El oscurantismo, la persecución y la represión han vuelto a campear en
la región como no se había visto en los últimos cien años.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
La regresión conservadora que está viviendo el mundo en términos
políticos, en particular en América Latina significa el mayor retroceso de la
historia de nuestro continente. Hay quienes han dicho que el período que se
está viviendo retrotrae a la región a lo peor de las dictaduras militares
neoliberales de seguridad nacional de los años 70 y 80 del siglo pasado, sin
embargo, desde mi opinión, la marcha atrás es mucho mayor aún, creo que
volvimos a comienzos del siglo XX cuando durante las presidencias en Estados
Unidos de Teodoro Roosevelt (1901-1909) y William Howard Taft (1909-1913) se
implementaron las políticas del “gran garrote” y la “diplomacia del dólar”,
caracterizadas por un proceso de
creciente intervención militar y económica de la potencia norteamericana en
América Latina y sobre todo en el Caribe.
Roosevelt era firme partidario de la idea de que los más fuertes
estaban destinados a ejercer su dominio sobre los más débiles en un mundo
caracterizado por el antagonismo y la necesidad de la sobrevivencia. Así mismo,
en el ámbito interno, en medio de una sostenida evolución –que había iniciado
en 1898- hacia su transformación en potencia imperialista, Roosevelt promovió
una economía sostenida por la competencia capitalista sin intervenciones
externas en lo que sería una versión anticipada de la actual “America first”.
De hecho quien utilizó por primera vez este término fue el presidente Woodrow
Wilson en 1916, por lo cual visto desde esta perspectiva, se puede afirmar que
con Trump, el mundo ha retrocedido 100 años.
Roosevelt afirmó y practicó una política exterior basada en la idea de
que la estructura internacional responde a relaciones de fuerza, no a la
aplicación del derecho internacional, en ese contexto, entendía que la
diplomacia solo se ponía en efecto, si las medidas tomadas podían tener su
respaldo en la fuerza. Eran tiempos en que no existía la Organización de
Naciones Unidas (ONU) y ni siquiera la Sociedad de Naciones (SN), pero Trump,
que evidentemente es un imitador de Roosevelt, está replicando esa política,
incluso pasando a llevar la precaria estructura internacional que el mundo se
ha dado. Como se ha encargado de afirmar en repetidas ocasiones, su embajadora
ante la ONU, Nikki Haley, Estados Unidos no necesita aprobación de la ONU para
realizar sus acciones intervencionistas y agresivas en todo el mundo.
En tal ámbito, Roosevelt enunció el corolario a la Doctrina Monroe que
lleva su nombre: “La delincuencia crónica (de algunos países latinoamericanos)
puede (…) hacer necesaria la intervención de alguna nación civilizada, y en el
hemisferio occidental la Doctrina Monroe puede obligar a Estados Unidos (…) a
ejercer un poder de policía internacional”. Al afirmar esto, Roosevelt dejaba
entender tácitamente que los países de nuestra región eran incivilizados. En
los mismos términos, pero con similar lógica, Trump nos ha caracterizado como
“negros de mierda”.
Por su parte, el sucesor de Roosevelt, William H. Taft agregó otro
corolario a la Doctrina Monroe en el que se establecía que además de la
ocupación territorial de alguna zona del continente, también la influencia
económica por parte de una potencia extra continentales serían causales de una
violación de esa doctrina, por lo que en su época aplicó sanciones y presiones
militares de forma sistemática a países de la región que implementaron
relaciones económicas con Europa y Japón. Es más o menos lo mismo que expuso el
ex secretario de Estado Rex Tillerson al referirse a Rusia y China en el contexto
actual. De esta manera, se puede afirmar que las políticas aplicadas por Trump
no tienen nada de originales y que las mismas responden a la esencia del actuar
imperialista de Estados Unidos a través de la historia.
Unas décadas después, al finalizar la segunda guerra mundial, en
Estados Unidos se desató una histeria anti comunista que tuvo su epicentro en
las actividades del senador Joseph McCarthy, iniciando una etapa de “cacería de
brujas” que caracterizó todo ese período en el cual incluso se realizaron
acciones claramente violatorias de la Constitución de Estados Unidos. El mundo,
y en especial América Latina se impregnaron de esta política que condujo a la
entronización de regímemes de ultra derecha con el apoyo de Estados Unidos. El
gobierno reformista de Arbenz en Guatemala (acusado de comunista) fue derrocado
con la participación directa de la representación de Washington en el país, así
mismo fueron también derrocados Getulio Vargas (1954) en Brasil y al año
siguiente Juan Domingo Perón en Argentina, dos gobiernos bastante lejanos de
las ideas comunistas, pero que representaron sentimientos nacionalistas,
populares y un grado superior de justicia social. Cualquier semejanza con la
actualidad de esos países, no es mera coincidencia.
A esa época se remonta el odio profundo que sembró Estados Unidos en
las sociedades latinoamericanas, el mismo que ha resurgido con fuerza en la
actualidad: la persecución, la apología al delito, las prácticas neofascistas,
el asesinato de dirigentes sociales y políticos, la injusticia y la impunidad
han renacido con mayor fuerza de la mano del gobierno supremacista y racista de
la nación del norte, lo cual está permeando nuestras sociedades que, -como se
dijo anteriormente- han retrocedido una centuria bajo el alero de las
oligarquías conservadoras que hacen todos los esfuerzos posibles para detener
la historia.
Bajo el influjo de Trump y su discurso supremacista, desde su llegada
al gobierno, el número de los denominados “grupos de odio” ascendió a 954 en el
año 2017, lo cual representa un aumento del 4 % con respecto al 2016 según la
Southern Poverty Law Center (SPLC, por sus siglas en inglés), institución
dedicada al seguimiento de las agrupaciones extremistas en Estados Unidos,
citado por la periodista cubana Dalia González Delgado. Entre los grupos que
operan activamente se incluyen, por ejemplo, neonazis, KuKluxKlan,
antiinmigrantes, anti musulmanes, anti lgbtiq, nacionalistas blancos, neo
confederados, cabezas rapadas y nacionalistas negros. El número de grupos neonazis
creció de 99 a 121, los grupos anti-musulmanes de 101 a 114 y los
antiinmigrantes de 14 a 22 en ese período.
Después que siete jóvenes fueron quemados vivos el año pasado en las
protestas contra el gobierno en Venezuela, lo cual fue bendecido y celebrado
por grupos de extrema de derecha y por organismos internacionales como la OEA,
el discurso de odio se ha ido consolidando como opción política en la región.
En Brasil, Jair Bolsonaro un exmilitar que abandera un discurso en
defensa de la venta libre de armas, la tortura de delincuentes y las
ejecuciones extrajudiciales por parte de la policía, ha ido cobrando fuerza
hasta ocupar el segundo lugar en las encuestas tras el ex presidente Lula.
Incluso el diario de derecha “El País” de Madrid, gran promotor del discurso de
odio en España y el mundo se vio obligado a reseñar que la colección de frases
estridentes de Bolsonaro es interminable: “´los gais son producto del consumo
de drogas`, ´el error de la dictadura fue torturar y no matar`, ´los policías que
no matan no son policías` o ´las mujeres deben ganar menos porque se quedan
embarazadas`”. Refiriéndose a las comunidades negras dijo que “No sirven ni
para procrear”. Bolsonaro ha ido sembrando con éxito el discurso radical de
odio en el país con la mayor concentración de católicos del mundo.
De otra parte, en Chile, el diputado pinochetista Ignacio Urrutia,
miembro de la bancada de la alianza que apoya al presidente Sebastián Piñera
calificó como terroristas a las víctimas de la dictadura de su mentor durante
la discusión de un proyecto de reparación económica para los familiares de
estas personas, el que fue retirado por la administración Piñera, a fin de
eludir el reconocimiento a las violaciones de derechos humanos durante la
dictadura. Hace unos años, este mismo diputado defendió al sacerdote irlandés
miembro del Opus Dei John O´reilly, condenado en Chile por abuso sexual a
menores, y se opuso a la revocación de su nacionalidad chilena porque dijo que
“lo conocía y por ende sabía que era inocente”.
Por su parte, en Argentina el gobierno de Mauricio Macri ha desatado
una retórica de resentimiento como instrumento principal de propaganda
política, lo cual según el periodista argentino Roberto Navarro “está generando
un clima de odio que no se vivía desde 1955”. Para esto ha puesto en
funcionamiento una instrumentación de los medios de comunicación que bajo la
conducción del asesor presidencial Jaime Durán Barba, un moderno Goebbels
latinoamericano, ha desatado una brutal persecución contra migrantes, pobres,
indígenas y mujeres, apoyado en un discurso neofascista en el país de origen
del Papa Francisco quien evidentemente ha fracasado en controlar estas
manifestaciones en contra de uno de los ejes fundamentales de la doctrina
católica.
Aunque no necesariamente todo esto sea una responsabilidad directa de
Francisco, es evidente que las fuerzas de oposición a las que el Papa tuvo que
recurrir para mantener los equilibrios de poder dentro de la curia vaticana
están jugando en contra del Pontífice, mientras asumen una posición más
protagónica en la política contingente sobre todo en los países
latinoamericanos, “amenazados” por el crecimiento acelerado de las corrientes
evangélicas con quienes la elite católica mundial compite en cuanto a espíritu
conservador, retardatario y reaccionario en temas como la igualdad de las
mujeres, el aborto, la diversidad sexual y otros. Todo lo cual alimenta el
discurso de odio y encono entre ciudadanos.
La prueba más reciente de este fenómeno se manifestó en las últimas
manifestaciones en Nicaragua, país en el que ante la ausencia de conducción
política de las acciones antigubernamentales, ese papel lo asumió la iglesia
católica y en particular el Obispo Auxiliar de Managua, Silvio Báez, formado en
el Vaticano y en Israel. Engañando impunemente a los nicaragüenses y a la
opinión pública internacional, diciendo que convocaban a una manifestación a
favor de la paz y la reconciliación, Báez simultáneamente, no tuvo empacho en
anunciar en su twitter que “Nicaragua se vuelca en una gigantesca marcha contra
Ortega”. Este obispo, quien fue nombrado en su cargo por Benedicto XVI y que
responde a las fuerzas más oscuras del Vaticano que dirige el Secretario de
Estado Pietro Parolin, es hoy el principal dirigente político de la oposición
nicaragüense.
Como se puede observar hay diversos factores que están incidiendo en
la regresión política de América Latina, no sólo es la llegada de Trump a la
administración de Estados Unidos, también hay elementos de carácter geopolítico
como la pérdida de influencia de Estados Unidos y su necesidad de imponerse por
cualquier método, cuando las formas tradicionales de la democracia
representativa comienzan a “hacer aguas”, así mismo los componentes ideológicos están interviniendo: tal vez el
más importante de ellos sea la brutal confrontación entre las religiones
cristianas por la hegemonía religiosa y cultural de una región tradicionalmente
católica, pero en la que la iglesia de Roma evidentemente está perdiendo
fuerzas en la atracción por vía de la fe y pareciera que ha comenzado a pensar
que la puede conseguir a través de la política. Lo que sí es cierto, es que el
oscurantismo, la persecución y la represión han vuelto a campear en la región
como no se había visto en los últimos cien años.
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