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sábado, 28 de julio de 2018

Nicaragua convulsionada

Este marco de violencia impulsada por la oposición y reprimida por  la Revolución Sandinista, está reiterando la constante de la historia de Nicaragua, Centroamérica y el conjunto de América Latina, donde el peso del intervencionismo estadounidense ha estado presente hasta nuestros días.

Adalberto Santana / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México

El jueves 19 de julio se celebró en Managua un gran acto de masas para conmemorar el 39 aniversario de la Revolución Popular Sandinista. Más de cien mil nicaragüenses escuchaban las palabras del Presidente Daniel Ortega que esclarecía la situación del país  frente a la matriz desestabilizadora que se ha ejercido contra la patria de Sandino. Misma matriz que se ha puesto en marcha para el derrocamiento del gobierno bolivariano en Venezuela. Esta estrategia es la misma que ahora se ejerce contra Nicaragua y el gobierno sandinista.

En el caso del gobierno del Presidente Daniel Ortega, sin duda la desestabilización ha tenido como factor fundamental la presión y la intervención de la Washington. Eso se constata a lo largo de la historia de Nicaragua. Durante los conflictos bélicos que se desataron en el país centroamericano desde el siglo XIX hasta nuestros días  siempre ha estado presente la presencia de las grandes potencias y en especial del intervencionismo de la Casa Blanca. A mediados del siglo XIX el interés estadounidense y de otras potencias europeas por construir un canal interoceánico en Nicaragua  llevaron a disputarse el territorio nicaragüense. Así las fuerzas entreguistas locales llevaron al poder al filibustero Willian Walker.  Como presidente espurio, Walker restableció la esclavitud entre otras medidas contrarias al interés nacional. Finalmente este filibustero fue derrotado por la unidad de las fuerzas centroamericanas fusilándolo en 1860 cerca de Puerto Trujillo, Honduras, donde todavía se encuentran sus restos.

Sin embargo, el poder de la Casa Blanca generó una nueva guerra para derrocar al presidente liberal José Santos Celaya en los inicios del siglo XX con la alianza de las fuerzas conservadoras y la tropas intervencionistas estadounidense en 1912. Años después en 1927 el General de Hombres Libres, Augusto C. Sandino, libró una guerra anti-intervencionista contra la ocupación de tropas estadounidenses que estuvieron apoyadas por liberales y conservadores. Las cuales finalmente fueron derrotadas por los sandinistas en diciembre de 1932. La traición del General  Anastasio Somoza a favor del imperialismo, gestó el asesinato de Sandino y sus compañeros  de lucha en 1934.  Transcurrirían nuevas luchas guerrilleras entre 1961 y 1979 encabezadas por el Frente Sandinista de Liberación Nacional para finalmente gestarse una alianza nacional e internacional para el derrocamiento de la Dinastía Somoza. Sin embargo, la llegada a la presidencia de EU de Ronald Reagan y  George Bush padre, recrudecieron la guerra de baja intensidad en Centroamérica y obligaron al sandinismo encabezado por Daniel Ortega a dejar la presidencia en 1990.  Entre ese último año y 2007,  ejercieron la presidencia de Nicaragua gobiernos de corte conservador y liberal, los cuales contaron con el apoyo de la Casa Blanca e impusieron reformas de claro corte neoliberal generando el crecimiento de la pobreza   y privatizando la economía nacional. Sin embargo, con el triunfo electoral de Daniel Ortega en 2006 se configuró un estado de mejoramiento social que ha tenido como principios rectores  hacer de Nicaragua una patria cristina, socialista  y solidaria. Estos principios han permito fortalecer el modelo de desarrollo nicaragüense en un proyecto que ha logrado en Centroamérica tener un mayor producto interno bruto, el país con mayor seguridad en la región libre del narcotráfico y el poder de la delincuencia organizada, así como generar una mayor inclusión social. En palabras del Comandante Daniel Ortega el pasado 19 de julio: “El golpe se veía… 11 años de estabilidad, crecimiento económico, salud, educación y programas sociales, con índices de aprobación sin precedentes, y ellos no podían permitir que la Revolución siguiera avanzando, ni los beneficios para los pequeños productores, los campesinos, el pueblo”.

Sin embargo, las fuerzas externas e internas contrarias a los cambios progresistas en América Latina y el Caribe, han logrado madurar sus posiciones y revertir el poder de algunas  fuerzas progresistas al generar golpes de Estado en: Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016), entre otras acciones de ese carácter, incluyendo fraudes electorales (México, 2006 y Honduras 2017).  En tanto que contra Venezuela y Nicaragua se impulsó en los últimos años la histórica matriz golpista e intervencionista, que incluso grupos minoritarios “de analistas e intelectuales y ” se niegan aceptarlo. El implementar ofensivas contra las fuerzas y gobiernos progresistas  es una constante en la región. Contra ellos se impulsan campañas sucias y legitimadoras de su derrocamiento.  Se lanzas noticias falsas de todo tipo para deslegitimar a los principales dirigentes de la izquierda latinoamericana y sobre todo para obnubilar la conciencia social de los  grande grupos populares y fortalecer las expresiones y demandas de las clases medias conservadoras. A la par se desarrollan acciones donde ejercen gran violencia grupos lumpenizados ligados a la delincuencia organizada y al servicio de las fuerzas más oscuras de la reacción interna y externas. Frente a ellos los gobiernos progresistas ejercen su poder  al aplicar la fuerza legítima del Estado para proteger a la mayoría de la ciudadanía. Sin embargo, las campañas mediáticas de la derecha imperial y local despotrican acusando de violadores de los derechos humanos  a los gobiernos que responden con su fuerza a la violencia ejercida por la alianza que patrocinan los sectores anti sandinistas o anti bolivarianos patrocinando a la delincuencia organizada. Estas fuerzas de la reacción  cometen crímenes de odio, tal como sucedió  y lo denunció el presidente Daniel Ortega al interior de recintos universitarios donde se agazaparon grupos terroristas repelentes a la ley y el orden constitucional.

Este marco de violencia impulsada por la oposición y reprimida por  la Revolución Sandinista, está reiterando la constante de la historia de Nicaragua, Centroamérica y el conjunto de América Latina, donde el peso del intervencionismo estadounidense ha estado presente hasta nuestros días. De ahí que la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert (16/julio/2018) y el represente de EU en la OEA (20/julio/2018), advierten en tono de acatamiento como ha sido en muchos momentos de la historia de Nicaragua,  que el país centroamericano realice elecciones anticipadas. Es evidente que no hacerlo, sabremos como podría actuar el poder imperial de EU y sus aliados regionales (gobiernos conservadores latinoamericanos) y locales (partidos opositores de derecha, intelectuales antisandinistas y sectores minoritarios religiosos), al apoyar una intervención militar contra el gobierno sandinista  y su pueblo. Tal como se ha desarrollado tras su advertencia en Afganistán, Irak o Siria.

Sin embargo, se conoce por la experiencia histórica de sus luchas, que la Nicaragua sandinista, de verse nuevamente intervenida sabrá derrotar al imperio y sus aliados como lo ha hecho en diversas ocasiones. Haciendo de ella una Nicaragua: cristiana, socialista y solidaria que prefiere la paz y no la guerra. Al decir del mismo presidente Ortega: “No vamos a irrespetar a los obispos, pero hay que decir la verdad. Les pedimos que rectifiquen y no alienten a estos golpistas. El camino no es la guerra, sino la paz en aras de seguir creciendo; para eso es imprescindible que todos los nicaragüenses, independientemente de sus creencias y posiciones políticas, junten sus fuerzas para garantizar la paz”.

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