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sábado, 20 de enero de 2018

Trump, el desagradable

Trump tiene en contra al establishment neoliberal que lo deplora a él tanto como a Bernie Sanders y hubiese preferido a alguien como Hilary Clinton. El sector  más progresista de los estadounidenses lo abomina, los inmigrantes lo temen y lo detestan, la llamada gente de color en términos mayoritarios lo reprueba,  el movimiento feminista lo aborrece, el mundo artístico e intelectual lo desprecia.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Ha concluido el primer año del presidente estadounidense más inverosímil de los que yo tenga recuerdo. Tan inverosímil que nadie creía que fuera enserio que quería llegar a dirigir a la nación más poderosa del planeta. Pero allí está, sentado  en su silla frente a su escritorio en la sala oval, el despacho presidencial más conocido del mundo, porque es uno de los escenarios favoritos de Hollywood. Aunque no estoy seguro de que allí esté, porque es sabido que pasa buena parte de su tiempo jugando golf. En todo caso, Trump se encuentra con el peor índice de popularidad en los últimos 70 años, de un presidente de Estados Unidos de América en su primer año. Tiene 39% de aceptación que contrasta con el encantador John F. Kennedy que alcanzó 79% y Bill Clinton quien obtuvo 49%.

El índice de popularidad de Trump es bajísimo pese a que su gestión ha sido exitosa en términos económicos. Las noticias nos indican que la tasa de desempleo cerró en diciembre de 2017 con un 4.1%, el más bajo desde 2001. La economía estadounidense tiene 87 meses de estar creciendo por lo que el éxito económico de Trump, pudiera ser más bien una inercia que viene desde Barack Obama quien asumió el cargo en el contexto de la peor crisis económica después de la de 1929. Debería tener más popularidad, porque si en algo son sensibles los estadounidenses es en lo que se refiere a su bolsillo. Allí están los ejemplos de James Carter (1976-1980)  y George W. Bush (1988-1992) quienes no pudieron reelegirse porque  los afectaron las recesiones económicas.  Pero sucede que el multimillonario neoyorkino es un personaje sumamente desagradable. Es un patán engreído que piensa que el mundo es una simple extensión de sus negocios. Además de impertinente es sumamente inculto y por ello encarna los rasgos de lo peor del pueblo estadounidense: racista, misógino, xenófobo y neofascista.

Además no le han ayudado mucho el escándalo que se ha suscitado con las revelaciones de la intromisión rusa en el proceso electoral de 2015. Hay que agregar su vociferante racismo hacia los inmigrantes, particularmente mexicanos y musulmanes, su ofensiva hacia el programa de salud implementado por Obama, sus twitters ofensivos hacia prácticamente todo el mundo, su actitud provocadora frente a un asunto tan delicado como lo es el de Corea del Norte. Todo ello explica que en momentos su popularidad en estos últimos 12 meses, ha estado por debajo del 39% que ahora se le asigna. Trump tiene en contra al establishment neoliberal que lo deplora a él tanto como a Bernie Sanders y hubiese preferido a alguien como Hilary Clinton. El sector  más progresista de los estadounidenses lo abomina, los inmigrantes lo temen y lo detestan, la llamada gente de color en términos mayoritarios lo reprueba,  el movimiento feminista lo aborrece, el mundo artístico e intelectual lo desprecia.

Pero Trump se asienta sobre la minoría blanca y racista, los trabajadores golpeados por el neoliberalismo. Y sobre ese punto de apoyo hasta podría sortear el impeachment.

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