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sábado, 10 de marzo de 2018

Costa Rica: El despertar de los invisibles o el retorno del Leviatán

Este artículo busca interpretar la coyuntura política de Costa Rica en el contexto electoral del 2018. Por el carácter inédito del conflicto y las contradicciones emergentes, la coyuntura política aquí analizada se circunscribe al corto período que corre entre los resultados de la primera vuelta electoral después del 4 de febrero y la segunda vuelta programada para el 1 de abril del 2018.

Byron Barillas* / Especial para Con Nuestra América[1]

Un fantasma recorre Costa Rica, es el fantasma del conservadurismo y su peligroso acompañante “el fundamentalismo religioso. Sorpresivamente, en menos de 15 días, el candidato Fabricio Alvarado del partido Renovación Nacional afiliado a las iglesias pentecostales, pasó del 5º o 6º lugar en las encuestas de opinión pre-elecciones, a encabezar el voto ciudadano como el candidato ganador de la primera ronda electoral para la Presidencia de la República.  Tras los resultados, de la noche a la mañana parece haberse desplomado el país de los modernos.

Tal realidad que dejó atónitos a nacionales y extranjeros,  de primer impacto vino a mostrar un país de doble rostro, un sociedad antagónica partida en dos, aunque visto con mayor detenimiento y términos de ciudadanía política –tal como la define T.H. Mashall--,  una nación fracturada en tres, al menos.

De un lado, aquellos que para efectos analíticos denominaremos “los otros”, es decir, la Costa Rica de una gran masa de marginados, pobres y también gente acomodada, agrupados alrededor de sus creencias religiosas y arraigados principios morales tradicionales. De otro lado,  un grueso sector de “clase media” especialmente del valle central, acomodada, con amplio acceso a bienes de consumo, a la educación, teniendo por encima, un pequeño grupo de millonarios empresarios neoliberales,  que controlan el rumbo económico del país y definen la intervención o no intervención del Estado según sus intereses, quienes en un segundo momento de esta breve coyuntura comenzaron a tirar sus cartas para incidir abiertamente en la correlación de fuerzas. En tercer lugar, una gran masa de ciudadanos escépticos, desconfiados, que desde el punto de vista electoral se expresan como “indecisos” y en el ejercicio del sufragio podrían figurar como: abstencionismo, voto nulo o voto en blanco.

Esta coyuntura política, sui géneris en la historia política de Costa Rica de los últimos 50 años, puso sobre el escenario público el júbilo de creyentes católicos, evangélicos y otras denominaciones cristianas, acompañadas de miles de personas y familias tradicionales de bajos o medianos ingresos del campo principalmente y áreas marginales de la ciudad,  muchos golpeados por el desempleo, el deterioro de los servicios públicos o disconformes con los desmanes gubernamentales, hartos del deterioro y mal uso de los recursos públicos, para quienes, el factor cohesionador  lo constituyó la ilusión (casi mítica) de que un liderazgo religioso resuelva sus desencantos con la democracia, su invisibilidad y exclusión.   Estos sectores sociales, reiterando, vinieron a chocar principalmente con una clase media urbana,  que representa la cabeza visible del “progreso” y la modernidad capitalista desde los años 50, los modernos, racionales, con buena formación académica, buen nivel de vida y amplitud de criterio, herederos del Estado social de bienestar y defensores de los derechos humanos, invadidos ahora por el temor –y no es para menos-- de estar a las puertas de que el Estado liberal de derecho, los resquicios del Estado social y de Bienestar y la misma democracia tica,  pudieran retroceder más o menos al pensamiento de la época colonial y pre-liberal (finales S. XIX), siendo percibido el fenómeno social como la amenaza de retornar a una especie de neo absolutismo clerical, acompañado de sectores de derecha y  de extrema derecha que confluyen perfectamente en términos de conservadurismo moral, dados los beneficios que esto conlleva para la actividad empresarial en las relaciones entre el capital y el trabajo. 

Pero, ¿quién abrió la caja de Pandora?

Puede afirmarse con certeza, que el  factor desencadenante de la actual coyuntura política  fue el reconocimiento oficial del matrimonio de personas del mismo sexo, sustentado en la respuesta dada, en opinión consultiva, por  la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en un momento a todas luces inoportuno, en plena campaña electoral.  Sin tapujos se puede decir que la decisión de la CIDH, si bien es legítima y suficientemente fundamentada, fue el  detonante de la actual coyuntura, porque se emitió –sin hacer juicios de valor-- en un momento político inoportuno, desconectado de sus implicaciones para la democracia costarricense, independientemente de si se pudo o no detener el procedimiento de notificación.

Por las razones dichas, el clima social derivó en claro escenario de lucha ideológica alimentada de núcleos contradictorios y abiertamente antagónicos, solo comparables con las contradicciones radicales de carácter político (soberanía) que caracterizaron la lucha social en contra del TLC.

Esta coyuntura se podría caracterizar como una especie de enfrentamiento tardío, entre una ideología y pensamiento dominante moderno y una ideología conservadora y ultraconservadora, invisibilizada y subestimada.  Si bien el problema de fondo es una lucha asentada en la estructura económica, en la desigualdad social, pobreza, exclusión y corrupción, la hipótesis que aquí se plantea, es que, a pesar de ello, el escenario no se expresa como un conflicto de clase en el sentido estructural, sino como un conflicto ideológico profundo, que pone a la vista las verdaderas raíces de la sociedad costarricense, es decir, una sociedad en la que coexisten como extraños, dos formas distintas de entender y asumir las bases morales y culturales de nuestro imaginario de nación. 

Una parte, la de los modernos, robustecida en los últimos 30 años, por corrientes de avanzada en el campo de los derechos humanos, por ejemplo, derechos de las mujeres y de las diversidades, influenciada por fuertes oleadas de la globalización en términos culturales y de consumo, dentro del cual co-existe un sector social que , se muestra menos interesado en los problemas  que agobian a la gente de bajos recursos, a los y las trabajadoras de fincas, fábricas y servicios.  La otra parte de la sociedad -- “los otros”-- , anclada en un arraigado conservadurismo moral y religioso que cuaja casi naturalmente con la figura de la defensa de la “familia tradicional”. Un tipo de familia que pesa en el imaginario social, pero que no reconoce otras formas o tipos distintos de las familias configuradas en los últimos 25 años.  Esta otra parte de la sociedad, si bien incluye a los desencantados, a los que se sienten marginados del desarrollo, a los humildes, pobres o no –en su mayoría fuera del Valle Central-- , unidos por la frustración y el desmoronamiento moral de la sociedad política, pero también incluye gente preparada, profesional, quienes igualmente ven en el enfoque de género y más aún, en el reconocimiento indiscutible de la diversidad sexual, una amenaza a su propia existencia como ser social históricamente determinado.

Es evidente, que tal escenario de contradicción y confusión,  ha sido capitalizada por una ideología religiosa radical sustentada en la falsedad, el oportunismo y el fanatismo, cuyo atractivo es que prometen la gracia de Dios en el Estado (Teocentrismo) a todos aquellos, “los otros”,  quienes se supone, fueron olvidados por los modernos, a quienes hay que cobrar cuentas.

Lo cierto es, que las creencias y los valores tradicionales mostraron su potencial social e ideológicamente cohesionador, capaz de legitimar la homofobia y satanizar los derechos reproductivos y la educación sexual de la niñez y la juventud. Logrando condensar lo anterior como una amenaza a la familia, inteligentemente asociada al partido gobernante (Partido de Acción Ciudadana).  Ahora bien, debe señalarse que objetivamente, dicho comportamiento de raíz tradicional  y cristiana, no la invento el líder político religioso Fabricio Alvarado ni su partido, es una visión de mundo y de sociedad que ha estado ahí bajo las sombras, gravitando en la invisibilidad, una fuerza no visible, que en los últimos 30 años se vino retroalimentando del deterioro ético de los partidos políticos históricos, de su pérdida de visión estratégica y de una propuesta de país consecuente con el bien común.

En síntesis,  el tipo de conflicto social que se puso de manifiesto en la actual coyuntura política electoral de Costa Rica, bien podría situarse  en  tres vertientes:  1) Una vertiente político-ideológica, relacionada con la laicidad o la injerencia de la religión en el poder;  2) Una vertiente sociológica, en la que parecen confrontarse los núcleos de sociabilidad primaria (la familia) con aquellos espacios la sociabilidad secundaria (la escuela); 3) Una vertiente cultural, ideológica y moral,  que tiende a confrontar tradiciones, creencias, valores e instituciones sociales como el matrimonio y la familia, con formas de convivencia ajenas o inaceptables que según dicha vertiente, amenazan con desnaturalizar o desintegrar las bases del estatus quo y la identidad costarricenses.

*Sociólogo




[1] . El título alude al LEVIATÁN de Hobbes, quien lo refiere al Estado Absoluto en donde se combina el monstruo bíblico con el poder político.

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