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sábado, 10 de marzo de 2018

Menos mal que existen…

Uno de los principales aportes del expresidente Chávez fue su extraordinaria capacidad para articular un proyecto nacional y regional alternativo, sustentado en las ideas de unidad e integración latinoamericana y caribeña como utopía movilizadora de nuestros pasos en el siglo XXI.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Hugo Chávez Frías (1954-2013)
Se ha cumplido un lustro de la muerte del compañero Hugo Chávez Frías, ocurrida el 5 de marzo de 2013 luego de una larga batalla contra el cáncer. Algunos prefieren recordar esta fecha como el aniversario de la siembra del comandante, y seguramente merece ser reconocido así, pues el legado de figuras como la del expresidente venezolano trascienden los días de su existencia terrenal y su proyectan hacia el futuro, hacia la historia. La fuerza de su liderazgo y su valía como estratega político se van dimensionando con el paso de los años, especialmente en este tiempo de restauración neoliberal, de golpes de estado de nuevo cuño y de renovadas amenazas imperialistas. En ese contexto, su ausencia es cada vez más notoria en una América Latina que asiste a un peligroso retroceso político y a la destrucción sistemática de muchos de los logros de la generación del bicentenario, de la que Chávez fue precursor.

Al igual que lo hizo Fidel Castro al frente de la Revolución Cubana, al despuntar la segunda mitad del siglo XX, Chávez supo otear con agudeza en el horizonte de su tiempo para ver más lejos y buscar nuevos caminos de liberación. Así, advirtió hacia finales de esa centuria, en medio de la orgía neoliberal y los programas de ajuste estructural que castigaban a nuestros pueblos, las posibilidades emancipadoras que todavía latían en la memoria y los tejidos de la lucha popular en nuestra América; y comprendió, también, que  la democracia no podía ser más ese rito vacío de legitimación del orden dominante: para ser real, la democracia debía ser participativa y profunda, y por eso las elecciones y la consulta popular fueron el puntal de avance de la Revolución Bolivariana (para la victoria y para la derrota, que supo reconocer y aceptar cuando sobrevino). La derecha jamás le perdonó aquella afrenta, como tampoco perdonó, acostumbrada como estaba al discurso y las falacias de naturalización de la pobreza, que Chávez hiciera de la solidaridad y la restitución de la condición humana de los más pobres el eje de su política social, educativa, laboral, económica y de salud pública. Dentro y fuera de Venezuela.

Desde nuestra perspectiva, uno de los principales aportes del expresidente Chávez fue su extraordinaria capacidad para articular un proyecto nacional y regional alternativo, sustentado en las ideas de unidad e integración latinoamericana y caribeña como utopía movilizadora de nuestros pasos en el siglo XXI; ese ideal tuvo en organismos como el ALBA-TCP, Petro-Caribe, el Banco del Sur, UNASUR y CELAC, y en numerosas iniciativas binacionales, la concreción más cercana de lo que podríamos definir como un nuevo posicionamiento de nuestra América en el mundo multipolar.

Para una generación de jóvenes que crecimos en el clima de derrota política y cultural de los noventa, y que recién despuntábamos los veinte años cuando Chávez asumió la presidencia en 1999, el proceso bolivariano y sus repercusiones continentales y globales fueron decisivos para optar por la esperanza frente al proyecto de muerte del capitalismo neoliberal, y por supuesto, para afirmar el compromiso latinoamericanista de soñar, luchar y construir un destino distinto, mucho más digno y soberano, para nuestras repúblicas dolorosas.

Cuando supimos la noticia de su muerte, en medio del desconcierto y el dolor que el desenlace fatal provocaba, fue inevitable recordar los versos de una canción de Silvio Rodríguez –con quien Chávez llegó a compartir escenario- del lejano 1968, titulada “Todo el mundo tiene su Moncada”; y vino a la memoria, también, aquella fotografía icónica del comandante más humano, en el cierre de la campaña electoral de 2012, bajo la lluvia de Caracas, enfermo pero combativo hasta el final, con su mirada que se perdía en el cielo. Entonces, como ahora, hicimos nuestras las palabras del trovador cubano: “Menos mal que existen / los que no tienen nada que perder / ni siquiera la muerte. / Menos mal que existen / los que no miden qué palabra echar, / ni siquiera la última… / Menos mal que existen /  los que no tienen nada que perder, / ni siquiera la historia. /Menos mal que existen / los que no dejan de buscarse a sí / ni siquiera en la muerte / de buscarse así”.

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