Trump
tiene en contra al establishment neoliberal que lo deplora a él tanto como a
Bernie Sanders y hubiese preferido a alguien como Hilary Clinton. El
sector más progresista de los
estadounidenses lo abomina, los inmigrantes lo temen y lo detestan, la llamada
gente de color en términos mayoritarios lo reprueba, el movimiento feminista lo aborrece, el mundo
artístico e intelectual lo desprecia.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Ha
concluido el primer año del presidente estadounidense más inverosímil de los
que yo tenga recuerdo. Tan inverosímil que nadie creía que fuera enserio que
quería llegar a dirigir a la nación más poderosa del planeta. Pero allí está,
sentado en su silla frente a su
escritorio en la sala oval, el despacho presidencial más conocido del mundo,
porque es uno de los escenarios favoritos de Hollywood. Aunque no estoy seguro
de que allí esté, porque es sabido que pasa buena parte de su tiempo jugando
golf. En todo caso, Trump se encuentra con el peor índice de popularidad en los
últimos 70 años, de un presidente de Estados Unidos de América en su primer
año. Tiene 39% de aceptación que contrasta con el encantador John F. Kennedy
que alcanzó 79% y Bill Clinton quien obtuvo 49%.
El
índice de popularidad de Trump es bajísimo pese a que su gestión ha sido
exitosa en términos económicos. Las noticias nos indican que la tasa de
desempleo cerró en diciembre de 2017 con un 4.1%, el más bajo desde 2001. La
economía estadounidense tiene 87 meses de estar creciendo por lo que el éxito
económico de Trump, pudiera ser más bien una inercia que viene desde Barack
Obama quien asumió el cargo en el contexto de la peor crisis económica después
de la de 1929. Debería tener más popularidad, porque si en algo son sensibles
los estadounidenses es en lo que se refiere a su bolsillo. Allí están los
ejemplos de James Carter (1976-1980) y
George W. Bush (1988-1992) quienes no pudieron reelegirse porque los afectaron las recesiones económicas. Pero sucede que el multimillonario neoyorkino
es un personaje sumamente desagradable. Es un patán engreído que piensa que el
mundo es una simple extensión de sus negocios. Además de impertinente es
sumamente inculto y por ello encarna los rasgos de lo peor del pueblo
estadounidense: racista, misógino, xenófobo y neofascista.
Además
no le han ayudado mucho el escándalo que se ha suscitado con las revelaciones
de la intromisión rusa en el proceso electoral de 2015. Hay que agregar su
vociferante racismo hacia los inmigrantes, particularmente mexicanos y
musulmanes, su ofensiva hacia el programa de salud implementado por Obama, sus
twitters ofensivos hacia prácticamente todo el mundo, su actitud provocadora
frente a un asunto tan delicado como lo es el de Corea del Norte. Todo ello
explica que en momentos su popularidad en estos últimos 12 meses, ha estado por
debajo del 39% que ahora se le asigna. Trump tiene en contra al establishment
neoliberal que lo deplora a él tanto como a Bernie Sanders y hubiese preferido
a alguien como Hilary Clinton. El sector
más progresista de los estadounidenses lo abomina, los inmigrantes lo
temen y lo detestan, la llamada gente de color en términos mayoritarios lo
reprueba, el movimiento feminista lo
aborrece, el mundo artístico e intelectual lo desprecia.
Pero
Trump se asienta sobre la minoría blanca y racista, los trabajadores golpeados
por el neoliberalismo. Y sobre ese punto de apoyo hasta podría sortear el
impeachment.
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