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sábado, 9 de junio de 2018

Centroamérica convulsionada

La “dulce cintura de América” se ahoga en el miasma de sus propias contradicciones.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

La primera mitad del año ha sido especialmente convulsionada para el estrecho puente centroamericano. Inició con el desasosiego que vivieron durante tres meses los costarricenses, que se engarzaron en una de las más campales batallas políticas en muchos años. Una elección presidencial que pintaba anodina e insulsa hasta el mes de diciembre, de pronto dio un vuelco espectacular cuando un partido neopentecostal que marchaba en los últimos lugares de las preferencias del electorado ganó la primera vuelta en el mes de febrero.
 
El detonante de tan espectacular desempeño fue la resolución de la Sala Constitucional que dio luz verde al matrimonio igualitario en el país, que provocó la reacción furibunda de un amplio contingente de población conservador y homófobo.

Engarzados en una disputa política que parecía definir dos formas totalmente distintas de entender el país, la reacción de la parte de la población que creyó que el modo de ser que ha caracterizado al país estaba en peligro, fue inusitada: la votación de la segunda ronda, que tuvo lugar el domingo de resurrección -cuando por tradición la gente se traslada masivamente hacia las playas-, fue mayor que la de la primera, propinándole una dramática derrota al neopentecostalismo político. Se dice rápido y fácil, pero su ascenso polarizó y golpeó a la sociedad, desnudando grietas y falencias que se encontraban ocultas bajo el manto de la autocomplacencia, y que evidencian las heridas que ha dejado más de tres décadas de reformas neoliberales.

Apenas salía Costa Rica de su inusitado proceso electoral cuando en la vecina Nicaragua estalló, también de forma inesperada, un polvorín. El 19 de abril se inició una serie de protestas que, por el grado de represión a las que fueron sometidas, cundieron como pólvora por todo el país.

El detonante fue la reforma del Instituto Nicaragüense del Seguro Social, a la que el presidente Daniel Ortega dio marcha atrás. Las protestas, sin embargo, persistieron y crecieron, lo que muestra que hay razones que la trascienden ampliamente. ¿Cuáles son estas razones?, las opiniones están divididas.

Hay quienes ven a Nicaragua como una olla de presión en la que se vino acumulando la molestia. Aducen: elecciones amañadas (Ortega no sería el presidente electo por los nicaragüenses sino el “designado” por el Consejo Electoral); corrupción de la familia Ortega Murillo, quien habría acaparado negocios y empresas convirtiéndose en un nuevo clan corrupto en el poder; proyectos, como el del canal con una compañía China, que afectaría a campesinos y la salud ambiental del país; represión indiscriminada de las protestas, a la que llaman “genocidio”, que ya lleva a estas alturas más de 120 muertos.  
  
Otros encuentran en las protestas la expresión de una estrategia asociada con las guerras híbridas, es decir, un conjunto de medidas que comportan varias dimensiones: económica (guerra económica como la que se lleva adelante contra Venezuela); comunicacional (manejo de la opinión pública a través de los medios de comunicación y las redes sociales); política (financiamiento de grupos opositores, especialmente de ONG´s, que siguen un patrón determinado de golpe suave), etc.

En esta interpretación, Nicaragua sería una piedra en el zapato para la tendencia de derecha que se abre campo en América Latina; apoya a Venezuela internacionalmente y abre las puertas a la colaboración con Rusia y China en una zona considerada de vital importancia geoestratégica por los Estados Unidos.

Y no habían pasado 15 días desde el inicio de las revueltas en Nicaragua, cuando el Volcán de Fuego crea una verdadera catástrofe en Guatemala cuando erupciona dejando una estela de muertos, desaparecidos y heridos, afectando a casi dos millones de personas.

Como  cada vez es más evidente en nuestro continente, los fenómenos naturales que tienen lugar en países pobres, que además sufren de la inoperancia y la corrupción gubernamental como Guatemala, son también catástrofes sociales. Quienes sufren las consecuencias son siempre los más pobres, quienes no solo tienen que enfrentar la muerte sino también las consecuencias posteriores cuando son dejados al garete.

En Guatemala la reacción del gobierno ha sido patética. El presidente Morales anunció que no tenía dinero para afrontar la tragedia y que no aceptaba ayuda internacional que no fuera en dinero, mientras los organismos e instituciones gubernamentales encargadas de las emergencias dan excusas pueriles de porqué no se evacuó a la población ante el peligro eminente.


Detengámonos ahí porque mencionar a El Salvador y Honduras abre, también, otro espacio de convulsión. La “dulce cintura de América” se ahoga en el miasma de sus propias contradicciones.

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