Este marco de violencia
impulsada por la oposición y reprimida por
la Revolución Sandinista, está reiterando la constante de la historia de
Nicaragua, Centroamérica y el conjunto de América Latina, donde el peso del
intervencionismo estadounidense ha estado presente hasta nuestros días.
Adalberto Santana / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México
El jueves 19 de julio
se celebró en Managua un gran acto de masas para conmemorar el 39 aniversario
de la Revolución Popular Sandinista. Más de cien mil nicaragüenses escuchaban
las palabras del Presidente Daniel Ortega que esclarecía la situación del
país frente a la matriz
desestabilizadora que se ha ejercido contra la patria de Sandino. Misma matriz
que se ha puesto en marcha para el derrocamiento del gobierno bolivariano en
Venezuela. Esta estrategia es la misma que ahora se ejerce contra Nicaragua y
el gobierno sandinista.
En el caso del gobierno
del Presidente Daniel Ortega, sin duda la desestabilización ha tenido como
factor fundamental la presión y la intervención de la Washington. Eso se
constata a lo largo de la historia de Nicaragua. Durante los conflictos bélicos
que se desataron en el país centroamericano desde el siglo XIX hasta nuestros
días siempre ha estado presente la
presencia de las grandes potencias y en especial del intervencionismo de la
Casa Blanca. A mediados del siglo XIX el interés estadounidense y de otras
potencias europeas por construir un canal interoceánico en Nicaragua llevaron a disputarse el territorio
nicaragüense. Así las fuerzas entreguistas locales llevaron al poder al
filibustero Willian Walker. Como
presidente espurio, Walker restableció la esclavitud entre otras medidas
contrarias al interés nacional. Finalmente este filibustero fue derrotado por
la unidad de las fuerzas centroamericanas fusilándolo en 1860 cerca de Puerto
Trujillo, Honduras, donde todavía se encuentran sus restos.
Sin embargo, el poder
de la Casa Blanca generó una nueva guerra para derrocar al presidente liberal
José Santos Celaya en los inicios del siglo XX con la alianza de las fuerzas
conservadoras y la tropas intervencionistas estadounidense en 1912. Años
después en 1927 el General de Hombres Libres, Augusto C. Sandino, libró una
guerra anti-intervencionista contra la ocupación de tropas estadounidenses que
estuvieron apoyadas por liberales y conservadores. Las cuales finalmente fueron
derrotadas por los sandinistas en diciembre de 1932. La traición del
General Anastasio Somoza a favor del
imperialismo, gestó el asesinato de Sandino y sus compañeros de lucha en 1934. Transcurrirían nuevas luchas guerrilleras
entre 1961 y 1979 encabezadas por el Frente Sandinista de Liberación Nacional
para finalmente gestarse una alianza nacional e internacional para el
derrocamiento de la Dinastía Somoza. Sin embargo, la llegada a la presidencia
de EU de Ronald Reagan y George Bush
padre, recrudecieron la guerra de baja intensidad en Centroamérica y obligaron
al sandinismo encabezado por Daniel Ortega a dejar la presidencia en 1990. Entre ese último año y 2007, ejercieron la presidencia de Nicaragua
gobiernos de corte conservador y liberal, los cuales contaron con el apoyo de
la Casa Blanca e impusieron reformas de claro corte neoliberal generando el
crecimiento de la pobreza y
privatizando la economía nacional. Sin embargo, con el triunfo electoral de
Daniel Ortega en 2006 se configuró un estado de mejoramiento social que ha
tenido como principios rectores hacer de
Nicaragua una patria cristina, socialista
y solidaria. Estos principios han permito fortalecer el modelo de
desarrollo nicaragüense en un proyecto que ha logrado en Centroamérica tener un
mayor producto interno bruto, el país con mayor seguridad en la región libre
del narcotráfico y el poder de la delincuencia organizada, así como generar una
mayor inclusión social. En palabras del Comandante Daniel Ortega el pasado 19
de julio: “El golpe se veía… 11 años de estabilidad, crecimiento económico,
salud, educación y programas sociales, con índices de aprobación sin
precedentes, y ellos no podían permitir que la Revolución siguiera avanzando,
ni los beneficios para los pequeños productores, los campesinos, el pueblo”.
Sin embargo, las
fuerzas externas e internas contrarias a los cambios progresistas en América
Latina y el Caribe, han logrado madurar sus posiciones y revertir el poder de
algunas fuerzas progresistas al generar
golpes de Estado en: Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016), entre
otras acciones de ese carácter, incluyendo fraudes electorales (México, 2006 y
Honduras 2017). En tanto que contra
Venezuela y Nicaragua se impulsó en los últimos años la histórica matriz
golpista e intervencionista, que incluso grupos minoritarios “de analistas e
intelectuales y ” se niegan aceptarlo. El implementar ofensivas contra las
fuerzas y gobiernos progresistas es una
constante en la región. Contra ellos se impulsan campañas sucias y
legitimadoras de su derrocamiento. Se
lanzas noticias falsas de todo tipo para deslegitimar a los principales
dirigentes de la izquierda latinoamericana y sobre todo para obnubilar la conciencia
social de los grande grupos populares y
fortalecer las expresiones y demandas de las clases medias conservadoras. A la
par se desarrollan acciones donde ejercen gran violencia grupos lumpenizados
ligados a la delincuencia organizada y al servicio de las fuerzas más oscuras
de la reacción interna y externas. Frente a ellos los gobiernos progresistas
ejercen su poder al aplicar la fuerza
legítima del Estado para proteger a la mayoría de la ciudadanía. Sin embargo,
las campañas mediáticas de la derecha imperial y local despotrican acusando de
violadores de los derechos humanos a los
gobiernos que responden con su fuerza a la violencia ejercida por la alianza
que patrocinan los sectores anti sandinistas o anti bolivarianos patrocinando a
la delincuencia organizada. Estas fuerzas de la reacción cometen crímenes de odio, tal como
sucedió y lo denunció el presidente
Daniel Ortega al interior de recintos universitarios donde se agazaparon grupos
terroristas repelentes a la ley y el orden constitucional.
Este marco de violencia
impulsada por la oposición y reprimida por
la Revolución Sandinista, está reiterando la constante de la historia de
Nicaragua, Centroamérica y el conjunto de América Latina, donde el peso del
intervencionismo estadounidense ha estado presente hasta nuestros días. De ahí que
la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert (16/julio/2018) y el
represente de EU en la OEA (20/julio/2018), advierten en tono de acatamiento
como ha sido en muchos momentos de la historia de Nicaragua, que el país centroamericano realice elecciones
anticipadas. Es evidente que no hacerlo, sabremos como podría actuar el poder
imperial de EU y sus aliados regionales (gobiernos conservadores
latinoamericanos) y locales (partidos opositores de derecha, intelectuales
antisandinistas y sectores minoritarios religiosos), al apoyar una intervención
militar contra el gobierno sandinista y
su pueblo. Tal como se ha desarrollado tras su advertencia en Afganistán, Irak
o Siria.
Sin embargo, se conoce
por la experiencia histórica de sus luchas, que la Nicaragua sandinista, de
verse nuevamente intervenida sabrá derrotar al imperio y sus aliados como lo ha
hecho en diversas ocasiones. Haciendo de ella una Nicaragua: cristiana,
socialista y solidaria que prefiere la paz y no la guerra. Al decir del mismo presidente
Ortega: “No vamos a irrespetar a los obispos, pero hay que decir la verdad. Les
pedimos que rectifiquen y no alienten a estos golpistas. El camino no es la
guerra, sino la paz en aras de seguir creciendo; para eso es imprescindible que
todos los nicaragüenses, independientemente de sus creencias y posiciones
políticas, junten sus fuerzas para garantizar la paz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario