Estábamos condenados
desde el nacimiento de la vida independiente al éxito como periferia próspera,
pero las oligarquías vernáculas de la mano de las potencias de turno aceptaron
ese papel subalterno de colonia. Nos llevaron a un fracaso irreversible.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Eduardo Duhalde,
presidente emergente de la crisis de gobernabilidad del 2001 que aun merodea
rumiando migajas de la política, dijo que “Argentina estaba condenada al
éxito”. Pudo ser una expresión acertada, como también condenada al fracaso, por
idéntica alusión a sus potencialidades, a su inmenso y rico territorio, como a
su pujante población. De allí las paradojas conocidas a nivel internacional:
países desarrollados, en vías de desarrollo, Japón y Argentina. Y esto no es
una mirada de posguerra, cuando se instala en las naciones latinoamericanas el
concepto de desarrollo y la necesidad de alcanzarlo. Es anterior, decimonónico,
por no decir que nació con nuestro primer grito de libertad, cuyo bicentenario
celebramos hace 8 años.
El cambio de potencia
dominante, de la decadente y derrotada España a la Inglaterra industrial,
promovió el “libre” comercio que renovaría la dependencia dada la insistencia
de la burguesía comercial porteña, la misma que demoraría en declarar la
independencia, mientras acomodaba sus negocios. Y, una vez lograda, pujaría por
mantener su hegemonía, habida cuenta que los caudillos federales no querían ser
sometidos por aquellos unitarios a los que sólo les importaba mantener en sus
manos el puerto y la Aduana.
Todo viene desde
entonces: un interior despoblado y atrasado y una capital pujante, hecha a la
medida y gusto europeo, como la cultura europea de un pueblo trasplantado.
Como el primer
empréstito a la Baring Brother de 1824, de un millón de libras esterlinas
solicitado por Bernardino Rivadavia, que solo logró enriquecer a intermediarios
y especuladores y no dejó ninguna de las obras para las que solicitó y se
terminó de pagar varias veces su valor original, 80 años más tarde.
Rivadavia y su gestión
son simultáneas a la Doctrina Monroe: “América para los americanos” enunciaba
aquel presidente estadounidense, entiéndase los americanos del norte, que
comenzaban a ver con apetencia las ex colonias españolas y de qué manera
disputaban su injerencia frente a Gran Bretaña.
Mientras tanto las
Provincias Unidas del Sur nos debatíamos en luchas fratricidas, siempre
alentadas por la potencia imperial que ya se deleitaba con los productos
locales y proveía armamento.
Dos décadas del
gobernador estanciero bonaerense, Juan Manuel de Rosas, plantaron bandera y se
defendió del bloqueo anglo-francés, años en que se interrumpió el pago del
célebre préstamo contraído con la banca inglesa. Años en que no incursionó el
Ferrocarril – la maravilla tecnológica del momento – dado que las empresas
líderes del rubro eran británicas y, recién luego de la caída de Rosas en
Caseros, la posterior Constitución liberal de 1853, hizo su ingreso con una
tímida línea de 10 kilómetros, cuya estación terminal estaba en lo que es hoy
el teatro Colón.
La consolidación
nacional, el modelo agroexportador proveedor de materias primas, dentro del
mercado diseñado por Inglaterra, extendió líneas férreas y mejoró los puertos
para que los flamantes barcos de vapor trasladaran mayores mercaderías.
Mientras tanto,
Paraguay les molestaba a los ingleses y alentaron a Mitre a que impulsara la
Triple Alianza, sumando a brasileños y uruguayos contra los industriosos
guaraníes. La antigua Provincia Paraguaria quedó arrasada luego de cinco años
de lucha encarnizada.
Los terratenientes
bonaerenses no perdían tiempo ni se lamentaban por la guerra, por el contrario,
creaban la Sociedad Rural Argentina en 1866 y, luego de sentar sus bases,
decidieron extender la frontera agropecuaria y librarse de los indios, con los
que Rosas había llegado a ciertos acuerdos. Con Avellaneda comenzaron, con la
malograda “zanja de Alsina”, una zanja de más de 600 kilómetros desde Bahía
Blanca al sur de Córdoba que los indios sortearon sin dificultad, hasta que
Roca, con el apoyo de la entidad agropecuaria, equipó al ejército con cañones
Krupp y en tres meses llegó al río Colorado repartiendo 45 mil leguas cuadradas
entre las familias ganaderas y repartieron los hijos de los caciques cautivos,
entre las familias acomodadas porteñas.
El modelo se consolidó,
la modernidad estatal de la mano de Roca como presidente, sentó las bases de la
Argentina actual y, la oligarquía vacuna comenzó la construcción de la Buenos
Aires opulenta, copia de París, con palacetes de estilo italiano. Los viajes a
Europa de los ganaderos se multiplicaban año a año y construían sus castillos
en las prósperas estancias de la pampa y el litoral. Se gastaba mucho más en el
exterior que lo que significaba el presupuesto público en las últimas décadas
del siglo XIX y comienzos del pasado.
Para el Centenario, la
Argentina estaba entre los diez países más pujantes, aunque los obreros
luchaban en las calles por lo que entonces se denominaba la cuestión social y
que era ni más ni menos que pedir mejores salarios y condiciones de trabajo,
cuando las jornadas superaban las 12 horas.
El orden conservador de
más de 50 años, entre 1860 y 1910, va a derrumbarse con la Ley Sáenz Peña y el
acceso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia en 1916. El primer gobierno
popular va a estar presionado por la Gran Guerra, de la que no participa y por
los grandes empresarios que querían mantener privilegios. Las matanzas de los
Talleres Vassena de 1919 y los de la Patagonia en 1922, son asignaturas que el
movimiento obrero le achacará al caudillo radical.
La década del ’20
finaliza con la crisis de Wall Street, la violenta contracción del comercio
internacional y la caída de la actividad económica, desata una feroz
desocupación, millones de personas deambulan por las calles de las ciudades del
mundo.
La oligarquía argentina
presiona a los militares y el General Uriburu, derroca el segundo gobierno de
Yrigoyen, vendrá una década vergonzante, conocida como “infame”.
En tanto, el
Commonwealth – la Comunidad Británica de Naciones – reunido en Ottawa decide
comerciar internamente, lo que enloquece a los ganaderos y salen a implorar la
compra de sus productos, a través del Pacto Roca – Runciman, que acuerda
ventajas a los británicos.
Son años durísimos para
los trabajadores, épocas de hambre y corrupción, la mafia se entroniza en
Rosario, la “Chicago” argentina. Hay suicidios famosos, una postal macabra de
la sumisión imperial.
La Segunda Guerra, el
neutralismo argentino, la producción de alimentos que abastece a los Aliados le
provee grandes reservas que, el inquieto Coronel Perón, surgido del golpe
militar del 4 de junio de 1943, aprovechará para sentar las bases del Estado de
Bienestar nacional. El 17 de octubre, su aplastante triunfo de 1946, lo lleva a
la presidencia y desde allí a ejercer su política de Tercera Posición,
equidistante del Occidente Capitalista encabezado por Estados Unidos como de la
Unión Soviética stalinista. Cuestión que, desde luego no le perdonarán ni
Truman ni Churchill, dado que Argentina es obligada a declarar la guerra al Eje
en marzo de 1945, a escasos seis meses de terminar la contienda, en agosto, mes
en que a su término dará nacimiento a las Naciones Unidas.
Un año antes, en Breton
Woods, surgía el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de
Reconstrucción y Fomento (actual Banco Mundial) que impondrá el nuevo orden
mundial.
Alertado de las
características de estas instituciones, Perón se niega a ingresar. Sobre todo,
por la intervención del embajador norteamericano Spruille Braden en Argentina,
quien organizó la oposición contra su naciente movimiento político. Braden, era
un empresario reconocido por su anti sindicalismo y su participación en la
Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, donde defendía los intereses de la
Standard Oil.
Recién con el golpe
militar de 1955, en marzo de 1956, Argentina ingresa al FMI, pagando la cuota
de ingreso. Con el gobierno de Arturo Frondizi, se solicita un préstamo de 40
millones de dólares al Fondo, el que condicionará y dará los lineamientos archi
conocidos: ajuste, quita de subsidios, suba de tarifas, reducción de personal.
Los Ferrocarriles
Argentinos, estatizados durante el peronismo, serán los primeros en sufrir el
embate del Plan Larkin que recortaría ramales, suprimiría servicios y arrojaría
a la calle a miles de obreros.
En las casi tres
décadas que van desde 1955 a 1983, las incursiones del Fondo en la vida
económica nacional fueron desastrosas, desindustrializando, empobreciendo a la
población. En definitiva, devastando el país en todo sentido.
Recuperada la
democracia, Alfonsín toma el gobierno convencido de que con la democracia se
come, se cura y se educa. Se sumerge de cabeza en el desastre dejado por la
dictadura, con conglomerados económicos que manejan la economía con más fuerza
que el Estado y un endeudamiento brutal que, en toda América Latina será
reconocida como la década perdida.
Degastado su gobierno
por una híper inflación incontrolable, cedió el mando anticipadamente a Carlos
Menem, quien traicionando el mandato popular asumió la receta del Consenso de
Washington. El neoliberalismo inaugurado con la dictadura cívico-militar, se
profundizó garantizado por las urnas, una insólita alianza
popular-conservadora, llevó al país a la antesala de la crisis del 2001. La
sombra ominosa del FMI sobrevoló los peores años que padeció la sociedad
argentina.
Con Néstor Kirchner se
saldó la deuda con el Fondo y hubo crecimiento y una distribución equitativa de
la riqueza que culminó con el último gobierno de Cristina Fernández en
diciembre de 2015.
A partir de entonces,
con la restauración conservadora volvimos a épocas pretéritas de perversa
regresión en los derechos adquiridos. El FMI, como en anteriores oportunidades
volvió para destruir.
Argentina no es un país
pobre, es un país empobrecido, con una población arrasada por los buitres
carroñeros que fungen de funcionarios. De allí su inviabilidad como nación.
Estábamos condenados
desde el nacimiento de la vida independiente al éxito como periferia próspera,
pero las oligarquías vernáculas de la mano de las potencias de turno aceptaron
ese papel subalterno de colonia. Nos llevaron a un fracaso irreversible. Para
ello educaron a la población para que pensaran como extranjeros y renegaran de
lo propio. Generaciones de cipayos y serviles, construyeron esta caricatura de
país que jamás imaginamos ser en la actualidad.
Vergüenza da confesar
que producimos alimentos para 400 millones de personas, si la mayoría
empobrecida no puede acceder a ellos.
Este próximo domingo, 9
de julio, Día de la Independencia, es probable que no se realice el tradicional
desfile militar por disconformidad de las FFAA por los irrisorios aumentos de
sueldo otorgados por el gobierno. Ni sus antiguos aliados están conformes con
la marcha de los acontecimientos. Seguramente, en la intimidad, también
criticarán las ridículas declaraciones de las máximas autoridades.
Sólo la presencia
masiva en las calles puede frenar al Fondo. Sólo la gente puede torcer el rumbo
de esta horrenda pesadilla neoliberal.
Si desde la prisión de
Curitiba, Lula alienta la esperanza de recuperar a Sudamérica para las
mayorías, el triunfo de Andrés López Obrador en el gigante azteca, también nos
fogonea a continuar la lucha iniciada en diciembre de 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario