La ciencia y la
tecnología son dos campos también, donde la necesidad de innovar continuamente,
resulta crucial para el desarrollo y beneficio de las sociedades. Cualquier
innovación en estas áreas debiera ir dirigida, principalmente, a elevar los
niveles de bienestar y prosperidad de las poblaciones humanas.
Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
La educación y
principalmente la educación superior tienen, como imperativo de esta época, la
necesidad de adaptarse a los cambios y transformaciones que este mundo tan
competitivo y globalizador, le vienen exigiendo desde hace décadas. La
necesidad de asumir nuevos y desconocidos roles, mejorar significativamente sus
niveles de pertinencia, revisar el modelo tradicional de vinculación con su
entorno social y empresarial, conciliar la equidad con la calidad y emprender
políticas sostenidas en el ámbito de las innovaciones, en primer lugar sobre sí
misma y sobre áreas tan decisivas para el desarrollo nacional, como ciencia y
tecnología, representan hoy día los principales desafíos de la educación
superior contemporánea.
Es evidente que la
incorporación a la docencia universitaria de medios, modelos y procesos
innovadores, dirigidos fundamentalmente a provocar, entre otras cosas,
modificaciones importantes en las tradicionales metodologías docentes aún tan
fuertemente arraigadas, buscando con ello que respondan en mayor medida, a las
necesidades y demandas de la sociedad, no resulta una tarea fácil. Sin embargo, las instituciones de educación
superior son cada vez más conscientes, que para una optimización racional y
renovadora de las prácticas didácticas y pedagógicas, así como para la formación
de personas con alto sentido creativo y capaces de enfrentar y adaptarse con
facilidad, a los retos de un mundo que cambia vertiginosamente, cobra una
importancia vital el diseño y ejecución con urgencia, de estrategias dirigidas
a promover innovaciones específicas en la docencia y enseñanza universitarias.
La ciencia y la
tecnología son dos campos también, donde la necesidad de innovar continuamente,
resulta crucial para el desarrollo y beneficio de las sociedades. Cualquier
innovación en estas áreas debiera ir dirigida, principalmente, a elevar los
niveles de bienestar y prosperidad de las poblaciones humanas, a través del
mejoramiento de su salud, educación, crecimiento económico, producción de
alimentos. De modo que aunque la innovación aquí tiene un valor estratégico
fundamental, en países como el nuestro, no basta con poseer la capacidad para
innovar o recursos intelectuales y científicos suficientes, es preciso además,
contar con el financiamiento disponible, que en la gran mayoría de los casos, es
el pilar decisivo de cualquier innovación.
Sin duda, la educación
es la herramienta más poderosa que tienen los pueblos y las naciones para
superar la ignorancia y encaminarse por la senda del progreso y desarrollo.
Toda la experiencia histórica de la Humanidad demuestra, de modo irrefutable,
que sólo los pueblos con cultura y educación han podido remontar su atraso
técnico, científico y tecnológico. De modo que la educación, sobre todo la
educación superior y las instituciones que la imparten, han tenido y siguen
teniendo un rol decisivo en el desarrollo económico, político, cultural y
espiritual de cualquier nación. Las universidades, principalmente las públicas,
siguen constituyendo el principal pilar de la identidad nacional y han sido por
mucho tiempo la instancia cultural y educativa que por excelencia, desarrolla
todo el pensamiento científico y constituye el hervidero y gestor fundamental
de las luchas populares. Al respecto y para enfatizar su extraordinario valor,
se expresa en el Preámbulo de la
Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI: Visión y
Acción, lo siguiente:
“La educación superior ha dado sobradas pruebas de su
viabilidad a lo largo de los siglos y de su capacidad para transformarse y
propiciar el cambio y el progreso de la sociedad. Dado el alcance y el ritmo de
las transformaciones, la sociedad cada vez tiende más a fundarse en el
conocimiento, razón de que la educación superior y la investigación formen hoy
en día parte fundamental del desarrollo cultural, socioeconómico y
ecológicamente sostenible de los individuos, las comunidades y las naciones.
Por consiguiente, y dado que tiene que hacer frente a imponentes desafíos, la
propia educación superior ha de emprender la transformación y la renovación más
radicales que jamás haya tenido por delante, de forma que la sociedad
contemporánea, que en la actualidad vive una profunda crisis de valores, pueda
trascender las consideraciones meramente económicas y asumir dimensiones de
moralidad y espiritualidad más arraigadas”.
Por ello las
universidades no pueden estar al margen de los acelerados y profundos cambios
que se producen hoy en el mundo; ya que pese a sus amenazas y desafíos sobre la
educación superior, ellos vienen configurando una realidad objetiva muy distinta
y en muchos casos hasta antagónica o contradictoria, con la que habían estado
acostumbradas las universidades y que por tanto, no pueden de ningún modo, ser
soslayadas. Sin embargo, tampoco se trata de que las universidades, sin
cuestionamiento o crítica algunas, se sometan ciegamente a los designios e
imperativos de estos cambios o adecúen peligrosamente el desarrollo de sus
procesos sustantivos, renunciando a su vez, a su misión cardinal y compromisos
sociales.
Los cambios sobre la
educación superior pública y sus instituciones, deben ir dirigidos
principalmente al mejoramiento de sus programas y planes curriculares; a
facilitar el acceso y aumentar la cobertura; fortalecer su autonomía e
incrementar su financiación estatal; apuntalar su compromiso con la sociedad y
con la formación de ciudadanos cultos y profesionales.
El impulso y la puesta
en práctica de cambios e innovaciones en la educación superior, principalmente
pública, deben tomar en
consideración, por un lado, que se
realizan en un contexto donde prevalece una fuerte expansión del sector privado
en la educación; recortes significativos
en la financiación pública; una noción de calidad educativa solo entendida como
sinónimo de eficiencia y competitividad; amenazas de privatización; reducción
del papel del Estado en su compromiso constitucional y social con la educación
y una tasa de cobertura promedio muy inferior a la existente en países
industrializados; mientras que por el otro y amparándose en la necesidad
real de introducir innovaciones educativas, se aprovecha la coyuntura para
proponer la exclusión de las especialidades vinculadas con las ciencias
sociales, humanísticas y artísticas; se atenta contra la autonomía académica y
administrativa; se sacrifica el contenido científico y académico en las
investigaciones por su valor mercantil; se decretan arbitrariamente
obsolescencias docentes y pedagógicas y se subordinan las prioridades
universitarias al mercado laboral y empresarial.
No se trata como
algunos pueden pensar, que muchos de nosotros nos aferremos a los moldes
establecidos o a las estructuras tradicionales vigentes y que nos oponemos por
ello, a la novedad y originalidad que los cambios traen consigo. Lo que nos
preocupa es que detrás de esta etiqueta o categoría más afín al mundo
empresarial, algunos escondan a través de falsas innovaciones educativas,
intentos directos hacia el desmembramiento o desarme de las universidades
públicas, a través de mediatizar su autonomía, rebajar su carácter crítico y
desmitificador, comprometer su rigurosidad académica, someterla íntegramente al
mundo del negocio y la rentabilidad.
La innovación es un
concepto que desde la década de los cuarenta hasta la actualidad, ha venido
adquiriendo diferentes acepciones e interpretaciones. Así se habla de
innovación empresarial, tecnológica, creativa, educativa. En el caso de la
introducción de innovaciones en la educación superior, éstas deben ir dirigidas
principalmente, por supuesto, al mejoramiento del proceso de enseñanza
aprendizaje. La innovación no solo debe responder a las necesidades y demandas
de los educandos y de la sociedad; debe permitirles además, su participación
comprometida, ya que ella no es un producto acabado.
Pero no todo cambio o
novedad que se produzca o se incorpore en el sistema educativo, implica una
experiencia innovadora. Es necesario un
verdadero cambio cultural de naturaleza sistémica, que contribuya a un salto
cualitativo en el mejoramiento de problemas o procesos educativos. A propósito
ha expresado Wilfredo Rimari Arias:
“La
innovación supone una transformación, un cambio cualitativo significativo
respecto a la situación inicial en los componentes o estructuras esenciales del
sistema o proceso educativo. La innovación supone, también, partir de lo
vigente para transformarlo. Por lo tanto, parte de un cambio en las estructuras
y concepciones existentes”.
Definitivamente que el
conocimiento, la ciencia y la tecnología tienen en la actualidad, un papel
decisivo en el desarrollo y progreso de los países y las sociedades humanas. En
un contexto regional y mundial fuertemente marcado por la prevalencia del
conocimiento, la información y las altas tecnologías, es evidente que los
países no pueden prescindir del desarrollo y producción de conocimientos
propios o de capacidades importantes en ciencia y tecnología; sin que ello
suponga en gran medida, profundizar las desigualdades o acentuar la dependencia
o subordinación en estos ámbitos del saber humano.
Por ello, si queremos
de algún modo remontar nuestro atraso tecnológico y científico, es preciso que
las bases fundamentales para la investigación en ciencia, tecnología e
innovación, sean fortalecidas con el apoyo decisivo de los gobiernos; se amplíe
la dedicación de los docentes a tareas investigativas; se fomente la creación de
masa crítica de investigadores; impere el enfoque interdisciplinario de las
investigaciones y se incremente la escasa inversión que en nuestros países,
experimentan estas esferas.
No hay duda alguna que
una de las responsabilidades esenciales que tiene en nuestros días la educación
superior, es lograr, mediante la investigación, el progreso y desarrollo del
conocimiento científico y tecnológico. El mismo debe contribuir a resolver
nuestras necesidades y problemas más apremiantes, es decir, incidir directamente
sobre el mejoramiento de la vivienda, educación, transporte, alimentación y la
reducción significativa de la pobreza. Sin embargo, nuestra dependencia de la
ciencia y tecnología que producen los países industrializados, nos impide
responder y ocuparnos de nuestras verdaderas prioridades y necesidades.
Asimismo, existen muchos campos fundamentales de la tecnología en los cuales
resultados investigativos de estos países, resultan no sólo inútiles para las
naciones en vías de desarrollo, sino desde el punto de vista económico, hasta
perjudiciales.
De modo que la innovación en los campos de la ciencia y la tecnología se
torna, en nuestras realidades concretas, en una tarea sumamente difícil.
Nuestros emprendimientos innovadores tienen lugar en un mundo en vías de
desarrollo, que solo es responsable de menos del 4% de toda la investigación
que se realiza; donde se carece con frecuencia del financiamiento adecuado; hay
un envejecimiento y desmotivación notorios en sus investigadores más
sobresalientes; existe un número significativo de personal con doctorados y
maestrías, dedicados a llenar puestos burocráticos o administrativos; un
elevado porcentaje de los jóvenes con educación universitaria trabajan en el
sector informal; además de la existencia marcada de un rezago en el sector
productivo en el aprovechamiento e interés por las innovaciones nacionales.
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