Uno de los principales
aportes del expresidente Chávez fue su extraordinaria capacidad para articular
un proyecto nacional y regional alternativo, sustentado en las ideas de unidad
e integración latinoamericana y caribeña como utopía movilizadora de nuestros
pasos en el siglo XXI.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Hugo Chávez Frías (1954-2013) |
Se ha cumplido un
lustro de la muerte del compañero Hugo Chávez Frías, ocurrida el 5 de marzo de
2013 luego de una larga batalla contra el cáncer. Algunos prefieren recordar
esta fecha como el aniversario de la siembra del comandante, y seguramente
merece ser reconocido así, pues el legado de figuras como la del expresidente
venezolano trascienden los días de su existencia terrenal y su proyectan hacia
el futuro, hacia la historia. La fuerza de su liderazgo y su valía como
estratega político se van dimensionando con el paso de los años, especialmente
en este tiempo de restauración neoliberal, de golpes de estado de nuevo cuño y
de renovadas amenazas imperialistas. En ese contexto, su ausencia es cada vez
más notoria en una América Latina que asiste a un peligroso retroceso político
y a la destrucción sistemática de muchos de los logros de la generación del
bicentenario, de la que Chávez fue precursor.
Al igual que lo hizo
Fidel Castro al frente de la Revolución Cubana, al despuntar la segunda mitad
del siglo XX, Chávez supo otear con agudeza en el horizonte de su tiempo para
ver más lejos y buscar nuevos caminos de liberación. Así, advirtió hacia
finales de esa centuria, en medio de la orgía neoliberal y los programas de
ajuste estructural que castigaban a nuestros pueblos, las posibilidades
emancipadoras que todavía latían en la memoria y los tejidos de la lucha
popular en nuestra América; y comprendió, también, que la democracia no podía ser más ese rito vacío
de legitimación del orden dominante: para ser real, la democracia debía ser
participativa y profunda, y por eso las elecciones y la consulta popular fueron
el puntal de avance de la Revolución Bolivariana (para la victoria y para la
derrota, que supo reconocer y aceptar cuando sobrevino). La derecha jamás le
perdonó aquella afrenta, como tampoco perdonó, acostumbrada como estaba al
discurso y las falacias de naturalización de la pobreza, que Chávez hiciera de
la solidaridad y la restitución de la condición humana de los más pobres el eje
de su política social, educativa, laboral, económica y de salud pública. Dentro
y fuera de Venezuela.
Desde nuestra
perspectiva, uno de los principales aportes del expresidente Chávez fue su
extraordinaria capacidad para articular un proyecto nacional y regional
alternativo, sustentado en las ideas de unidad e integración latinoamericana y
caribeña como utopía movilizadora de nuestros pasos en el siglo XXI; ese ideal
tuvo en organismos como el ALBA-TCP, Petro-Caribe, el Banco del Sur, UNASUR y
CELAC, y en numerosas iniciativas binacionales, la concreción más cercana de lo
que podríamos definir como un nuevo posicionamiento de nuestra América en el
mundo multipolar.
Para una generación de
jóvenes que crecimos en el clima de derrota política y cultural de los noventa,
y que recién despuntábamos los veinte años cuando Chávez asumió la presidencia
en 1999, el proceso bolivariano y sus repercusiones continentales y globales
fueron decisivos para optar por la esperanza frente al proyecto de muerte del
capitalismo neoliberal, y por supuesto, para afirmar el compromiso
latinoamericanista de soñar, luchar y construir un destino distinto, mucho más
digno y soberano, para nuestras repúblicas
dolorosas.
Cuando supimos la
noticia de su muerte, en medio del desconcierto y el dolor que el desenlace
fatal provocaba, fue inevitable recordar los versos de una canción de Silvio
Rodríguez –con quien Chávez
llegó a compartir escenario- del lejano 1968, titulada “Todo el mundo tiene su
Moncada”; y vino a la memoria, también, aquella fotografía icónica del
comandante más humano, en el cierre de la campaña electoral de 2012, bajo la
lluvia de Caracas, enfermo pero combativo hasta el final, con su mirada que se
perdía en el cielo. Entonces, como ahora, hicimos nuestras las palabras del
trovador cubano: “Menos mal que existen / los que no tienen nada que perder /
ni siquiera la muerte. / Menos mal que existen / los que no miden qué palabra
echar, / ni siquiera la última… / Menos mal
que existen / los que no tienen
nada que perder, / ni siquiera la historia. /Menos mal que existen / los que no dejan
de buscarse a sí / ni siquiera en la muerte / de buscarse así”.
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