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sábado, 28 de julio de 2018

Venezuela: oposición y Gobierno, la gran tribulación

Es de esperarse que del estado de paralización que provocan las tribulaciones se pase a una actitud proactiva tanto en el sector gubernamental como en la oposición. Que se retome el camino de las negociaciones, se encaren los procesos electorales y, sobre todo, que el Gobierno decida finalmente un programa económico integral frente a la hiperinflación.

Leopoldo Puchi / El Universal

Transcurrido un período de altas tensiones en el que predominó en la oposición la idea de que el Gobierno sería derrocado por un golpe militar, una intervención extranjera, una implosión social o por los efectos de la abstención electoral, hemos pasado a una etapa de reflujo y de gran tribulación, tanto para el país como para los sectores de oposición y gubernamentales. No hubo la disposición suficiente para sellar un acuerdo de cohabitación de corto y largo plazo, y las consecuencias están a la vista.

En la actualidad tenemos un país bloqueado financieramente desde el extranjero, con una economía debilitada en su capacidad productiva y grandes desequilibrios macroeconómicos que se expresan en hiperinflación y ausencia de inversiones. Y en lo político, un juego inestable en el que amplísimos sectores de la sociedad se sienten insatisfechos, sin representación ni expectativas. Los liderazgos, de lado y lado, en caída libre.

La ineficiencia gubernamental que se expresa, por ejemplo, en la baja producción petrolera, desencanta a los unos; la falta de líneas estratégicas realistas y de propuestas para encarar los problemas cotidianos, entristece a los otros. La presión de ambas circunstancias genera aflicción y angustia en todo el tejido social: una gran tribulación, aunque sin las connotaciones proféticas de un enfrentamiento entre el bien y el mal, porque los ángeles y demonios están distribuidos equitativamente en todos los factores en pugna, incluyendo la propia Iglesia católica.

Ahora bien, el signo distintivo de esta etapa, también común a los distintos actores, es el de la indecisión. Del lado del Gobierno, se anuncia cada cierto tiempo que se va adoptar un programa integral anticrisis con el propósito de impulsar la producción nacional, pero no se toman las decisiones. Ni siquiera se avanza con pasos paulatinos, como el levantamiento en un primer momento de la Ley de ilícitos cambiarios para que el sector privado pueda utilizar sus divisas en la importación de bienes e insumos y asentar en su contabilidad los costos. Ahora se está a la espera de las deliberaciones del congreso del Psuv, que necesariamente tendrá que abordar como centro de sus discusiones el trazado de las políticas económicas.

Por su parte, los partidos del otrora G-4 de la oposición deshojan la margarita, si se reintegran o no a los procesos electorales. Mientras, llegan las noticias desde los centros de poder mundial y se informa que se mantendrá la intervención pero que no se elevará mucho más la presión. Al mismo tiempo, se producen cambios en España y México. Y también hay desconfianza por lo que califican de disfuncionalidad opositora. Y así pasan los días.

Es de esperarse que del estado de paralización que provocan las tribulaciones se pase a una actitud proactiva tanto en el sector gubernamental como en la oposición. Que se retome el camino de las negociaciones, se encaren los procesos electorales y, sobre todo, que el Gobierno decida finalmente un programa económico integral frente a la hiperinflación. De la tribulación a la acción.

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