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sábado, 5 de mayo de 2018

América Latina: una regresión de cien años

El oscurantismo, la persecución y la represión han vuelto a campear en la región como no se había visto en los últimos cien años. 

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

La regresión conservadora que está viviendo el mundo en términos políticos, en particular en América Latina significa el mayor retroceso de la historia de nuestro continente. Hay quienes han dicho que el período que se está viviendo retrotrae a la región a lo peor de las dictaduras militares neoliberales de seguridad nacional de los años 70 y 80 del siglo pasado, sin embargo, desde mi opinión, la marcha atrás es mucho mayor aún, creo que volvimos a comienzos del siglo XX cuando durante las presidencias en Estados Unidos de Teodoro Roosevelt (1901-1909) y William Howard Taft (1909-1913) se implementaron las políticas del “gran garrote” y la “diplomacia del dólar”, caracterizadas  por un proceso de creciente intervención militar y económica de la potencia norteamericana en América Latina y sobre todo en el Caribe.

Roosevelt era firme partidario de la idea de que los más fuertes estaban destinados a ejercer su dominio sobre los más débiles en un mundo caracterizado por el antagonismo y la necesidad de la sobrevivencia. Así mismo, en el ámbito interno, en medio de una sostenida evolución –que había iniciado en 1898- hacia su transformación en potencia imperialista, Roosevelt promovió una economía sostenida por la competencia capitalista sin intervenciones externas en lo que sería una versión anticipada de la actual “America first”. De hecho quien utilizó por primera vez este término fue el presidente Woodrow Wilson en 1916, por lo cual visto desde esta perspectiva, se puede afirmar que con Trump, el mundo ha retrocedido 100 años.

Roosevelt afirmó y practicó una política exterior basada en la idea de que la estructura internacional responde a relaciones de fuerza, no a la aplicación del derecho internacional, en ese contexto, entendía que la diplomacia solo se ponía en efecto, si las medidas tomadas podían tener su respaldo en la fuerza. Eran tiempos en que no existía la Organización de Naciones Unidas (ONU) y ni siquiera la Sociedad de Naciones (SN), pero Trump, que evidentemente es un imitador de Roosevelt, está replicando esa política, incluso pasando a llevar la precaria estructura internacional que el mundo se ha dado. Como se ha encargado de afirmar en repetidas ocasiones, su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, Estados Unidos no necesita aprobación de la ONU para realizar sus acciones intervencionistas y agresivas en todo el mundo.

En tal ámbito, Roosevelt enunció el corolario a la Doctrina Monroe que lleva su nombre: “La delincuencia crónica (de algunos países latinoamericanos) puede (…) hacer necesaria la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio occidental la Doctrina Monroe puede obligar a Estados Unidos (…) a ejercer un poder de policía internacional”. Al afirmar esto, Roosevelt dejaba entender tácitamente que los países de nuestra región eran incivilizados. En los mismos términos, pero con similar lógica, Trump nos ha caracterizado como “negros de mierda”.

Por su parte, el sucesor de Roosevelt, William H. Taft agregó otro corolario a la Doctrina Monroe en el que se establecía que además de la ocupación territorial de alguna zona del continente, también la influencia económica por parte de una potencia extra continentales serían causales de una violación de esa doctrina, por lo que en su época aplicó sanciones y presiones militares de forma sistemática a países de la región que implementaron relaciones económicas con Europa y Japón. Es más o menos lo mismo que expuso el ex secretario de Estado Rex Tillerson al referirse a Rusia y China en el contexto actual. De esta manera, se puede afirmar que las políticas aplicadas por Trump no tienen nada de originales y que las mismas responden a la esencia del actuar imperialista de Estados Unidos a través de la historia.

Unas décadas después, al finalizar la segunda guerra mundial, en Estados Unidos se desató una histeria anti comunista que tuvo su epicentro en las actividades del senador Joseph McCarthy, iniciando una etapa de “cacería de brujas” que caracterizó todo ese período en el cual incluso se realizaron acciones claramente violatorias de la Constitución de Estados Unidos. El mundo, y en especial América Latina se impregnaron de esta política que condujo a la entronización de regímemes de ultra derecha con el apoyo de Estados Unidos. El gobierno reformista de Arbenz en Guatemala (acusado de comunista) fue derrocado con la participación directa de la representación de Washington en el país, así mismo fueron también derrocados Getulio Vargas (1954) en Brasil y al año siguiente Juan Domingo Perón en Argentina, dos gobiernos bastante lejanos de las ideas comunistas, pero que representaron sentimientos nacionalistas, populares y un grado superior de justicia social. Cualquier semejanza con la actualidad de esos países, no es mera coincidencia.

A esa época se remonta el odio profundo que sembró Estados Unidos en las sociedades latinoamericanas, el mismo que ha resurgido con fuerza en la actualidad: la persecución, la apología al delito, las prácticas neofascistas, el asesinato de dirigentes sociales y políticos, la injusticia y la impunidad han renacido con mayor fuerza de la mano del gobierno supremacista y racista de la nación del norte, lo cual está permeando nuestras sociedades que, -como se dijo anteriormente- han retrocedido una centuria bajo el alero de las oligarquías conservadoras que hacen todos los esfuerzos posibles para detener la historia.

Bajo el influjo de Trump y su discurso supremacista, desde su llegada al gobierno, el número de los denominados “grupos de odio” ascendió a 954 en el año 2017, lo cual representa un aumento del 4 % con respecto al 2016 según la Southern Poverty Law Center (SPLC, por sus siglas en inglés), institución dedicada al seguimiento de las agrupaciones extremistas en Estados Unidos, citado por la periodista cubana Dalia González Delgado. Entre los grupos que operan activamente se incluyen, por ejemplo, neonazis, KuKluxKlan, antiinmigrantes, anti musulmanes, anti lgbtiq, nacionalistas blancos, neo confederados, cabezas rapadas y nacionalistas negros. El número de grupos neonazis creció de 99 a 121, los grupos anti-musulmanes de 101 a 114 y los antiinmigrantes de 14 a 22 en ese período.

Después que siete jóvenes fueron quemados vivos el año pasado en las protestas contra el gobierno en Venezuela, lo cual fue bendecido y celebrado por grupos de extrema de derecha y por organismos internacionales como la OEA, el discurso de odio se ha ido consolidando como opción política en la región.

En Brasil, Jair Bolsonaro un exmilitar que abandera un discurso en defensa de la venta libre de armas, la tortura de delincuentes y las ejecuciones extrajudiciales por parte de la policía, ha ido cobrando fuerza hasta ocupar el segundo lugar en las encuestas tras el ex presidente Lula. Incluso el diario de derecha “El País” de Madrid, gran promotor del discurso de odio en España y el mundo se vio obligado a reseñar que la colección de frases estridentes de Bolsonaro es interminable: “´los gais son producto del consumo de drogas`, ´el error de la dictadura fue torturar y no matar`, ´los policías que no matan no son policías` o ´las mujeres deben ganar menos porque se quedan embarazadas`”. Refiriéndose a las comunidades negras dijo que “No sirven ni para procrear”. Bolsonaro ha ido sembrando con éxito el discurso radical de odio en el país con la mayor concentración de católicos del mundo.

De otra parte, en Chile, el diputado pinochetista Ignacio Urrutia, miembro de la bancada de la alianza que apoya al presidente Sebastián Piñera calificó como terroristas a las víctimas de la dictadura de su mentor durante la discusión de un proyecto de reparación económica para los familiares de estas personas, el que fue retirado por la administración Piñera, a fin de eludir el reconocimiento a las violaciones de derechos humanos durante la dictadura. Hace unos años, este mismo diputado defendió al sacerdote irlandés miembro del Opus Dei John O´reilly, condenado en Chile por abuso sexual a menores, y se opuso a la revocación de su nacionalidad chilena porque dijo que “lo conocía y por ende sabía que era inocente”.

Por su parte, en Argentina el gobierno de Mauricio Macri ha desatado una retórica de resentimiento como instrumento principal de propaganda política, lo cual según el periodista argentino Roberto Navarro “está generando un clima de odio que no se vivía desde 1955”. Para esto ha puesto en funcionamiento una instrumentación de los medios de comunicación que bajo la conducción del asesor presidencial Jaime Durán Barba, un moderno Goebbels latinoamericano, ha desatado una brutal persecución contra migrantes, pobres, indígenas y mujeres, apoyado en un discurso neofascista en el país de origen del Papa Francisco quien evidentemente ha fracasado en controlar estas manifestaciones en contra de uno de los ejes fundamentales de la doctrina católica.

Aunque no necesariamente todo esto sea una responsabilidad directa de Francisco, es evidente que las fuerzas de oposición a las que el Papa tuvo que recurrir para mantener los equilibrios de poder dentro de la curia vaticana están jugando en contra del Pontífice, mientras asumen una posición más protagónica en la política contingente sobre todo en los países latinoamericanos, “amenazados” por el crecimiento acelerado de las corrientes evangélicas con quienes la elite católica mundial compite en cuanto a espíritu conservador, retardatario y reaccionario en temas como la igualdad de las mujeres, el aborto, la diversidad sexual y otros. Todo lo cual alimenta el discurso de odio y encono entre ciudadanos.

La prueba más reciente de este fenómeno se manifestó en las últimas manifestaciones en Nicaragua, país en el que ante la ausencia de conducción política de las acciones antigubernamentales, ese papel lo asumió la iglesia católica y en particular el Obispo Auxiliar de Managua, Silvio Báez, formado en el Vaticano y en Israel. Engañando impunemente a los nicaragüenses y a la opinión pública internacional, diciendo que convocaban a una manifestación a favor de la paz y la reconciliación, Báez simultáneamente, no tuvo empacho en anunciar en su twitter que “Nicaragua se vuelca en una gigantesca marcha contra Ortega”. Este obispo, quien fue nombrado en su cargo por Benedicto XVI y que responde a las fuerzas más oscuras del Vaticano que dirige el Secretario de Estado Pietro Parolin, es hoy el principal dirigente político de la oposición nicaragüense.

Como se puede observar hay diversos factores que están incidiendo en la regresión política de América Latina, no sólo es la llegada de Trump a la administración de Estados Unidos, también hay elementos de carácter geopolítico como la pérdida de influencia de Estados Unidos y su necesidad de imponerse por cualquier método, cuando las formas tradicionales de la democracia representativa comienzan a “hacer aguas”, así mismo los componentes  ideológicos están interviniendo: tal vez el más importante de ellos sea la brutal confrontación entre las religiones cristianas por la hegemonía religiosa y cultural de una región tradicionalmente católica, pero en la que la iglesia de Roma evidentemente está perdiendo fuerzas en la atracción por vía de la fe y pareciera que ha comenzado a pensar que la puede conseguir a través de la política. Lo que sí es cierto, es que el oscurantismo, la persecución y la represión han vuelto a campear en la región como no se había visto en los últimos cien años. 

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