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sábado, 16 de junio de 2018

Ciencia, tecnología e innovación en la educación superior

La ciencia y la tecnología son dos campos también, donde la necesidad de innovar continuamente, resulta crucial para el desarrollo y beneficio de las sociedades. Cualquier innovación en estas áreas debiera ir dirigida, principalmente, a elevar los niveles de bienestar y prosperidad de las poblaciones humanas.

Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

La educación y principalmente la educación superior tienen, como imperativo de esta época, la necesidad de adaptarse a los cambios y transformaciones que este mundo tan competitivo y globalizador, le vienen exigiendo desde hace décadas. La necesidad de asumir nuevos y desconocidos roles, mejorar significativamente sus niveles de pertinencia, revisar el modelo tradicional de vinculación con su entorno social y empresarial, conciliar la equidad con la calidad y emprender políticas sostenidas en el ámbito de las innovaciones, en primer lugar sobre sí misma y sobre áreas tan decisivas para el desarrollo nacional, como ciencia y tecnología, representan hoy día los principales desafíos de la educación superior contemporánea.

Es evidente que la incorporación a la docencia universitaria de medios, modelos y procesos innovadores, dirigidos fundamentalmente a provocar, entre otras cosas, modificaciones importantes en las tradicionales metodologías docentes aún tan fuertemente arraigadas, buscando con ello que respondan en mayor medida, a las necesidades y demandas de la sociedad, no resulta una tarea fácil.  Sin embargo, las instituciones de educación superior son cada vez más conscientes, que para una optimización racional y renovadora de las prácticas didácticas y pedagógicas, así como para la formación de personas con alto sentido creativo y capaces de enfrentar y adaptarse con facilidad, a los retos de un mundo que cambia vertiginosamente, cobra una importancia vital el diseño y ejecución con urgencia, de estrategias dirigidas a promover innovaciones específicas en la docencia y enseñanza universitarias.

La ciencia y la tecnología son dos campos también, donde la necesidad de innovar continuamente, resulta crucial para el desarrollo y beneficio de las sociedades. Cualquier innovación en estas áreas debiera ir dirigida, principalmente, a elevar los niveles de bienestar y prosperidad de las poblaciones humanas, a través del mejoramiento de su salud, educación, crecimiento económico, producción de alimentos. De modo que aunque la innovación aquí tiene un valor estratégico fundamental, en países como el nuestro, no basta con poseer la capacidad para innovar o recursos intelectuales y científicos suficientes, es preciso además, contar con el financiamiento disponible, que en la gran mayoría de los casos, es el pilar decisivo de cualquier innovación.

Sin duda, la educación es la herramienta más poderosa que tienen los pueblos y las naciones para superar la ignorancia y encaminarse por la senda del progreso y desarrollo. Toda la experiencia histórica de la Humanidad demuestra, de modo irrefutable, que sólo los pueblos con cultura y educación han podido remontar su atraso técnico, científico y tecnológico. De modo que la educación, sobre todo la educación superior y las instituciones que la imparten, han tenido y siguen teniendo un rol decisivo en el desarrollo económico, político, cultural y espiritual de cualquier nación. Las universidades, principalmente las públicas, siguen constituyendo el principal pilar de la identidad nacional y han sido por mucho tiempo la instancia cultural y educativa que por excelencia, desarrolla todo el pensamiento científico y constituye el hervidero y gestor fundamental de las luchas populares. Al respecto y para enfatizar su extraordinario valor, se expresa en el Preámbulo de la Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI: Visión y Acción, lo siguiente:

“La educación superior ha dado sobradas pruebas de su viabilidad a lo largo de los siglos y de su capacidad para transformarse y propiciar el cambio y el progreso de la sociedad. Dado el alcance y el ritmo de las transformaciones, la sociedad cada vez tiende más a fundarse en el conocimiento, razón de que la educación superior y la investigación formen hoy en día parte fundamental del desarrollo cultural, socioeconómico y ecológicamente sostenible de los individuos, las comunidades y las naciones. Por consiguiente, y dado que tiene que hacer frente a imponentes desafíos, la propia educación superior ha de emprender la transformación y la renovación más radicales que jamás haya tenido por delante, de forma que la sociedad contemporánea, que en la actualidad vive una profunda crisis de valores, pueda trascender las consideraciones meramente económicas y asumir dimensiones de moralidad y espiritualidad más arraigadas”.

Por ello las universidades no pueden estar al margen de los acelerados y profundos cambios que se producen hoy en el mundo; ya que pese a sus amenazas y desafíos sobre la educación superior, ellos vienen configurando una realidad objetiva muy distinta y en muchos casos hasta antagónica o contradictoria, con la que habían estado acostumbradas las universidades y que por tanto, no pueden de ningún modo, ser soslayadas. Sin embargo, tampoco se trata de que las universidades, sin cuestionamiento o crítica algunas, se sometan ciegamente a los designios e imperativos de estos cambios o adecúen peligrosamente el desarrollo de sus procesos sustantivos, renunciando a su vez, a su misión cardinal y compromisos sociales.

Los cambios sobre la educación superior pública y sus instituciones, deben ir dirigidos principalmente al mejoramiento de sus programas y planes curriculares; a facilitar el acceso y aumentar la cobertura; fortalecer su autonomía e incrementar su financiación estatal; apuntalar su compromiso con la sociedad y con la formación de ciudadanos cultos y profesionales. 

El impulso y la puesta en práctica de cambios e innovaciones en la educación superior, principalmente pública, deben tomar en consideración, por un lado,  que se realizan en un contexto donde prevalece una fuerte expansión del sector privado en la educación;  recortes significativos en la financiación pública; una noción de calidad educativa solo entendida como sinónimo de eficiencia y competitividad; amenazas de privatización; reducción del papel del Estado en su compromiso constitucional y social con la educación y una tasa de cobertura promedio muy inferior a la existente en países industrializados; mientras que por el otro y amparándose en la necesidad real de introducir innovaciones educativas, se aprovecha la coyuntura para proponer la exclusión de las especialidades vinculadas con las ciencias sociales, humanísticas y artísticas; se atenta contra la autonomía académica y administrativa; se sacrifica el contenido científico y académico en las investigaciones por su valor mercantil; se decretan arbitrariamente obsolescencias docentes y pedagógicas y se subordinan las prioridades universitarias al mercado laboral y empresarial.

No se trata como algunos pueden pensar, que muchos de nosotros nos aferremos a los moldes establecidos o a las estructuras tradicionales vigentes y que nos oponemos por ello, a la novedad y originalidad que los cambios traen consigo. Lo que nos preocupa es que detrás de esta etiqueta o categoría más afín al mundo empresarial, algunos escondan a través de falsas innovaciones educativas, intentos directos hacia el desmembramiento o desarme de las universidades públicas, a través de mediatizar su autonomía, rebajar su carácter crítico y desmitificador, comprometer su rigurosidad académica, someterla íntegramente al mundo del negocio y la rentabilidad.

La innovación es un concepto que desde la década de los cuarenta hasta la actualidad, ha venido adquiriendo diferentes acepciones e interpretaciones. Así se habla de innovación empresarial, tecnológica, creativa, educativa. En el caso de la introducción de innovaciones en la educación superior, éstas deben ir dirigidas principalmente, por supuesto, al mejoramiento del proceso de enseñanza aprendizaje. La innovación no solo debe responder a las necesidades y demandas de los educandos y de la sociedad; debe permitirles además, su participación comprometida, ya que ella no es un producto acabado.

Pero no todo cambio o novedad que se produzca o se incorpore en el sistema educativo, implica una experiencia innovadora.  Es necesario un verdadero cambio cultural de naturaleza sistémica, que contribuya a un salto cualitativo en el mejoramiento de problemas o procesos educativos. A propósito ha expresado Wilfredo Rimari Arias:

“La innovación supone una transformación, un cambio cualitativo significativo respecto a la situación inicial en los componentes o estructuras esenciales del sistema o proceso educativo. La innovación supone, también, partir de lo vigente para transformarlo. Por lo tanto, parte de un cambio en las estructuras y concepciones existentes”.

Definitivamente que el conocimiento, la ciencia y la tecnología tienen en la actualidad, un papel decisivo en el desarrollo y progreso de los países y las sociedades humanas. En un contexto regional y mundial fuertemente marcado por la prevalencia del conocimiento, la información y las altas tecnologías, es evidente que los países no pueden prescindir del desarrollo y producción de conocimientos propios o de capacidades importantes en ciencia y tecnología; sin que ello suponga en gran medida, profundizar las desigualdades o acentuar la dependencia o subordinación en estos ámbitos del saber humano.

Por ello, si queremos de algún modo remontar nuestro atraso tecnológico y científico, es preciso que las bases fundamentales para la investigación en ciencia, tecnología e innovación, sean fortalecidas con el apoyo decisivo de los gobiernos; se amplíe la dedicación de los docentes a tareas investigativas; se fomente la creación de masa crítica de investigadores; impere el enfoque interdisciplinario de las investigaciones y se incremente la escasa inversión que en nuestros países, experimentan estas esferas.

No hay duda alguna que una de las responsabilidades esenciales que tiene en nuestros días la educación superior, es lograr, mediante la investigación, el progreso y desarrollo del conocimiento científico y tecnológico. El mismo debe contribuir a resolver nuestras necesidades y problemas más apremiantes, es decir, incidir directamente sobre el mejoramiento de la vivienda, educación, transporte, alimentación y la reducción significativa de la pobreza. Sin embargo, nuestra dependencia de la ciencia y tecnología que producen los países industrializados, nos impide responder y ocuparnos de nuestras verdaderas prioridades y necesidades. Asimismo, existen muchos campos fundamentales de la tecnología en los cuales resultados investigativos de estos países, resultan no sólo inútiles para las naciones en vías de desarrollo, sino desde el punto de vista económico, hasta perjudiciales.

De modo que la innovación en los campos de la ciencia y la tecnología se torna, en nuestras realidades concretas, en una tarea sumamente difícil. Nuestros emprendimientos innovadores tienen lugar en un mundo en vías de desarrollo, que solo es responsable de menos del 4% de toda la investigación que se realiza; donde se carece con frecuencia del financiamiento adecuado; hay un envejecimiento y desmotivación notorios en sus investigadores más sobresalientes; existe un número significativo de personal con doctorados y maestrías, dedicados a llenar puestos burocráticos o administrativos; un elevado porcentaje de los jóvenes con educación universitaria trabajan en el sector informal; además de la existencia marcada de un rezago en el sector productivo en el aprovechamiento e interés por las innovaciones nacionales.

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