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sábado, 7 de julio de 2018

La inviabilidad argentina

Estábamos condenados desde el nacimiento de la vida independiente al éxito como periferia próspera, pero las oligarquías vernáculas de la mano de las potencias de turno aceptaron ese papel subalterno de colonia. Nos llevaron a un fracaso irreversible.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Eduardo Duhalde, presidente emergente de la crisis de gobernabilidad del 2001 que aun merodea rumiando migajas de la política, dijo que “Argentina estaba condenada al éxito”. Pudo ser una expresión acertada, como también condenada al fracaso, por idéntica alusión a sus potencialidades, a su inmenso y rico territorio, como a su pujante población. De allí las paradojas conocidas a nivel internacional: países desarrollados, en vías de desarrollo, Japón y Argentina. Y esto no es una mirada de posguerra, cuando se instala en las naciones latinoamericanas el concepto de desarrollo y la necesidad de alcanzarlo. Es anterior, decimonónico, por no decir que nació con nuestro primer grito de libertad, cuyo bicentenario celebramos hace 8 años.

El cambio de potencia dominante, de la decadente y derrotada España a la Inglaterra industrial, promovió el “libre” comercio que renovaría la dependencia dada la insistencia de la burguesía comercial porteña, la misma que demoraría en declarar la independencia, mientras acomodaba sus negocios. Y, una vez lograda, pujaría por mantener su hegemonía, habida cuenta que los caudillos federales no querían ser sometidos por aquellos unitarios a los que sólo les importaba mantener en sus manos el puerto y la Aduana.

Todo viene desde entonces: un interior despoblado y atrasado y una capital pujante, hecha a la medida y gusto europeo, como la cultura europea de un pueblo trasplantado.

Como el primer empréstito a la Baring Brother de 1824, de un millón de libras esterlinas solicitado por Bernardino Rivadavia, que solo logró enriquecer a intermediarios y especuladores y no dejó ninguna de las obras para las que solicitó y se terminó de pagar varias veces su valor original, 80 años más tarde.

Rivadavia y su gestión son simultáneas a la Doctrina Monroe: “América para los americanos” enunciaba aquel presidente estadounidense, entiéndase los americanos del norte, que comenzaban a ver con apetencia las ex colonias españolas y de qué manera disputaban su injerencia frente a Gran Bretaña.

Mientras tanto las Provincias Unidas del Sur nos debatíamos en luchas fratricidas, siempre alentadas por la potencia imperial que ya se deleitaba con los productos locales y proveía armamento.

Dos décadas del gobernador estanciero bonaerense, Juan Manuel de Rosas, plantaron bandera y se defendió del bloqueo anglo-francés, años en que se interrumpió el pago del célebre préstamo contraído con la banca inglesa. Años en que no incursionó el Ferrocarril – la maravilla tecnológica del momento – dado que las empresas líderes del rubro eran británicas y, recién luego de la caída de Rosas en Caseros, la posterior Constitución liberal de 1853, hizo su ingreso con una tímida línea de 10 kilómetros, cuya estación terminal estaba en lo que es hoy el teatro Colón.

La consolidación nacional, el modelo agroexportador proveedor de materias primas, dentro del mercado diseñado por Inglaterra, extendió líneas férreas y mejoró los puertos para que los flamantes barcos de vapor trasladaran mayores mercaderías.

Mientras tanto, Paraguay les molestaba a los ingleses y alentaron a Mitre a que impulsara la Triple Alianza, sumando a brasileños y uruguayos contra los industriosos guaraníes. La antigua Provincia Paraguaria quedó arrasada luego de cinco años de lucha encarnizada.

Los terratenientes bonaerenses no perdían tiempo ni se lamentaban por la guerra, por el contrario, creaban la Sociedad Rural Argentina en 1866 y, luego de sentar sus bases, decidieron extender la frontera agropecuaria y librarse de los indios, con los que Rosas había llegado a ciertos acuerdos. Con Avellaneda comenzaron, con la malograda “zanja de Alsina”, una zanja de más de 600 kilómetros desde Bahía Blanca al sur de Córdoba que los indios sortearon sin dificultad, hasta que Roca, con el apoyo de la entidad agropecuaria, equipó al ejército con cañones Krupp y en tres meses llegó al río Colorado repartiendo 45 mil leguas cuadradas entre las familias ganaderas y repartieron los hijos de los caciques cautivos, entre las familias acomodadas porteñas.

El modelo se consolidó, la modernidad estatal de la mano de Roca como presidente, sentó las bases de la Argentina actual y, la oligarquía vacuna comenzó la construcción de la Buenos Aires opulenta, copia de París, con palacetes de estilo italiano. Los viajes a Europa de los ganaderos se multiplicaban año a año y construían sus castillos en las prósperas estancias de la pampa y el litoral. Se gastaba mucho más en el exterior que lo que significaba el presupuesto público en las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del pasado.

Para el Centenario, la Argentina estaba entre los diez países más pujantes, aunque los obreros luchaban en las calles por lo que entonces se denominaba la cuestión social y que era ni más ni menos que pedir mejores salarios y condiciones de trabajo, cuando las jornadas superaban las 12 horas.

El orden conservador de más de 50 años, entre 1860 y 1910, va a derrumbarse con la Ley Sáenz Peña y el acceso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia en 1916. El primer gobierno popular va a estar presionado por la Gran Guerra, de la que no participa y por los grandes empresarios que querían mantener privilegios. Las matanzas de los Talleres Vassena de 1919 y los de la Patagonia en 1922, son asignaturas que el movimiento obrero le achacará al caudillo radical.

La década del ’20 finaliza con la crisis de Wall Street, la violenta contracción del comercio internacional y la caída de la actividad económica, desata una feroz desocupación, millones de personas deambulan por las calles de las ciudades del mundo.

La oligarquía argentina presiona a los militares y el General Uriburu, derroca el segundo gobierno de Yrigoyen, vendrá una década vergonzante, conocida como “infame”.

En tanto, el Commonwealth – la Comunidad Británica de Naciones – reunido en Ottawa decide comerciar internamente, lo que enloquece a los ganaderos y salen a implorar la compra de sus productos, a través del Pacto Roca – Runciman, que acuerda ventajas a los británicos.   

Son años durísimos para los trabajadores, épocas de hambre y corrupción, la mafia se entroniza en Rosario, la “Chicago” argentina. Hay suicidios famosos, una postal macabra de la sumisión imperial.

La Segunda Guerra, el neutralismo argentino, la producción de alimentos que abastece a los Aliados le provee grandes reservas que, el inquieto Coronel Perón, surgido del golpe militar del 4 de junio de 1943, aprovechará para sentar las bases del Estado de Bienestar nacional. El 17 de octubre, su aplastante triunfo de 1946, lo lleva a la presidencia y desde allí a ejercer su política de Tercera Posición, equidistante del Occidente Capitalista encabezado por Estados Unidos como de la Unión Soviética stalinista. Cuestión que, desde luego no le perdonarán ni Truman ni Churchill, dado que Argentina es obligada a declarar la guerra al Eje en marzo de 1945, a escasos seis meses de terminar la contienda, en agosto, mes en que a su término dará nacimiento a las Naciones Unidas.

Un año antes, en Breton Woods, surgía el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (actual Banco Mundial) que impondrá el nuevo orden mundial.

Alertado de las características de estas instituciones, Perón se niega a ingresar. Sobre todo, por la intervención del embajador norteamericano Spruille Braden en Argentina, quien organizó la oposición contra su naciente movimiento político. Braden, era un empresario reconocido por su anti sindicalismo y su participación en la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, donde defendía los intereses de la Standard Oil.

Recién con el golpe militar de 1955, en marzo de 1956, Argentina ingresa al FMI, pagando la cuota de ingreso. Con el gobierno de Arturo Frondizi, se solicita un préstamo de 40 millones de dólares al Fondo, el que condicionará y dará los lineamientos archi conocidos: ajuste, quita de subsidios, suba de tarifas, reducción de personal.

Los Ferrocarriles Argentinos, estatizados durante el peronismo, serán los primeros en sufrir el embate del Plan Larkin que recortaría ramales, suprimiría servicios y arrojaría a la calle a miles de obreros.

En las casi tres décadas que van desde 1955 a 1983, las incursiones del Fondo en la vida económica nacional fueron desastrosas, desindustrializando, empobreciendo a la población. En definitiva, devastando el país en todo sentido.

Recuperada la democracia, Alfonsín toma el gobierno convencido de que con la democracia se come, se cura y se educa. Se sumerge de cabeza en el desastre dejado por la dictadura, con conglomerados económicos que manejan la economía con más fuerza que el Estado y un endeudamiento brutal que, en toda América Latina será reconocida como la década perdida. 

Degastado su gobierno por una híper inflación incontrolable, cedió el mando anticipadamente a Carlos Menem, quien traicionando el mandato popular asumió la receta del Consenso de Washington. El neoliberalismo inaugurado con la dictadura cívico-militar, se profundizó garantizado por las urnas, una insólita alianza popular-conservadora, llevó al país a la antesala de la crisis del 2001. La sombra ominosa del FMI sobrevoló los peores años que padeció la sociedad argentina.

Con Néstor Kirchner se saldó la deuda con el Fondo y hubo crecimiento y una distribución equitativa de la riqueza que culminó con el último gobierno de Cristina Fernández en diciembre de 2015.

A partir de entonces, con la restauración conservadora volvimos a épocas pretéritas de perversa regresión en los derechos adquiridos. El FMI, como en anteriores oportunidades volvió para destruir.

Argentina no es un país pobre, es un país empobrecido, con una población arrasada por los buitres carroñeros que fungen de funcionarios. De allí su inviabilidad como nación.

Estábamos condenados desde el nacimiento de la vida independiente al éxito como periferia próspera, pero las oligarquías vernáculas de la mano de las potencias de turno aceptaron ese papel subalterno de colonia. Nos llevaron a un fracaso irreversible. Para ello educaron a la población para que pensaran como extranjeros y renegaran de lo propio. Generaciones de cipayos y serviles, construyeron esta caricatura de país que jamás imaginamos ser en la actualidad.

Vergüenza da confesar que producimos alimentos para 400 millones de personas, si la mayoría empobrecida no puede acceder a ellos.

Este próximo domingo, 9 de julio, Día de la Independencia, es probable que no se realice el tradicional desfile militar por disconformidad de las FFAA por los irrisorios aumentos de sueldo otorgados por el gobierno. Ni sus antiguos aliados están conformes con la marcha de los acontecimientos. Seguramente, en la intimidad, también criticarán las ridículas declaraciones de las máximas autoridades.

Sólo la presencia masiva en las calles puede frenar al Fondo. Sólo la gente puede torcer el rumbo de esta horrenda pesadilla neoliberal.

Si desde la prisión de Curitiba, Lula alienta la esperanza de recuperar a Sudamérica para las mayorías, el triunfo de Andrés López Obrador en el gigante azteca, también nos fogonea a continuar la lucha iniciada en diciembre de 2015.

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