El socialismo parece siempre un lejano horizonte
hacia el que, supuestamente, se está caminando, pero al que nunca se llega.
¿Cuándo se llegará?
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
“El petróleo hay que sacarlo de la economía,
porque su presencia interfiere toda la actividad económica y lo peor, obnubila
las conciencias, destruye al individuo.”
Juan
Pablo Pérez Alfonzo
Caída la Unión Soviética y revertido el socialismo chino,
con la desintegración del campo socialista europeo, la derecha internacional
cantó triunfal. Para los años 90 del pasado siglo, todo parecía indicar que los
ideales libertarios socialistas quedaban en la historia. Las conquistas
sociales de la clase trabajadora mundial eran suspendidas, y hablar de cambio
social era presentado como una absoluta herejía anacrónica. Pero en el medio de
ese desolador paisaje apareció la figura de Hugo Chávez y la declaración de una
Revolución.
Visto ahora con la mayor objetividad puede entenderse el
fenómeno: Chávez no era un socialista, un revolucionario de izquierda. Por el
contrario, abjuraba del marxismo como militar formado en las doctrinas
contrainsurgentes, al igual que cualquier oficial latinoamericano que recibió
la influencia de la estadounidense Escuela de las Américas. Pero en medio de
esa maraña ideológica que puede haber sido su pensamiento, comenzó a
reivindicar conceptos que la derecha había condenado al museo, al baúl de los
recuerdos. De ahí que en Venezuela volviera a hablarse nuevamente de
“socialismo”, de “revolución”, de “antiimperialismo”.
Todo ello, como no podía ser de otro modo, suscitó
esperanzas. El campo popular y la izquierda de todas partes del mundo vieron en
Chávez, en la Revolución Bolivariana y en su preconizado nuevo Socialismo del
Siglo XXI una ventana de esperanza. Naturalmente, ante tanto golpe recibido por
parte de las clases subalternas, de la clase trabajadora mundial y de quienes
siguen albergando anhelos de justicia, esa pequeña cuota de esperanza se vio
gigantesca.
Hoy, desaparecido Chávez y con casi dos décadas de
iniciado el proceso bolivariano, Venezuela está en un atolladero. Sin ningún
lugar a dudas la derecha (nacional e internacional) ha hecho y sigue haciendo
lo imposible por descabezar esa experiencia. Un proceso popular que le habla de
igual a igual al imperio y que confiere poder y protagonismo a los olvidados de
siempre, es inadmisible para una visión conservadora. Pero además de las
esperanzas renovadas, con la más absoluta objetividad del caso hay que estudiar
lo sucedido en Venezuela para entender exactamente qué está pasando, y
encontrar caminos que, hoy por hoy, permitan seguir manteniendo viva y
ampliando esa esperanza. O, más aún, hacer que ese proceso de cambio pueda
extenderse a otras latitudes.
Pero allí, justamente, radica el problema. ¿Qué se ha
construido en el país caribeño en todos estos años? ¿Se están sentando las
bases firmes de una sociedad socialista? Visto en detalle, todo indica que no.
Y esto no es –lo creemos con firmeza– una afiebrada visión principista, un
infantil pensamiento ultra que dispara pirotecnia revolucionarista a mansalva.
Es –¡así se lo pretende con toda la fuerza!– una reflexión crítica que busca
servir como aporte, como necesario llamado de atención, como granito de arena
que contribuya a un debate que pueda hacer crecer esa esperanza insuflándole
más vida.
Venezuela tiene una maldición: es la principal reserva
petrolera del mundo, y durante años vivió, y sigue viviendo, de esa reserva
natural. Ello ha servido para generar una cultura rentista y de despilfarro por
todo un siglo que la Revolución Bolivariana no ha podido (no ha sabido, no ha
querido) transformar.
Algún tiempo atrás, en otro análisis
de la realidad venezolana, nos permitíamos decir: “En Venezuela toda actividad económica productiva choca con el petróleo,
el dios todopoderoso que todo lo puede, sin coto ni medida. La renta petrolera
no se debe repartir: se debe dejar guardada igual que estaba cuando era
petróleo. Pérez Alfonzo [lúcido intelectual venezolano,
padre de la OPEP] decía que el petróleo es como una alcancía de la cual sólo se puede
sacar, pero no se le puede meter. Hay que sacar sólo lo indispensable. A lo que
se saca hay que darle utilidad como ahorro, no como gasto público ni menos como
incentivo de la economía. La economía debe ser altamente productiva, no rentista [el subrayado es nuestro]; debe defenderse por sus propios medios, por sus propios
mecanismos, por su propio dinamismo y no por la muleta de la renta petrolera.
Existe en Venezuela una economía ficticia, por cuanto todo, absolutamente todo
está subsidiado. La construcción del socialismo, en tanto modelo de una
sociedad de justicia donde todos producen y todos igualitariamente reciben una
parte de esa riqueza social, no puede basarse en una dispendiosa chequera que
subsidia todo, tal como vino haciendo el proceso bolivariano estos años. Los
noruegos siguieron las recomendaciones de Pérez Alfonzo y son la economía más
fuerte de Europa, sin las angustias de los demás países de la Unión Europea,
con reservas por 900 mil millones de dólares. ¿Por qué no hizo lo mismo la
Revolución Bolivariana?”
Incluso llegó a hablarse (Chávez lo hizo) de un “socialismo petrolero”.
Está claro, sin el más mínimo lugar a dudas, que los primeros años de la
Revolución Bolivariana generaron un crecimiento exponencial de los
satisfactores de la población venezolana. Eso fue lo que hizo que la población,
masivamente, apoyara ese proceso y que el chavismo ganara prácticamente todas
las elecciones que tuvieron lugar en el país en estos años. Pero el socialismo
es algo más que una buena intención, que una dispendiosa chequera paternalista
que “obsequia” misiones y beneficios (¿maldita herencia de la cultura rentista
que marcó a la sociedad venezolana por largas décadas?).
Quizá dos ejemplos de la cotidianeidad para graficarlo: 1) “Chávez me regaló la casa”, expresión de
algún beneficiario con planes habitacionales. ¿Eso es el socialismo? 2) En
algún momento, una funcionaria del proceso propuso la creación de una misión
(suerte de ministerio paralelo) para dotar de implantes mamarios de siliconas
(pechos plásticos, como una Miss Universo) a las mujeres de escasos recursos.
¿Eso es el socialismo?
No hay dudas que cambiar la cultura, los profundos y complejos procesos
ideológicos que gobiernan nuestras vidas, es infinitamente más complicado que
llegar a la Casa de Gobierno. En Venezuela sucedió algo de eso: por una
elección dentro de los marcos de la institucionalidad burguesa un personaje
“díscolo” a los tradicionales factores de poder llegó al Palacio de Miraflores.
Pero sus límites ideológicos y el proceso que puso en marcha no lograron ir más
allá de un capitalismo reformista, repartiendo con mayor equidad la renta
petrolera, aunque sin superar los marcos de la empresa privada. Sin dejar de
reconocer los grandes avances en justicia social que permitieron los altos
precios del petróleo durante la presidencia de Hugo Chávez, con un barril que
llegó a los 120 dólares (precio extraordinario que permitió los planes
sociales, más asistencialistas que socialistas), ese modelo muestra hoy sus
falencias. No hay dudas que la derecha ataca despiadadamente, que hay bloqueo,
que hay mercado negro, que hay un sistema financiero privado que le dicta las
reglas al gobierno bolivariano. Pero un socialismo basado en el rentismo es
imposible.
Por supuesto que la Revolución Bolivariana abrió esperanzas, dentro y
fuera de Venezuela. De ahí que recibió, y sigue recibiendo, amplios apoyos de
la izquierda, de sectores populares, de todos aquellos que pueden verse en ese
espejo como una alternativa al capitalismo, siempre injusto, consumista y
depredador. Pero en definitiva, más allá de una encendida retórica
antiimperialista y un declarado Socialismo del Siglo XXI que nunca terminó de
concretarse, el proceso iniciado años atrás por Chávez y continuado ahora por
Nicolás Maduro no ha tocado los resortes básicos de la economía capitalista. Y
no solo eso, sino que –es preciso decirlo, aunque suene horrible– en el actual
momento de crisis ha comenzado a apelar a recetas neoliberales, condenando al
país a la monoproducción primaria (petróleo y minerales estratégicos), con lo
que se sigue en el esquema del rentismo tradicional (¿y las Miss Universo como
ícono cultural de la sociedad?)
Nos permitimos citar un agudo análisis de Lenin Bandres que lo dice sin ambages: “Naomi Klein ha
demostrado que la implementación de políticas de ajuste económico no siempre ha
adquirido la misma forma en todos los lugares donde se han empleado. No
obstante, la creación de condiciones de desastre, caos o disfuncionamiento
sistémico de la economía es una constante que ha permitido imponer por la vía
de la desorientación y el desasosiego medidas que en condiciones “normales”, la
población no hubiese tolerado ni admitido. Utilizando la premisa según la cual
la finalidad es la misma, pero los métodos son distintos, la máquina de guerra
del capitalismo ha sabido metamorfosearse tanto geográfica como históricamente
para insertar nuevos mercados en el circuito global e irrestricto de capitales
y mercancías. Tal fue el caso del Chile de Allende, del Irak pos-Hussein y de
la crisis de la deuda griega. Lamentablemente tal parece ser también el caso
venezolano. La única diferencia es que estas medidas de choque han sido
implementadas en el marco de una creciente retórica de confrontación contra los
EEUU y en menor medida contra Europa, sin que por lo tanto esto afecte
negativamente los términos del intercambio económico y de la inversión directa
extranjera de estos países en Venezuela. Prueba de ello es que tanto en la Faja
Petrolífera del Orinoco como en el Arco minero, participan innumerables empresas
multinacionales, tales como Chevron (EEUU), Total (Francia), Statoil (Noruega)
o Gold Reserve (Canadá) [además de la británica British Petroleum, la anglo-holandesa
Shell, la rusa Rosneft, la española Repsol, la italiana ENI, la india ONGC, la
china CNPC, la brasileña Petrobras], las cuales gozan de un “régimen especial de
inversiones” implementado durante el gobierno de Maduro, que comprende desde el
despliegue de medidas para el “estímulo a las inversiones” en la zonas
económicas especiales, hasta la creación de tasas de cambio preferenciales para
las empresas internacionales de petróleo. ¿Cómo se explica esta escalada
retórica a nivel político y que a nivel económico las transacciones tengan
lugar as business as usual?
Estas medidas abren serias dudas sobre lo que se está construyendo en
Venezuela y el futuro de la Revolución Bolivariana. El socialismo parece
siempre un lejano horizonte hacia el que, supuestamente, se está caminando,
pero al que nunca se llega. ¿Cuándo se llegará?
Rosa Luxemburgo, analizando la revolución bolchevique de 1917, dijo: “No se puede mantener el “justo medio” en
ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la
locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o
cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará
en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad
de camino, arrojándolos al abismo”. Otro tanto podríamos decir respecto a
Venezuela, a nuestra amada República Bolivariana de Venezuela, símbolo actual
de la Patria Grande Latinoamericana, fuente de esperanza para futuras
transformaciones sociales. ¡O se avanza de una buena vez hacia el
socialismo!..., o inexorablemente se caerá.
Lo cual equivale a decir: se seguirá siendo un país abiertamente
capitalista, que sigue las directivas del Fondo Monetario Internacional y del
Banco Mundial, basado en la monoproducción primaria de hidrocarburos y
minerales contribuyendo así al sostenido deterioro medioambiental, que no puede
atender las necesidades de su población, la que se empobrecerá cada vez más
porque los precios de esos productos de exportación no se fijan en Caracas sino
en las Bolsas de Valores de voraces países capitalistas, y que no puede
transformar efectivamente su historia porque no se ha alejado de un planteo de
libre mercado.
Todo lo anterior no descalifica en modo alguno lo actuado por la
Revolución Bolivariana, y mucho menos –¡en absoluto!– pretende colocarse junto
a la derecha venezolana troglodita reunida en la Mesa de la Unidad Democrática
–MUD– ni en la derecha internacional visceralmente antichavista que inunda y
envenena el espacio mediático presentando la situación del país como una
“narcodictadura” de la que huye la gente. Es, lo repetimos, el llamado a un
debate honesto y constructivo para que lo iniciado años atrás por Hugo Chávez
se fortalezca, se profundice, se transforme efectivamente en una propuesta
socialista. Por supuesto que buena parte del atolladero en que se encuentra hoy
Venezuela tiene que ver con la infame presión ejercida por las multinacionales
que desean sus recursos y por la descarada política intervencionista de
Washington, que no ha ocultado su posibilidad de intervención armada. Pero
también es hora de discutir sobre el socialismo.
Deseo cerrar estas breves reflexiones con una cita del Martín Fierro,
para que se vea cuál es el espíritu que anima el presente texto: “Mas naides se crea ofendido,
Pues a ninguno incomodo; Y si canto de este modo, Por encontrarlo oportuno, No
es para mal de ninguno, Si no para bien de todos.”
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