La madrugada del 17 de
julio, se cumplieron 10 años del voto “no positivo” del entonces
vicepresidente, Julio Cleto Cobos, por la célebre Resolución 125 de retenciones
al campo.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Pasada una década sería
anecdótico recordarlo sino hiciéramos una lectura crítica de lo acontecido en
Argentina hasta el momento. Su inesperada decisión marcó un antes y un después.
Un punto de inflexión donde se bifurcaron los caminos de la comunidad nacional.
Desestimarlo o restarle importancia sería muy torpe, como veremos adelante. Y
decimos inesperada decisión porque él era parte del gobierno al que debía
respaldar y responder positivamente, pero actuó según sus impulsos,
motivaciones, ilusionado tal vez en apaciguar los ánimos o, simplemente por su
visceral protagonismo reacio a la dependencia.
Por ello, en este
recorrido imaginario, resulta interesante detenerse en la figura del ingeniero
Julio Cobos. Un mendocino que había sido previamente: gobernador, ministro y
directivo de la Universidad Tecnológica Nacional, Regional Mendoza, cuya
rutilante actuación despertó la simpatía kirchnerista, al punto de llevarlo
como vicepresidente de Cristina Fernández.
Su carácter afable y su
actitud condescendiente, representaba un puente entre los dos grandes
movimientos populares, el peronismo y el radicalismo. Parecía que había quedado
sepultado el último fracaso de la alianza anterior, precisamente la Alianza de
la fórmula De la Rua – Chacho Álvarez, que nos llevó a la crisis del 2001.
No se tuvo en cuenta
que la principal característica personal de Cobos ha sido y es ser tránsfuga,
es decir, hacer gala de un oportunismo político rayano con la traición. De eso
dan testimonio los radicales mendocinos, esos mismos que siguen rumiando su
descontento con ser parte de este gobierno de ricos.
Haberlo elegido para
ocupar el segundo lugar en la fórmula presidencial junto a Cristina Fernández
de Kirchner fue desconocer su trayectoria, eclipsada por la ilusión de sumar
votos de un radicalismo pálido que lo seguía desde su paso por la gobernación
mendocina sin haber reparado en agachadas anteriores. Craso error. Como
desconocer la gravedad del conflicto y la presión que perturbaba cualquier
intento de negociación. Imposible negar aquel clima confuso que obnubilaba
cualquier gesto de cordura. Su voto partió la opinión pública y coaguló a
voluntades clasemedieras con los grandes conglomerados empresarios que
nucleaban a los exportadores sojeros, las asociaciones representativas del agro
que van desde la tradicional Sociedad Rural Argentina a la épica Federación
Agraria, recordada por “El grito de Alcorta” en las postrimerías del orden
conservador que finalizaba con la Ley Sáenz Peña en la segunda década del siglo
pasado.
Pero en ese momento se
igualó la resistencia frente a un gobierno que lucía soberbio y que creía que
podía avanzar en todas las direcciones. No fue así. Si había una línea sobre el
terreno, a partir de allí se hizo una zanja o, peor aún, comenzaron a cavar la
grieta los sectores poderosos tradicionales y con el tiempo, el partido sojero
surgido de las reuniones y camionetazos que cortaron miles de veces las rutas,
como jamás lo hicieron las manifestaciones populares, armaron la estrategia
para subir al poder. Cosa que lograron en diciembre de 2015, cuando otro
ingeniero, Mauricio Macri, asumió la presidencia de la mano de la Alianza
Cambiemos, de cuyo riñón radical, su principal aliado, le obsequió su
estructura territorial nacional, Cobos había sido partícipe. Desconocer la
oportunidad otorgada por Cristina a la opulenta oligarquía resentida por el mal
trato, es torpe, como desconocer la opinión de quienes tuvieron participación
en el gabinete nacional en esos días decisivos, como es el caso de Alberto
Fernández, Jefe de Gabinete de entonces: “fue un terrible error apostar el todo
por el todo para quedarse sin nada”. Porque tampoco debemos olvidar que el
conflicto trajo cimbronazos y cismas internos que no tuvieron retorno, como el
alejamiento del mismo Fernández.
Desde luego que el
entramado de ese conglomerado político disconforme fue tejiéndose desde los
medios, ocultando y resaltando hechos, como lo hacen siempre, construyendo un
escenario propicio al que convergen sus sacrosantos intereses.
Muchos, sobre todo los
sectores más pobres, desconocían los aportes a la educación que alimentaban las
retenciones del campo. Información que sólo manejaba la burocracia técnica que
asignaba los fondos que venían de Nación en cada uno de los ministerios
provinciales de Educación, detalle que no era relevante ni merecía ser
destacada en ningún titular como el resto de los programas inclusivos que
beneficiaron como nunca a las mayorías.
Muchos le atribuyen el
problema de las retenciones a Guillermo Moreno, luego poderoso secretario de
comercio, según señalaba Eduardo Buzzi, dirigente del momento de la Federación
Agraria, en algún programa recordatorio del acontecimiento, aunque sería
desmesurado cargarle la mochila a una sola persona frente a la magnitud de los
hechos. De todos modos, ya es parte de la historia. Llorar sobre la leche
derramada es inútil, como no reconocer errores.
Hubo una soberbia que
obnubiló al gobierno entonces y lo llevó a tensar la cuerda al límite, límite
del que no se retornó. Por el contrario, estimuló a la creación de un espacio
político disconforme, luego reconocido como el “partido sojero” que coincidió
con la explotación agropecuaria dominante, parte importe de la Alianza
Cambiemos que ganó las elecciones. Dirigentes ruralistas de entonces ocupan
actualmente bancas en el Congreso Nacional y lideran al sector productor de sus
pueblos de origen. Fueron los primeros en beneficiarse con las excepciones,
pero, como sus expectativas y ambición los superan, piensan que es poco y que
otros deben ser los sectores que paguen los platos rotos del desaguisado
económico que armaron últimamente.
Desde luego que
ingenuos no son, fueron alentados desde la cúpula del poder a reinstalar la
idea del país agroexportador, generador de la bonanza argentina tradicional, en
donde el campo y la Pampa Húmeda forman parte importante del perfil productivo
instalado, desestimando el entramado industrial que había alimentado al mercado
interno los años anteriores. Hecho consecuente con la apertura económica, el
incremento de las importaciones, con el esperable resultado de cierre de
empresas, desempleo y abultado déficit de la balanza comercial.
El movimiento nacional
y popular debe aprender de todas estas experiencias para reconstituirse y
volver al ruedo renovado y con nuevos dirigentes dispuestos a reinstalar los
derechos adquiridos. Más que desafío es una obligación histórica con el pueblo
que representa y el extenso y nutrido pasado sustentado en luchas sociales. Y
eso sólo se logra a través de una profunda reflexión sobre lo sucedido en los
últimos años, en los aciertos y errores cometidos.
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