Una respuesta afirmativa por la
unidad en la lucha la dieron los concurrentes a la marcha del 21 en Buenos
Aires, replicada en varias ciudades del
interior del país, atisbo de nuevo polo de poder. Otra corresponde a los dirigentes opositores si están a la altura
de las circunstancias.
Carlos
María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
No quiero pecar de hiperbólico si al
parafrasear a Leopoldo Marechal sintetizo sobre la marcha del 21: era febrero y
parecía Mayo; y ello por el Grito
Sagrado presente en las consignas de
Patria, Pan y Trabajo que se escucharon al unísono. Concurrí en compañía de un joven militante socialista de
87 años y los dos quedamos asombrados ante lo multitudinario de la respuesta a
la convocatoria –más de siete cuadras sobre una de las avenidas más anchas del
mundo como es la 9 de Julio- y más aún por el fervor de los presentes, juventud en su mayoría.
Sin embargo, horas antes de
comenzar la marcha no parecía fácil su éxito.
Toda la artillería del periodismo canalla venía disparando desde que se
anunció su realización contra quien la
convocó, el sindicalista camionero peronista Hugo Moyano, ex Secretario General
de la CGT, sacándole los trapitos al sol de posibles actos de corrupción,
naturalmente bien disimulados cuando no se presentaba como opositor irreductible
del ingeniero Macri y su programa neoconservador y neoliberal que, como era de
prever, sólo viene trayendo ajuste, desempleo, inflación, recesión y
endeudamiento externo que hipoteca el futuro de los argentinos.
En forma paralela a la campaña
antimoyanista, vinieron las críticas a los sectores que anunciaban su presencia
en el acto: el kirchnerismo, los movimientos sociales y la izquierda en sus
diferentes matices. Y ello al tiempo que
los periodistas de los multimedios M, destacaban y celebraban cual fanáticos hinchas de fútbol los goles de su equipo,
las noticias sobre los gremialistas que se bajaban de la movilización
amenazados y comprados por el gobierno o cuando no en busca de
prebendas del poder como el próximo viaje a Europa a invitación del Ministro de Trabajo Jorge Triaca,
confirmado en el gabinete luego del escándalo suscitado por el despido a
insultos de su empleada doméstica. Este
cóctel venenoso se batió durante semanas
con el hielo molido de los posibles incidentes que ocurrirían y no sucedieron,
cosa de intimidar y desanimar a los posibles concurrentes espontáneos. Así y todo varios centenares de miles de
personas se acercaron a la intersección de las avenidas 9 de Julio y Belgrano,
a buen entendedor un lugar oportuno para las reivindicaciones sociales, de cara
al racionalista edificio del Ministerio de Desarrollo -o subdesarrollo- Social,
a cargo de la señora Carolina Stanley, justo es decirlo no de lo peor del
equipo gubernativo, aunque responsable el año pasado de disponer la baja de las
pensiones por discapacidad, magros beneficios
que ante el rechazo público debió
restituir en breve.
Concluido el acto, organizadores y
oradores mostraron su satisfacción en tanto que el gobierno debió callar o
ironizar sobre las motivaciones presuntamente destituyentes cuando no destinadas a amedrentar al poder judicial que
sabemos que en la Argentina se escribe
con letras minúsculas. Sin embargo nada debe ser igual a partir del 21 de
febrero y si eso no ocurre la
responsabilidad caerá sobre una oposición que amaga con la unidad pero que en
los hechos la socava con personalismos,
sectarismos y sobre todo con dogmatismos que corren en franca desventaja con
las pragmáticas posverdades que va sacando de la manga el poder asesorado por
su gurú Durán Barba, para reinstaurar un decimonónico modelo antiindustrialista
y exportador de materias primas, en la mejor reedición de la factoría pastoril
y ganadera en beneficio de las oligarquías nativas y las metrópolis centrales dispuesta
por la División Internacional del Trabajo. Lo que no significa postular el fin
de las ideologías sino fenomenológicamente
ponerlas entre paréntesis o dicho en lenguaje más casero y con ecos de la
política exterior entreguista de Ménem sobre Malvinas, “bajo un paraguas”, mientras se combate el
plan económico hambreador del presidente
Macri.
¿Y ahora qué? es la pregunta, en
tanto los periódicos del día siguiente se esmeraron en mostrar la Biblia y el
calefón discepoliano en la concurrencia de la víspera y así se habla con
desprecio del “acting organizado por
Cristina Kirchner, el Papa Francisco y Hugo Moyano”(La Prensa) mientras el
columnista estrella de La Nación,
Joaquín Morales Solá, jugó al oxímoron titulando sobre “Una
multitudinaria soledad política” (de Moyano.)
No deja de resultar curioso y para
muchos alentador esa pretendida denigración del “papismo” como llaman las derechas -copiando el término
empleado contra los católicos por la ultraderecha racista protestante norteamericana
y el mismísimo Ku Klux Klan- a los sectores socialcristianos o de izquierda
cristiana comprometidos con los humildes y con influencia en los movimientos
sociales y piqueteros. Sucede que por primera vez el Obispo de Roma es sentido
como alguien próximo a los trabajadores y a los villeros y esto se debe no sólo
a que Francisco es un Papa argentino, sino también a su prédica contra el
capitalismo salvaje y a su cercanía espiritual con los excluidos de la fiesta
del mundo globalizado.
¿Y ahora qué? Una respuesta afirmativa por la unidad en la
lucha la dieron los concurrentes a la marcha del 21 en Buenos Aires, replicada en varias ciudades del interior del
país, atisbo de nuevo polo de poder. Otra
corresponde a los dirigentes opositores si
están a la altura de las circunstancias.
Muy clara visión sobre el 21/F. y profundo análisis. Muy correcta definición de la juventud de su acompañante que dibuja una amplia participación de distintas generaciones.
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