El horizonte que se
abrió  anchuroso el pasado 1ro. de abril  debe ser fuente de inspiración y generador de
la energía que, sin duda, será indispensable para poner las bases de la Costa
Rica de la nueva época. De lo contrario, se desaprovecharía esta oportunidad
única; los nublados se podrían convertir en tormentas. 
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Pocas veces desde la
Guerra Civil de 1948  se ha visto a
nuestro pequeño país puesto en la mira de la opinión pública mundial como en
las recién pasadas elecciones, tanto en la 
primera etapa (4 de Febrero) en que se eligió  a los 57 miembros el Poder Legislativo, como
en la segunda (1ro. de Abril) en que  se
eligió a quienes habrán de asumir el Poder Ejecutivo.  Hay que felicitar al pueblo costarricense por
la muestra de madurez democrática demostrada sobre todo en la segunda etapa; no
sólo escogió libremente a sus gobernantes, sino que lo hizo sabiamente.  Porque estamos ante un proceso eleccionario
atípico, como sólo se había dado durante la década de los 40s del siglo pasado.
Más que unas elecciones para elegir 
rutinariamente diputados y presidente, estuvimos ante un proceso
político de rasgos inconfundiblemente plebiscitarios. Se trataba de escoger
entre dos modelos de país; se le ofrecían al pueblo costarricense dos tipos de
país, que significaban, o anclarse confusos en el pasado, o abrirse con
entereza y lucidez a una nueva época, ciertamente cargada de retos pero también
con horizontes tachonados de fulgores y esperanzas. Y Costa Rica, según mi real
saber y entender,  optó  por amplia mayoría por la segunda alternativa
inspirada en los mejores valores cívicos, herencia de dos siglos de hermosa
historia republicana.
 
Pasada la euforia,
cabe  ahora preguntarse quién fue el
gestor principal de esta histórica y patriótica decisión que habrá de marcar,
eso creo, los destinos del país en esta nueva época de nuestra historia. Si
algo me impresionó gratamente en esta última etapa de la pasada campaña
electoral fue la entrega  de los jóvenes,
predominantemente de los sectores medios universitarios de la Meseta Central,
quienes arrastraron en su patriota 
cruzada, no sólo a sus padres y amigos adultos, sino también a regiones
enteras de la hasta entonces arisca costa, como fue el caso de Guanacaste y de
las otras provincias que, si bien en 
amplia mayoría apoyaron al partido perdedor, sin embargo lograron
disminuir significativamente  esa brecha
abismal de la primera fase de estas elecciones. 
Todo lo cual permitió al ganador obtener una aplastante mayoría que,
incluso, lo sorprendió a él mismo y a su entorno; esto por no decir a las
empresas  encuestadoras que  hicieron el ridículo, excepto  la  de
la UNA que fue tan vilipendiada.  
Especial mención merece
el movimiento juvenil autodenominado COALICION POR COSTA RICA. Se trata,
insisto, de un movimiento no de un partido. 
Con ello hicieron patente  la
decadencia de los partidos políticos, razón por la cual  han perdido atractivo para amplias capas de
las nuevas generaciones.  Los jóvenes
demostraron que es falso que la política sea mala; todo lo contrario, mostraron
gran entusiasmo y se enrolaron en un movimiento 
espontáneamente creado y liderado por ellos mismos y sin otro ánimo que
luchar por un futuro mejor para su Patria. Quien generó la dinámica y produjo
los resultados de la fase final  de la
pasada elección no fueron los partidos, sino un movimiento patriótico que
trascendió los estrechos cálculos de partidos y 
analistas.   Pero lo dicho no
quita vigencia a los partidos, incluso los tradicionales, porque  éstos conservan la  mayoría en el Primer Poder de la
República.  Quienes eligieron presidente
no son los mismos que los que eligieron diputados. Dado el desprestigio y la
atomización de Cuesta de Mora [sede de la asamblea legislativa], en su divergencia con Zapote [sede del poder ejecutivo] es este último
quien sale fortalecido ante la opinión pública, a pesar de no contar con
mayoría en el Congreso.  Pero unos y
otros deben convertir su recinto  en un
foro de democracia y  dignidad y no en una
guarida mal oliente al servicio de intereses de poderosos grupos de presión y
poderes fácticos. 
Esta situación  no facilita las cosas ni para unos ni para
otros.  Para asumir con éxito estos
retos, el presidente electo ha demostrado gran habilidad política al tomar la
iniciativa de un diálogo nacional que trasciende a los partidos representados
en la Asamblea Legislativa e incluye a las organizaciones de la sociedad
civil,  tanto de empresarios como de
sindicatos e iglesias. Es de desear que pronto abarque también a las
agrupaciones comunales y  movimientos
culturales, lo mismo que a las universidades. 
Esta actitud de diálogo 
democrático debe ser la tónica que predomine en todo el cuatrienio.  Con ello debe quedarle claro a la ciudadanía
qué es lo que nos une y qué nos divide como nación y en qué medida puede haber
consensos que desemboquen en un contrato social, sin el cual no será posible
hacer gobernable este país.
Finalmente, no hay que
olvidar que la raíz o matriz de los males que aquejan a nuestra sociedad es la
creciente desigualdad social causada por las políticas económicas imperantes en
las últimas décadas. La base, cada vez más amplia  y la cúspide, cada vez más reducida, de la
pirámide social se alejan y, con ello, se acrecienta exponencialmente  la violencia criminal.  El horizonte que se abrió  anchuroso el pasado 1ro. de abril  debe ser fuente de inspiración y generador de
la energía que, sin duda, será indispensable para poner las bases de la Costa
Rica de la nueva época. De lo contrario, se desaprovecharía esta oportunidad
única; los nublados se podrían convertir en tormentas.
 

 
 
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