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domingo, 22 de julio de 2018

Argentina: A diez años del conflicto con el campo

La madrugada del 17 de julio, se cumplieron 10 años del voto “no positivo” del entonces vicepresidente, Julio Cleto Cobos, por la célebre Resolución 125 de retenciones al campo.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Pasada una década sería anecdótico recordarlo sino hiciéramos una lectura crítica de lo acontecido en Argentina hasta el momento. Su inesperada decisión marcó un antes y un después. Un punto de inflexión donde se bifurcaron los caminos de la comunidad nacional. Desestimarlo o restarle importancia sería muy torpe, como veremos adelante. Y decimos inesperada decisión porque él era parte del gobierno al que debía respaldar y responder positivamente, pero actuó según sus impulsos, motivaciones, ilusionado tal vez en apaciguar los ánimos o, simplemente por su visceral protagonismo reacio a la dependencia.
  
Por ello, en este recorrido imaginario, resulta interesante detenerse en la figura del ingeniero Julio Cobos. Un mendocino que había sido previamente: gobernador, ministro y directivo de la Universidad Tecnológica Nacional, Regional Mendoza, cuya rutilante actuación despertó la simpatía kirchnerista, al punto de llevarlo como vicepresidente de Cristina Fernández.

Su carácter afable y su actitud condescendiente, representaba un puente entre los dos grandes movimientos populares, el peronismo y el radicalismo. Parecía que había quedado sepultado el último fracaso de la alianza anterior, precisamente la Alianza de la fórmula De la Rua – Chacho Álvarez, que nos llevó a la crisis del 2001.

No se tuvo en cuenta que la principal característica personal de Cobos ha sido y es ser tránsfuga, es decir, hacer gala de un oportunismo político rayano con la traición. De eso dan testimonio los radicales mendocinos, esos mismos que siguen rumiando su descontento con ser parte de este gobierno de ricos.

Haberlo elegido para ocupar el segundo lugar en la fórmula presidencial junto a Cristina Fernández de Kirchner fue desconocer su trayectoria, eclipsada por la ilusión de sumar votos de un radicalismo pálido que lo seguía desde su paso por la gobernación mendocina sin haber reparado en agachadas anteriores. Craso error. Como desconocer la gravedad del conflicto y la presión que perturbaba cualquier intento de negociación. Imposible negar aquel clima confuso que obnubilaba cualquier gesto de cordura. Su voto partió la opinión pública y coaguló a voluntades clasemedieras con los grandes conglomerados empresarios que nucleaban a los exportadores sojeros, las asociaciones representativas del agro que van desde la tradicional Sociedad Rural Argentina a la épica Federación Agraria, recordada por “El grito de Alcorta” en las postrimerías del orden conservador que finalizaba con la Ley Sáenz Peña en la segunda década del siglo pasado.

Pero en ese momento se igualó la resistencia frente a un gobierno que lucía soberbio y que creía que podía avanzar en todas las direcciones. No fue así. Si había una línea sobre el terreno, a partir de allí se hizo una zanja o, peor aún, comenzaron a cavar la grieta los sectores poderosos tradicionales y con el tiempo, el partido sojero surgido de las reuniones y camionetazos que cortaron miles de veces las rutas, como jamás lo hicieron las manifestaciones populares, armaron la estrategia para subir al poder. Cosa que lograron en diciembre de 2015, cuando otro ingeniero, Mauricio Macri, asumió la presidencia de la mano de la Alianza Cambiemos, de cuyo riñón radical, su principal aliado, le obsequió su estructura territorial nacional, Cobos había sido partícipe. Desconocer la oportunidad otorgada por Cristina a la opulenta oligarquía resentida por el mal trato, es torpe, como desconocer la opinión de quienes tuvieron participación en el gabinete nacional en esos días decisivos, como es el caso de Alberto Fernández, Jefe de Gabinete de entonces: “fue un terrible error apostar el todo por el todo para quedarse sin nada”. Porque tampoco debemos olvidar que el conflicto trajo cimbronazos y cismas internos que no tuvieron retorno, como el alejamiento del mismo Fernández.

Desde luego que el entramado de ese conglomerado político disconforme fue tejiéndose desde los medios, ocultando y resaltando hechos, como lo hacen siempre, construyendo un escenario propicio al que convergen sus sacrosantos intereses.

Muchos, sobre todo los sectores más pobres, desconocían los aportes a la educación que alimentaban las retenciones del campo. Información que sólo manejaba la burocracia técnica que asignaba los fondos que venían de Nación en cada uno de los ministerios provinciales de Educación, detalle que no era relevante ni merecía ser destacada en ningún titular como el resto de los programas inclusivos que beneficiaron como nunca a las mayorías.

Muchos le atribuyen el problema de las retenciones a Guillermo Moreno, luego poderoso secretario de comercio, según señalaba Eduardo Buzzi, dirigente del momento de la Federación Agraria, en algún programa recordatorio del acontecimiento, aunque sería desmesurado cargarle la mochila a una sola persona frente a la magnitud de los hechos. De todos modos, ya es parte de la historia. Llorar sobre la leche derramada es inútil, como no reconocer errores.

Hubo una soberbia que obnubiló al gobierno entonces y lo llevó a tensar la cuerda al límite, límite del que no se retornó. Por el contrario, estimuló a la creación de un espacio político disconforme, luego reconocido como el “partido sojero” que coincidió con la explotación agropecuaria dominante, parte importe de la Alianza Cambiemos que ganó las elecciones. Dirigentes ruralistas de entonces ocupan actualmente bancas en el Congreso Nacional y lideran al sector productor de sus pueblos de origen. Fueron los primeros en beneficiarse con las excepciones, pero, como sus expectativas y ambición los superan, piensan que es poco y que otros deben ser los sectores que paguen los platos rotos del desaguisado económico que armaron últimamente.

Desde luego que ingenuos no son, fueron alentados desde la cúpula del poder a reinstalar la idea del país agroexportador, generador de la bonanza argentina tradicional, en donde el campo y la Pampa Húmeda forman parte importante del perfil productivo instalado, desestimando el entramado industrial que había alimentado al mercado interno los años anteriores. Hecho consecuente con la apertura económica, el incremento de las importaciones, con el esperable resultado de cierre de empresas, desempleo y abultado déficit de la balanza comercial.

El movimiento nacional y popular debe aprender de todas estas experiencias para reconstituirse y volver al ruedo renovado y con nuevos dirigentes dispuestos a reinstalar los derechos adquiridos. Más que desafío es una obligación histórica con el pueblo que representa y el extenso y nutrido pasado sustentado en luchas sociales. Y eso sólo se logra a través de una profunda reflexión sobre lo sucedido en los últimos años, en los aciertos y errores cometidos.

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