presentando la situación del país como una “narcodictadura” de la que huye la gente. Es, lo repetimos, el llamado a un debate honesto y constructivo para que lo iniciado años atrás por Hugo Chávez se fortalezca, se profundice, se transforme efectivamente en una propuesta socialista. Por supuesto que buena parte del atolladero en que se encuentra hoy Venezuela tiene que ver con la infame presión ejercida por las multinacionales que desean sus recursos y por la descarada política intervencionista de Washington, que no ha ocultado su posibilidad de intervención armada. Pero también es hora de discutir sobre el socialismo.

Deseo cerrar estas breves reflexiones con una cita del Martín Fierro, para que se vea cuál es el espíritu que anima el presente texto: “Mas naides se crea ofendido, Pues a ninguno incomodo; Y si canto de este modo, Por encontrarlo oportuno, No es para mal de ninguno, Si no para bien de todos.


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