Este artículo busca
interpretar la coyuntura política de Costa Rica en el contexto electoral del
2018. Por el carácter inédito del conflicto y las contradicciones emergentes,
la coyuntura política aquí analizada se circunscribe al corto período que corre
entre los resultados de la primera vuelta electoral después del 4 de febrero y
la segunda vuelta programada para el 1 de abril del 2018.
Byron Barillas* / Especial para Con Nuestra América[1]
Un fantasma recorre Costa
Rica, es el fantasma del conservadurismo y su peligroso acompañante “el
fundamentalismo religioso. Sorpresivamente, en menos de 15 días, el candidato
Fabricio Alvarado del partido Renovación Nacional afiliado a las iglesias
pentecostales, pasó del 5º o 6º lugar en las encuestas de opinión
pre-elecciones, a encabezar el voto ciudadano como el candidato ganador de la
primera ronda electoral para la Presidencia de la República. Tras los resultados, de la noche a la mañana
parece haberse desplomado el país de los modernos.
Tal realidad que dejó atónitos
a nacionales y extranjeros, de primer
impacto vino a mostrar un país de doble rostro, un sociedad antagónica partida en
dos, aunque visto con mayor detenimiento y términos de ciudadanía política –tal
como la define T.H. Mashall--, una
nación fracturada en tres, al menos.
De un lado, aquellos que para efectos
analíticos denominaremos “los otros”, es decir, la Costa Rica de una gran masa
de marginados, pobres y también gente acomodada, agrupados alrededor de sus
creencias religiosas y arraigados principios morales tradicionales. De otro
lado, un grueso sector de “clase media” especialmente
del valle central, acomodada, con amplio acceso a bienes de consumo, a la
educación, teniendo por encima, un pequeño grupo de millonarios empresarios neoliberales,
que controlan el rumbo económico del
país y definen la intervención o no intervención del Estado según sus intereses,
quienes en un segundo momento de esta breve coyuntura comenzaron a tirar sus
cartas para incidir abiertamente en la correlación de fuerzas. En tercer lugar,
una gran masa de ciudadanos escépticos, desconfiados, que desde el punto de
vista electoral se expresan como “indecisos” y en el ejercicio del sufragio podrían
figurar como: abstencionismo, voto nulo o voto en blanco.
Esta coyuntura política,
sui géneris en la historia política de Costa Rica de los últimos 50 años, puso sobre
el escenario público el júbilo de creyentes católicos, evangélicos y otras
denominaciones cristianas, acompañadas de miles de personas y familias
tradicionales de bajos o medianos ingresos del campo principalmente y áreas
marginales de la ciudad, muchos
golpeados por el desempleo, el deterioro de los servicios públicos o
disconformes con los desmanes gubernamentales, hartos del deterioro y mal uso
de los recursos públicos, para quienes, el factor cohesionador lo constituyó la ilusión (casi mítica) de que
un liderazgo religioso resuelva sus desencantos con la democracia, su
invisibilidad y exclusión. Estos
sectores sociales, reiterando, vinieron a chocar principalmente con una clase
media urbana, que representa la cabeza
visible del “progreso” y la modernidad capitalista desde los años 50, los
modernos, racionales, con buena formación académica, buen nivel de vida y
amplitud de criterio, herederos del Estado social de bienestar y defensores de
los derechos humanos, invadidos ahora por el temor –y no es para menos-- de
estar a las puertas de que el Estado liberal de derecho, los resquicios del
Estado social y de Bienestar y la misma democracia tica, pudieran retroceder más o menos al pensamiento
de la época colonial y pre-liberal (finales S. XIX), siendo percibido el
fenómeno social como la amenaza de retornar a una especie de neo absolutismo clerical,
acompañado de sectores de derecha y de
extrema derecha que confluyen perfectamente en términos de conservadurismo moral,
dados los beneficios que esto conlleva para la actividad empresarial en las
relaciones entre el capital y el trabajo.
Pero, ¿quién abrió la
caja de Pandora?
Puede afirmarse con
certeza, que el factor desencadenante de
la actual coyuntura política fue el
reconocimiento oficial del matrimonio de personas del mismo sexo, sustentado en
la respuesta dada, en opinión consultiva, por
la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en un momento a todas luces
inoportuno, en plena campaña electoral. Sin
tapujos se puede decir que la decisión de la CIDH, si bien es legítima y
suficientemente fundamentada, fue el detonante
de la actual coyuntura, porque se emitió –sin hacer juicios de valor-- en un
momento político inoportuno, desconectado de sus implicaciones para la
democracia costarricense, independientemente de si se pudo o no detener el
procedimiento de notificación.
Por las razones dichas,
el clima social derivó en claro escenario de lucha ideológica alimentada de
núcleos contradictorios y abiertamente antagónicos, solo comparables con las
contradicciones radicales de carácter político (soberanía) que caracterizaron
la lucha social en contra del TLC.
Esta coyuntura se
podría caracterizar como una especie de enfrentamiento tardío, entre una
ideología y pensamiento dominante moderno y una ideología conservadora y
ultraconservadora, invisibilizada y subestimada. Si bien el problema de fondo es una lucha asentada
en la estructura económica, en la desigualdad social, pobreza, exclusión y
corrupción, la hipótesis que aquí se plantea, es que, a pesar de ello, el
escenario no se expresa como un conflicto de clase en el sentido estructural,
sino como un conflicto ideológico profundo, que pone a la vista las verdaderas
raíces de la sociedad costarricense, es decir, una sociedad en la que coexisten
como extraños, dos formas distintas de entender y asumir las bases morales y
culturales de nuestro imaginario de nación.
Una parte, la de los
modernos, robustecida en los últimos 30 años, por corrientes de avanzada en el
campo de los derechos humanos, por ejemplo, derechos de las mujeres y de las
diversidades, influenciada por fuertes oleadas de la globalización en términos
culturales y de consumo, dentro del cual co-existe un sector social que , se
muestra menos interesado en los problemas
que agobian a la gente de bajos recursos, a los y las trabajadoras de
fincas, fábricas y servicios. La otra
parte de la sociedad -- “los otros”-- , anclada en un arraigado conservadurismo
moral y religioso que cuaja casi naturalmente con la figura de la defensa de la
“familia tradicional”. Un tipo de familia que pesa en el imaginario social,
pero que no reconoce otras formas o tipos distintos de las familias
configuradas en los últimos 25 años. Esta
otra parte de la sociedad, si bien incluye a los desencantados, a los que se
sienten marginados del desarrollo, a los humildes, pobres o no –en su mayoría
fuera del Valle Central-- , unidos por la frustración y el desmoronamiento
moral de la sociedad política, pero también incluye gente preparada,
profesional, quienes igualmente ven en el enfoque de género y más aún, en el
reconocimiento indiscutible de la diversidad sexual, una amenaza a su propia
existencia como ser social históricamente determinado.
Es evidente, que tal
escenario de contradicción y confusión, ha sido capitalizada por una ideología
religiosa radical sustentada en la falsedad, el oportunismo y el fanatismo, cuyo
atractivo es que prometen la gracia de Dios en el Estado (Teocentrismo) a todos
aquellos, “los otros”, quienes se
supone, fueron olvidados por los modernos, a quienes hay que cobrar cuentas.
Lo cierto es, que las
creencias y los valores tradicionales mostraron su potencial social e ideológicamente
cohesionador, capaz de legitimar la homofobia y satanizar los derechos
reproductivos y la educación sexual de la niñez y la juventud. Logrando
condensar lo anterior como una amenaza a la familia, inteligentemente asociada
al partido gobernante (Partido de Acción Ciudadana). Ahora bien, debe señalarse que objetivamente,
dicho comportamiento de raíz tradicional
y cristiana, no la invento el líder político religioso Fabricio Alvarado
ni su partido, es una visión de mundo y de sociedad que ha estado ahí bajo las
sombras, gravitando en la invisibilidad, una fuerza no visible, que en los
últimos 30 años se vino retroalimentando del deterioro ético de los partidos
políticos históricos, de su pérdida de visión estratégica y de una propuesta de
país consecuente con el bien común.
En síntesis, el tipo de conflicto social que se puso de
manifiesto en la actual coyuntura política electoral de Costa Rica, bien podría
situarse en tres vertientes: 1) Una vertiente político-ideológica,
relacionada con la laicidad o la injerencia de la religión en el poder; 2) Una vertiente sociológica, en la que
parecen confrontarse los núcleos de sociabilidad primaria (la familia) con
aquellos espacios la sociabilidad secundaria (la escuela); 3) Una vertiente cultural,
ideológica y moral, que tiende a
confrontar tradiciones, creencias, valores e instituciones sociales como el
matrimonio y la familia, con formas de convivencia ajenas o inaceptables que
según dicha vertiente, amenazan con desnaturalizar o desintegrar las bases del
estatus quo y la identidad costarricenses.
*Sociólogo
[1] . El título alude
al LEVIATÁN de Hobbes, quien lo refiere al Estado Absoluto en donde se combina
el monstruo bíblico con el poder político.
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