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sábado, 21 de abril de 2018

Costa Rica ante el siglo XXI

El horizonte que se abrió  anchuroso el pasado 1ro. de abril  debe ser fuente de inspiración y generador de la energía que, sin duda, será indispensable para poner las bases de la Costa Rica de la nueva época. De lo contrario, se desaprovecharía esta oportunidad única; los nublados se podrían convertir en tormentas.

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

Pocas veces desde la Guerra Civil de 1948  se ha visto a nuestro pequeño país puesto en la mira de la opinión pública mundial como en las recién pasadas elecciones, tanto en la  primera etapa (4 de Febrero) en que se eligió  a los 57 miembros el Poder Legislativo, como en la segunda (1ro. de Abril) en que  se eligió a quienes habrán de asumir el Poder Ejecutivo.  Hay que felicitar al pueblo costarricense por la muestra de madurez democrática demostrada sobre todo en la segunda etapa; no sólo escogió libremente a sus gobernantes, sino que lo hizo sabiamente.  Porque estamos ante un proceso eleccionario atípico, como sólo se había dado durante la década de los 40s del siglo pasado. Más que unas elecciones para elegir  rutinariamente diputados y presidente, estuvimos ante un proceso político de rasgos inconfundiblemente plebiscitarios. Se trataba de escoger entre dos modelos de país; se le ofrecían al pueblo costarricense dos tipos de país, que significaban, o anclarse confusos en el pasado, o abrirse con entereza y lucidez a una nueva época, ciertamente cargada de retos pero también con horizontes tachonados de fulgores y esperanzas. Y Costa Rica, según mi real saber y entender,  optó  por amplia mayoría por la segunda alternativa inspirada en los mejores valores cívicos, herencia de dos siglos de hermosa historia republicana.

Pasada la euforia, cabe  ahora preguntarse quién fue el gestor principal de esta histórica y patriótica decisión que habrá de marcar, eso creo, los destinos del país en esta nueva época de nuestra historia. Si algo me impresionó gratamente en esta última etapa de la pasada campaña electoral fue la entrega  de los jóvenes, predominantemente de los sectores medios universitarios de la Meseta Central, quienes arrastraron en su patriota  cruzada, no sólo a sus padres y amigos adultos, sino también a regiones enteras de la hasta entonces arisca costa, como fue el caso de Guanacaste y de las otras provincias que, si bien en  amplia mayoría apoyaron al partido perdedor, sin embargo lograron disminuir significativamente  esa brecha abismal de la primera fase de estas elecciones.  Todo lo cual permitió al ganador obtener una aplastante mayoría que, incluso, lo sorprendió a él mismo y a su entorno; esto por no decir a las empresas  encuestadoras que  hicieron el ridículo, excepto  la  de la UNA que fue tan vilipendiada. 

Especial mención merece el movimiento juvenil autodenominado COALICION POR COSTA RICA. Se trata, insisto, de un movimiento no de un partido.  Con ello hicieron patente  la decadencia de los partidos políticos, razón por la cual  han perdido atractivo para amplias capas de las nuevas generaciones.  Los jóvenes demostraron que es falso que la política sea mala; todo lo contrario, mostraron gran entusiasmo y se enrolaron en un movimiento  espontáneamente creado y liderado por ellos mismos y sin otro ánimo que luchar por un futuro mejor para su Patria. Quien generó la dinámica y produjo los resultados de la fase final  de la pasada elección no fueron los partidos, sino un movimiento patriótico que trascendió los estrechos cálculos de partidos y  analistas.   Pero lo dicho no quita vigencia a los partidos, incluso los tradicionales, porque  éstos conservan la  mayoría en el Primer Poder de la República.  Quienes eligieron presidente no son los mismos que los que eligieron diputados. Dado el desprestigio y la atomización de Cuesta de Mora [sede de la asamblea legislativa], en su divergencia con Zapote [sede del poder ejecutivo] es este último quien sale fortalecido ante la opinión pública, a pesar de no contar con mayoría en el Congreso.  Pero unos y otros deben convertir su recinto  en un foro de democracia y  dignidad y no en una guarida mal oliente al servicio de intereses de poderosos grupos de presión y poderes fácticos.

Esta situación  no facilita las cosas ni para unos ni para otros.  Para asumir con éxito estos retos, el presidente electo ha demostrado gran habilidad política al tomar la iniciativa de un diálogo nacional que trasciende a los partidos representados en la Asamblea Legislativa e incluye a las organizaciones de la sociedad civil,  tanto de empresarios como de sindicatos e iglesias. Es de desear que pronto abarque también a las agrupaciones comunales y  movimientos culturales, lo mismo que a las universidades.  Esta actitud de diálogo  democrático debe ser la tónica que predomine en todo el cuatrienio.  Con ello debe quedarle claro a la ciudadanía qué es lo que nos une y qué nos divide como nación y en qué medida puede haber consensos que desemboquen en un contrato social, sin el cual no será posible hacer gobernable este país.

Finalmente, no hay que olvidar que la raíz o matriz de los males que aquejan a nuestra sociedad es la creciente desigualdad social causada por las políticas económicas imperantes en las últimas décadas. La base, cada vez más amplia  y la cúspide, cada vez más reducida, de la pirámide social se alejan y, con ello, se acrecienta exponencialmente  la violencia criminal.  El horizonte que se abrió  anchuroso el pasado 1ro. de abril  debe ser fuente de inspiración y generador de la energía que, sin duda, será indispensable para poner las bases de la Costa Rica de la nueva época. De lo contrario, se desaprovecharía esta oportunidad única; los nublados se podrían convertir en tormentas.

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