Promover un clima de
homofobia y misoginia, en una región con los mayores índices de violencia
contra las mujeres, los homosexuales, los defensores de los derechos humanos y
los periodistas es un peligro terrible, pero esas son las características de la
nueva ola conservadora que recorre América Latina hoy.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Jair Bolsonaro, diputado federal y posible aspirante a la presidencia en Brasil. |
Donald Trump propuso,
ante la matanza recién acaecida en una secundaria de La Florida, que se arme a
los maestros para que inhiban las ansias homicidas de posibles atacantes, o los
repelan a tiro limpio como John Wayne o Clint Eastwood en las películas del
viejo Oeste.
No se sabe si Trump es
bobo, cínico o las dos cosas a la vez, pero su ejemplo está cundiendo de forma
alarmante en América Latina, y está llevando al poder, o a punto de llevarlos,
a personajes impresentables que nos auguran tiempos tan negros y nefastos como
los que ya vivimos en las décadas del 60 al 80, es decir, períodos de
intolerancia y represión de los que, a estas alturas, aún no hemos podido sanar
las heridas.
Trump y sus émulos
latinoamericanos apelan a una base conservadora que se declara harta de lo
políticamente correcto y se dejan obnubilar por las personalidades asertivas y
agresivas que proponen medidas políticas extravagantes.
En Guatemala Jimmy
Morales resultó electo en octubre de 2015 y varios medios se refirieron a él
como el "Trump latinoamericano". Jimmy Morales, al igual que Trump,
carecía de experiencia política. Era un popular actor cómico televisivo cuyo
sketch humorístico más famoso era el de un campesino bobo que se convertía en
presidente, y los otros números cómicos de su programa tenían claramente un
sesgo sexista, homófobo y racista.
Con esa mezcla de
cinismo y bobera que caracteriza también a Trump, el ahora presidente Morales
apoyó la absurda idea del muro fronterizo del presidente norteamericano, y
llegó a bromear con ofrecerle mano de obra guatemalteca barata para
construirlo. También se apuntó a la idea de rastrear a los maestros con
dispositivos GPS para asegurarse que acudan al trabajo.
Claro que, tras estas
salidas de tono tontas y estrafalarias, hay una agenda de extrema derecha que
lleva al señor cómico presidente a cuestionar la existencia de un genocidio en
años pasados, hace lo posible por allanar la impunidad de los corruptos
arrinconados por la CICIG y el Ministerio Público, y tiene a camarillas del
Ejército como su principal base de apoyo.
Guatemala es un país
cuyo sistema político y social ese encuentra inmerso en un largo proceso de
descomposición luego de muchos años de conflicto armado y, digámoslo con dolor,
puede ser que no sorprendan tanto estas muestras de farsa política. Pero el
caso es que estas cosas no están sucediendo solo ahí, sino también en otras
partes que se creían inmunes, basadas en una cultura política sólida y una
tradición de cierta serenidad política y electoral.
Este es el caso de
Costa Rica, que actualmente se encuentra inmersa en una campaña política en la
que ya se eligieron diputados el 4 de febrero pasado, y el próximo 5 de abril
deberá escogerse en segunda ronda al próximo presidente.
Aquí, dos candidatos
compartieron las características de cinismo, bobera y manipulación atribuibles
a Trump. En la primera ronda punteó en las encuestas el llamado “Trumpitico”,
es decir, el Trump tico, que tenía un
talante autoritario y excéntrico del que hacía gala mientras se mostraba
en la televisión y las redes sociales ataviado con un casco color azul.
El Trumpitico quedó
desplazado a un lejano quinto lugar cuando se dio el ascenso vertiginoso e
inesperado de otro similar a él, pero que no utiliza casco sino la religión
como divisa para atraer incautos a sus redes electorales. El ahora ungido es
predicador, tiene una esposa que “habla en lenguas”, ha despertado en la
población una ola de homofobia sin precedentes en el país y puntea en las
encuestas. No habría nada de extraño que, el 6 de abril, el país que se precia
de ser la democracia más antigua y consolidada de América Latina, paladín de la
libertad de expresión y los derechos humanos, y centro irradiador de felicidad
se despierte con un presidente electo que se ha catapultado hasta la posición
en la que se encuentra debido a su propuesta de sacar al país de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos que tiene, por cierto, su sede en San José,
la capital del pa ís.
Atrás de esta carátula
que atrae masas enfervorizadas, lo que se encuentra es una agenda de
profundización del modelo neoliberal en la que coincide con otras tiendas
políticas con las que, desde ya, se relamen de gusto por la alianza que
formarán una vez instaladas en la Asamblea Legislativa luego del 1 de mayo.
Y véase lo que pasa
también en Brasil, donde el candidato que ocupa el segundo lugar en las
encuestas de opinión, Jair Bolsonaro, se compara abiertamente con Trump. En
realidad, es mucho peor. Ex oficial del ejército y siete veces congresista,
Bolsonaro es un defensor descarado de la antigua dictadura militar de Brasil.
De hecho, después de que una congresista describiera las violaciones, torturas
y asesinatos cometidos bajo la dictadura, Bolsonaro le respondió diciendo que a
ella ni siquiera valía la pena violarla. Y no se ha desdicho nunca de las
declaraciones de que preferiría ver morir a su hijo a aceptarlo como
homosexual.
Bolsonaro podría ser el
próximo presidente de Brasil, aunque actualmente se encuentre en un distante
segundo lugar, porque el candidato en primera posición, el ex presidente Lula
da Silva, no puede presentarse por haber sido condenado por corrupción. Aunque
Lula está apelando la condena que le fue impuesta por un juez cuya
animadversión contra él es abierta y notoria.
Tras todos estos
candidatos y presidentes que parecen sacados de una pesadilla hay agendas
conservadoras que, en algunos casos, no solo pretenden impulsar hasta límites
insospechados el modelo neoliberal, sino complementarlo con medidas disruptivas
de la tolerancia y la convivencia civilizada.
Promover un clima de
homofobia y misoginia, en una región con los mayores índices de violencia
contra las mujeres, los homosexuales, los defensores de los derechos humanos y
los periodistas es un peligro terrible, pero esas son las características de la
nueva ola conservadora que recorre América Latina hoy.
En Costa Rica la mayoría de la población es bastante analfabeta políticamente. Los gobiernos y algunos grupos se aprovecharon de as guerras en América Central y sacaron ventaja de las agencias de ayuda instaladas en ese país para evitar el terror en el Salvador y Guatemala.
ResponderEliminarPor eso no es extraño que la mayoría se alinee con la homofobia aunque en ese país hace muchísimo tiempo que abundan la lesbianas y homosexuales... Es triste pero no extraño.
En Brasil la gente debe votar por Lula aunque no aparezca en la papeletas de votación....l