No
hay duda alguna que las profundas transformaciones que desde hace décadas se vienen
produciendo a nivel universal, han dejado también su impronta, en muchas de
nuestras carencias y dificultades, a la hora de sustentar eficazmente las
preocupaciones soberanas en las nuevas realidades creadas, que nos sirvieran
para persuadir así, a amplias capas de nuestra población, sobre su vigencia y
actualidad.
Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra
América
Desde
Ciudad Panamá
Durante
dos días (15 y 16 de febrero) de 1964 y seguramente con la ira contenida, el
dolor por la Patria mancillada o el duelo por los héroes caídos en desigual
combate, un número considerable de las organizaciones más representativas de
nuestra Nación, entre asociaciones profesionales, sindicatos, organizaciones
campesinas, religiosas, estudiantiles y otras,
aprobaban mediante resoluciones, una visión distinta de lo que deberían
ser a partir de ahora, las relaciones con los Estados Unidos, con la ocupación
ilegal de la franja canalera y con la construcción de un país al servicio
principalmente de sus ciudadanos. Poco más de un mes había transcurrido de los
aciagos días que desde el 9 de enero de 1964, afligían a la Patria.
Naturalmente
que muchos son los cambios y transformaciones que han tenido lugar desde 1964
hasta la fecha. El mundo y el país que existía cuando tuvo lugar el Primer
Congreso por la Soberanía, ese de la Guerra Fría, de la guerra de Vietnam, de
utopías e ideologías enfrentadas, de las luchas populares y los procesos de
descolonización, principalmente en África, es considerablemente diferente al
que hoy existe. El enclave colonialista y el control estadounidense sobre
nuestro principal recurso natural, piezas fundamentales que a lo largo de casi
toda nuestra historia, cimentaban nuestro acendrado nacionalismo y reclamos
soberanos, ya no existen de forma tan perceptible. Conceptos como soberanía, neocolonialismo,
independencia y liberación nacionales, entre otros, han venido perdiendo su
significado real y dejaron de tener la misma connotación que antaño; lo que
hizo que para muchos, lamentablemente, solo sean ahora parte del baúl de los
recuerdos.
Ciertamente
lo acontecido aquí, donde la lucha por la soberanía en la mente de las grandes
mayorías, estuvo atada esencialmente a la presencia militar estadounidense y al
control exclusivo sobre el Canal, pareció culminar el 31 de diciembre de 1999.
Después de eso no hemos sido lo suficientemente audaces ni previsores, para
revitalizar o reencontrarnos con las tareas inconclusas, que nos dejaba el
necesario perfeccionamiento como nación y que atañen directamente a una
concepción auténticamente soberana como país y como pueblo. En cierto modo,
muchos de los que en el pasado pertenecimos a las corrientes de pensamiento más
progresistas del país, optamos sin vacilar por la inercia, fuimos seducidos por
el confort, invadidos por el desencanto y la fatalidad y, de hecho, renunciamos
al compromiso político y al sueño de justicia social, que alguna vez
abrazáramos.
Otros,
nos aferramos por algún tiempo, a la terquedad de interpretar las nuevas
realidades surgidas, solo desde la óptica de unas herramientas
teórico-políticas, que ameritaban con urgencia su revisión y relectura. Todo
ello ha permitido con mayor facilidad, que se nos impusiera el pensamiento cultural
del neoliberalismo y de una nueva economía global, donde los ciudadanos
desaparecen, para darles paso a los consumidores; donde el hedonismo y el
individualismo extremos, pasaron a ser los valores supremos; donde se incubó la
indiferencia y hasta la desconfianza, hacia nuestros mártires y fechas
memorables. Junto a esto y con poca resistencia de nuestra parte, vino la
reconversión del Estado en mero administrador de los negocios capitalistas, la
manipulación del inconsciente --principalmente de nuestra juventud--desde los
centros de poder, la ingenua y acrítica asimilación de una jerga y una nueva
significación de los vocabularios, que no nos pertenecía.
Sin
embargo, no hay duda alguna que las profundas transformaciones que desde hace
décadas se vienen produciendo a nivel universal, han dejado también su
impronta, en muchas de nuestras carencias y dificultades, a la hora de
sustentar eficazmente las preocupaciones soberanas en las nuevas realidades
creadas, que nos sirvieran para persuadir así, a amplias capas de nuestra
población, sobre su vigencia y actualidad. El fin de la Historia y el último
hombre de Fukuyama, la sociedad de la información, la crisis del modelo
civilizatorio, el calentamiento global antropogénico y nuestras necesidades de
sobreconsumo y sobreproducción, en un mundo que ahora se sabe finito, son solo
algunos rasgos que hicieron mella sobre nuestras utopías y un gran desaliento y
frustración, nos invadió después a casi todos.
Hoy
nuestra defensa de la soberanía nacional, pasa forzosamente por luchar contra
nuestros altos niveles de dependencia y subordinación; la explotación comercial
y transnacional de la educación; la degradación ambiental; los disfraces
sutiles que adquiere el intervencionismo, la presencia militar y la inmunidad
de sus efectivos; las políticas librecambistas que hipotecan nuestro futuro; el
cese de las actividades extractivas y expoliadoras de nuestros recursos
minerales; el rechazo de envíos de militares o policías hacia el Instituto de
Cooperación y Seguridad del Hemisferio Occidental (WHINSEC) o la tristemente
célebre Escuela de las Américas.
En el
año del cincuenta aniversario de la gesta heroica del 9 de enero y del I
Congreso por la Soberanía, la Universidad de Panamá organizó a través de la
Vicerrectoría de Asuntos Estudiantiles, en el mismo histórico Paraninfo
Universitario, el II Congreso durante los días 21 y 22 de noviembre del 2014,
con la aspiración de ser el heredero, continuador y depositario de los sueños y
las esperanzas transformadoras, de los que allí se reunieran en febrero de
1964. Ha llegado la hora de convocar al III Congreso, para iniciar la
construcción de las nuevas utopías que la sociedad panameña espera, ha llegado
la hora de que comprendamos que soberanía es no solo pensar como ciudadanos,
sino que estamos obligados más que nunca, a pensar como especie en peligro de
extinción. Las nuevas realidades locales y mundiales nos imponen estos
desafíos. El próximo congreso debe comenzar a iluminar los claroscuros de
nuestra historia, demostrar que la política es un arma para la justicia y la
solidaridad y no para enriquecerse a costa de todos; enseñar a pensar,
enseñarnos en definitiva a todos, el camino para convencer.
Gracias Ingeniero,por tan excelente artículo. Que sea un mensaje para el pueblo panameño.
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